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La Gema

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Jose Fercho Zam Per, 8 de Marzo de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 742

  1. Jose Fercho Zam Per

    Jose Fercho Zam Per Poeta recién llegado

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    8 de Enero de 2011
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    Género:
    Hombre
    La noche era larga y el frío aterrador, llueven piedras blancas como diamantes, el sol ya se ocultó y no se ve ni la propia sombra. Aún hay mucho por hacer, la candileja se está apagando, es muy poco el kerosene que queda para echarle, y el viento sopla como queriendo dejarme empeloto.

    Un tanto asustado, y pensando más de la cuenta, escuché una voz como si alguien me llamara: Joselillo, Joselillo, me decía aquella voz, hubiera podido yo caer muerto del miedo sacudido por el violento trueno y esa luz enceguecedora, sería una ilusión o el sueño que me desvanecía, pues en esta casa sólo vivo yo y mi mujer, me dije. Al instante recordé que ella estaba ya acostada y dormida, me volvió el alma al cuerpo pues supuse que era ella quien me llamaba.

    Muchas veces pensé en tapar esas goteras que caían sobre la cama cuando llovía así con tantas ganas, pero al otro día se me olvidaba pues, habiendo dejado de llover no se notaba; pero uno se acostumbra a que le estén echando vaina cada vez que las cosas pasan, apenas abra los ojos en la mañana, me dije; será lo primero que haga para que mi esposa no me deje otra vez con las ganas. Sin reparar muchas cosas en la casa y tantas otras sin comprarlas ella ya no aguantaba. Y en voz baja, para no despertar sospechas murmuraba.

    No estaba la gente aprendiendo casi nada de lo que se le enseñaba, al contrario, perdiendo el tiempo el cual les hacía falta para sus labores diarias, fijó la mirada en sí mismo como diciéndose, ¿Qué estoy haciendo aquí? Más valdría estar haciendo algo útil para mí, envés de estar perdiendo mi tiempo con estas gentes sin esperanzas de vivir.

    Como el agua que corre por los caminos después de un fuerte aguacero, son las personas sin deseos de aprender, se escandalizan ante lo desconocido y corren como gallinas asustadas al ver un ave rapas sobrevolando con ganas de comer.

    Y al darse cuenta de lo exigente de la enseñanza, sabiendo que obligaba a un cambio de actitud, los hombres de aquel lugar prefirieron largarse de una buena vez, lejos de allí envés de cederles algún derecho a su mujer, pues sus mentes perturbadas por el machismo mal fundado, o por la falta de verdadera hombría, creían que la mujer no podría ser igual ni como ellos valer.

    El marido se le acercó con un movimiento tambaleante, como si estuviese algo borracho, aunque inconsciente de que su mujer estaba despierta se le fue arrimando y tiró de la sábana hacia sus hombros y se acomodó juntito a ella como quien busca algo de calor. Pero al tocar el cuerpo de su mujer, cargado de aromas agridulces, como si estuviese en un trapiche moliendo caña madura, se trasportó a un mundo mágico de pasión y ternura, de encantos y románticas notas de amor. Al instante su mujer saltó como liebre en peligro y lo dejó tan frío y pasmado que no tuvo más remedio que dormirse regañado.

    Dejando caer lentamente sus párpados, olvidando sus buenos pensamientos, se abandonó al sueño que regresaba, después de estar ya casi dormido en aquel bar en donde andaba. Sólo volvió a despertarse cuando le cantó el gallo junto al oído, pues su mujer lo hacía dormir con las gallinas cada vez que tomado llegaba.

    Pobre Joselillo, negras eran sus noches de vagancia, solo con el tiempo y la paciencia, se contentaba con su amada, esperaba a que se cansasen sus ganas y ya sin fuerzas de pelear, ella misma se daba sus mañas cuando llegaba al mundo la mañana, para así hacerle saber que ella era quien mandaba.

    Pero al cantar por tercera vez el gallo a la alborada, a toda marcha tenía que levantarse de la cama. Las labores del campo eran duras y pesadas que no quedaba tiempo para tanta melosería con la almohada.

