1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

La lógica del asesino

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por penabad57, 25 de Junio de