    Joselillo miró al cielo, el sol había madrugado, no había ni siquiera una nube en el horizonte, un color único empezando a brillar, era un amanecer especial, no quedaba ya rastro de lo que había sido esa noche infernal. En su vida no había visto un cielo como éste, tan hermoso que daban ganas de llorar, por lo espectacular.

    Aunque en las conversas de los viejos ya algunos hablaran de esas raras mañanas de navidad, donde se fundían los cielos con la lluvia y la tierra se llenaba de felicidad. En esos tiempos en los cuales del cielo llovía el maná, y en la tierra había hombres que sabían respetar.

    Fue así como Joselillo poco a poco fue dejando sus temores y su alma comenzó a llenarse de esperanza, no era para menos pues lo que sus ojos veían lo dejaba sin palabras, solo aquellas que en su mente repetía a cada instante, “Alabado seas tú, Señor, por esto tan maravilloso que puedo disfrutar”.

    Sabemos que Joselillo era hombre poco conocedor de la vida, y sin talento para perfecciones cuando de finuras se trataba, aun así, estas insuficiencias no deberían preocupar a los oyentes, pues el tiempo y la experiencia, lo habían formado en paciencia.

    Él era capaz de insistir sin desmayar, aunque su rostro lo acusara, no lo podríamos juzgar de hombre sin talento para esperar, ya que tiempo le sobraba pues convencido estaba de que la vida, aunque corta, muchos años podía durar. Con paciencia y en la práctica, la sabiduría podía hallar, la sensibilidad que había en su alma a muchas personas sabia tocar.

    No esperando más de lo que podía dar, y pese a su escasez, grandes metas, pudo alcanzar.

    Por razones aún desconocidas, un hombre puede aspirar mucho más de lo que puede ser o tener. De en medio de una misma sociedad salen hombres distintos, unos necios, otros tontos, y otros más pocos, con algo de sabiduría. ¿Por qué razón? No lo sé. Y el tiempo está escaso para andar buscando explicaciones a lo que no podemos entender.

    Por estas razones cada persona tiene sus propios intereses, Joselillo hombre ingenuo y torpe de entendimiento, pensaba que todo ser humano era bueno, que todos buscaban el bien ajeno.

    Joselillo, un campesino atrapado en una región de gentes muy pobres, pero con grandes riquezas. Como todos allí sabía muy poco de la vida, sus necesidades eran pocas y su nivel de exigencia mucho menor, ya que la tierra les daba para comer y algo más. Allí se casaban, tenían hijos y se morían de viejos, y eso era todo para ellos, no necesitaban más nada ya que no tenían más por hacer.

    Poco a poco la ciudad se iba acercando al campo, las ambiciones de los empresarios los llevaba a expandir sus negocios y esto los hacía ir hasta donde hubiese gente, para ofrecerles todos esos productos que le dan solución y satisfacción a toda necesidad.

    Rápidamente fueron llegando los televisores, celulares, computadores y demás aparatos mágicos que llevan tanta felicidad a sus usuarios. Todas estas maravillas desataron el caos en la región debido a los costos que ellos implican y a la calidad de sus enseñanzas, pues ¿Quién controla a los que nos controlan? Y esto sin nombrar la calidad de la señal que por allá llega.

    Un buen día, Joselillo se despertó casi a oscuras, a tientas llegó hasta la cocina, puso a hacer el café de la mañana; salió a la letrina, y observó las estrellas que lucían radiantes como faroles colgados en las alturas.

    Los gallos cantaban como sin ganas, y empezaban la búsqueda de algo comestible entre las ramas secas fuera de la casa, hasta los pajarillos sacudían sus alas con pereza. Los ojos de Joselillo se abrieron como admirados, mirando y admirando tal escena, las estrellas se reflejaban en el agua de la pila donde intentaba lavar su cara, y retirar las lagañas de sus ojos aun en pijama.

    Joselillo escuchaba el suave murmullo de un sinfín de animales que empezaban la jornada, algo muy agradable, pues como música sonaba, mientras tarareaba alguna letra que dicha música le inspiraba; en su cabeza siempre había alguna melodía, que lo acompañaba.

    Joselillo fue hacia el fogón a reavivar el fuego con algunas astillas de leña que recogió del suelo, donde las tenía amontonadas. Al traspasar la puerta observó un viejo reloj colgado en la pared, el cual, las 3 de la mañana marcaba, mientras una polilla se atravesó en busca del fuego; ¡carajo¡ dijo con enojo, con razón que aun tengo sueño, es que todavía no ha llegado la madrugada.

    Joselillo miró el fogón y la olleta bullía el agua, olía a aguapanela, le echó el café y respiró su aroma con una ilusión muy emocionada.

    Un perro tímido, se aproximó al amo ante su llamado, se acurrucó a los pies del amo esperando las caricias que cada mañana, con los pies le daba. Batiendo suavemente su cola agradecía dichas caricias, cada madrugada. Era una mañana como todas las mañanas, sin embargo, Joselillo podía sentir algo más que lo animaba.

    Joselillo, un joven fuerte con ojos color miel, de lucha torpe pero fiera; despierto a todas las opciones de su mundo conocido y con deseos más allá de su humilde choza. Mal hablado, pero sin necesidad de palabras cuando se actúa.

    Una sensación extraña le conmovió las entrañas, cuando estaba tomándose su café, inmóvil se quedó cuando quiso moverse, consciente de que la muerte se le acercaba.

    La mano le templaba regándole el tinto del pocillo, en ese momento sacudió su cuerpo con la mente queriendo reaccionar a aquel momento, reaccionó con violencia y el pocillo fue a dar al suelo con todo y café. Sobresaltado golpeó su rostro queriendo despertar. Soy un adulto, se dijo, dando gemidos de aterrado.

    Sabía soportar el hambre y la fatiga, se sentía fuerte como un hombre de verdad, pero ahora estaba asustado, no sabía que pasaba dentro de él, tenia algo que lo hacía ver y sentir cosas extrañas.

    Su esposa aun no despertaba, era muy temprano como para levantarse de la cama.

    Joselillo se dio cuenta de su situación y tomo una decisión; emprendió camino, pues se sentía un problema para la comunidad. Luego de varios días de caminar, llegó al lugar con el que soñaba desde tiempo atrás, armó una cabaña con madera y se acomodó allí.

    La pobreza es el mismo pecado, pensó; todos los escándalos y muchos de los crímenes se cometen por la cruel necesidad de comer algo cada día. Se durmió buscando consuelo en los pocos centavos que le había dejado a su mujer en casa.

    Dispuesto a hacer algo mejor de lo ya hecho, se convirtió en una criatura asustada y furiosa a la vez. Había sido simple bestia de carga toda su vida, necesito cambiar mi situación, se dijo. Tomó una taza de chocolate y comió un bizcocho y salió a su aventura.

    Con aire de libertad se marchó a buscar fortuna en una mina de piedras preciosas a un día de camino de donde se encontraba.

    Todo el mundo tiene que trabajar para ganarse la vida, pero hay trabajos que no dan ni para comer, pensaba. Por eso desde hoy me considero un guaquero, en busca de mi tesoro, cuando lo halle, vuelvo a casa, pues más vale un pájaro en mano, que cien volando.

    Los mendigos habitan los escalones de la iglesia, los campesinos labran la tierra, pero ninguno obtiene el sustento para su casa. Lamentablemente en su cabeza está siempre puesto el sombrero de peticionario.

    Joselillo descendió lentamente hasta la playa donde se reúne gran cantidad de “caza fortunas” como él, con la ilusión intacta cada día de hallar la solución a sus males.

    La única cosa de valor que poseía en el mundo la había vendido con tal de salir en busca de un tesoro escondido en algún lugar, ya que la mentalidad del pueblo es tan sin sustancia como los espejismos del desierto.

    Hacía mucho tiempo que Joselillo tenía entre ceja y ceja, metida esta locura de buscar fortuna en este lugar perdido en medio de la anchura y la altura de las montañas.

    La luz se reflejaba a través de las aguas sucias del rio que bajaba de las montañas, en cuyo lecho se hallaban los escombros de la explotación minera que destrozaba a punta de dinamita las rocas montaña arriba.

    Durante años y más años los lugareños habían vivido de arrancarle las entrañas a la montaña, en busca de granos de oro, esmeraldas, diamantes, o cualquier otra cosa que le dejara alguna ganancia por su labor tan desalmada.

    Los peces que vivían en otros tiempos en ese río se habían tenido que mudar para los estanques que kilómetros abajo habían excavado quienes antes de los que estaban ahora, habían logrado sacarle algún fruto a sus largas jornada de rebusque.

    Joselillo se quitó camisa y pantalón y dejó su pertrecho junto al sombrero, en algún lugar que consideró seguro. Trabajó como todos sin mediar palabra con sus vecinos, para evitar algún tipo de malentendidos. Sus jornadas eran largas y extenuantes, desde el amanecer hasta el anochecer, y en algunas ocasiones, cuando la luna salía temprano, trasnochaba o madrugaba más que los otros.

    Se movía con precaución, para no levantar sospechas, con los pies sobre la tierra pues conocía las historias de terror que algunos contaban en su pueblo, sobre los guaqueros que habían hallado algo valioso. Con calma, en la luz o en las tinieblas, al sol o bajo la lluvia, seguía su jornada, con su alma puesta en el pueblo de sus amores y sin sabores.

    Por varios meses trabajó y sufrió hambres y dolores, y no halló nada de valor, únicamente ganó para comer algo en el día. Las probabilidades eran escasas, con tantos en la misma necesidad que él, la fortuna se hacía cada vez más esquiva. Como la necesidad era grande y su voluntad aún más, dedicó una noche entera a clamar al cielo, en busca de socorro para sus males, pidiendo y clamando con gran angustia y necesidad, hasta sentir un fuerte impulso de cambiar de lugar donde escarbar.

    Sin más espera, Joselillo cogió sus herramientas y sin que nadie se percatara, en medio de las penumbras de la madrugada, se escabulló montaña arriba hasta hallar una gran grieta por donde se profundizó en la montaña. Así empezó a cavar y a golpear las entrañas de la tierra, donde no había ningún otro mortal que lo observara. Ya con la tarde a cuestas, bajó a escondidas por otra salida distinta a la entrada, el sol dibujaba unas siluetas de sombras en la pradera por donde el río se adormilaba.

    Los hombres se preguntaban sin decir nada, ¿Dónde estará el hombre de la cara dura y ojos de tristeza trasnochada?

    Y como un milagro, a muchos se les destrabó la quijada, con murmullos e inquietudes comenzaron a sospechar. ¿Se habrá encontrado alguna fortuna, y por eso no ha venido a trabajar? Otros con menos sospecha decían ¿se habrá enfermado, o quizás de aburrido se fue a algún otro lugar?

    Nuestros primeros pensamientos generalmente no son tan buenos, la mente siempre mira en torno suyo con desconfianza, porque queremos ahogar nuestra propia tragedia con la de los demás.

    Al traspasar los lejanos horizontes con su mirada, la soledad no lo quería desamparar, parecía que hasta bien lejos lo deseaba acompañar. Sin remilgos, Joselillo se aventuró a la ciudad. Sin volver a su choza o a ningún otro lugar, donde lo hubiesen visto antes, para evitarse que lo fuesen a hallar.

    Ahora caminaba sigiloso pero un poco más seguro de su suerte, proyectaba una alegría mucho más real, sabiendo que en el camino alguien lo podría atracar. Sabemos que todos los días surgen fuerzas oscuras con el propósito de impedirle la alegría a quien se quiera alegrar, cuando triunfa por sus propios méritos, o cuando la fortuna lo ha venido a visitar.

    Todos sus proyectos podrían hacerse realidad, como también irse al traste, si a la ciudad no alcanzaba a llegar. Envolviéndose en su dura caparazón se aisló del mundo y por los montes y collados se deslizaba como culebra cuando encuentra que cazar.

    Creo que el hombre no puede vivir solo, se dijo. Tal vez esté tiempo a solas me ayude a mejorar mi relación con los demás, los vecinos y amigos, y hasta con mi mujer, si es que aún me quiere aguantar. Somos como una jauría, vamos de un lado para otro huyendo o buscando a quien devorar.

    Desde sus años mozos, Joselillo buscaba la felicidad, pero siempre le había sido esquiva, pues creía como todos, que solo con dinero en sus bolsillos se podía alcanzar.

    Devoraba Joselillo las legumbres que podía encontrar en sus largos trayectos de camino
    Hacia la gran ciudad, con algo de terror en su mirada, pensaba en si alguien le pudiese estar siguiendo. Joselillo tenía sospechas de que había coyotes que cazaban a quienes se desaparecían de las charcas sin previo aviso; aspirando los aromas de la brisa y escuchando con mucha atención los sonidos que le fueran extraños, escudriñaba la noche con sus cinco sentidos, dormía con un ojo abierto y el otro cerrado. Cuando escuchaba en medio de su sueño, que su esposa de decía: - ¡Joselillo, Joselillo! Entonces se levantaba.

    Pareciera que esto de la suerte es algo maldito – se dijo-
    No puede ser que cuando uno al fin obtiene algo, se tenga que enfrentar a tantos males y a tantos malos. Pero hoy es un buen día para lograrlo.

    Nuestros sentidos se enloquecen y nos ponen en peligro, la estabilidad y la paz espiritual se desaparecen en cuanto un hombre se aparta un poco del buen camino, ese que la sociedad nos dice que es el que debemos recorrer.

    En la primera hora de la mañana, Joselillo reanudó su camino a la ciudad, iba con la felicidad de poder vender su gema al mejor postor, sin importarle más nada, pues sabía que los traficantes de toda clase de piedras preciosas también lo querrían robar. Pero, aun así, se olvidaba de todos sus temores, para no mostrar agresividad.

    Al caer la noche volvió a probar bocado, ya muy cerca de la ciudad, Joselillo se escondió en medio de las tinieblas, en un bosque algo sombrío, pero para él, era seguro. Lucharé contra todo esto y ganaré, pensaba. Esta es mi oportunidad.

    Al primer canto del gallo, cuando ya el alba se acercaba, Joselillo recobraba su ánimo. Ya sólo le quedaba una cosa por hacer, entrar a la ciudad y vender su gema.

    Se acicaló un poco, lo mejor que pudo, y se fue sin detenerse en ningún lado, casi volaba, solo cuando llegó al lugar donde sabía que compraban este tipo de mercaderías, se detuvo y preguntó con voz reposada.

    ¿Es aquí donde compran piedras preciosas? Enseñándole las joyas en su mano.

    El hombre miró la gema en la mano de Joselillo, con sus ojos bien abiertos lo dijo todo sin palabras, y en voz baja afirmó: si señor, todo eso se lo compramos.

    Joselillo vio brillar su gran gema al lado de las otras piedras en su mano, y sintió paz. Permanecieron un buen rato con la mirada puesta en el mismo punto, y luego procedieron a negociar.

    Los sueños y deseos de un buen hombre, al fin se podían realizar, con una gran suma de dinero en una cuenta bancaria, y superados todos los obstáculos, a su casa regresó sin ningún pesar. Su esposa lo estaba esperando, y sin ninguna cantaleta lo recibió en la puerta, en su corazón sabía que, a su lado con dinero o sin dinero muy feliz sería.

    Por encima de los sueños siempre está la realidad, pero más vale insistir hasta que con buena música podamos bailar.

    JoseFercho ZamPer
     
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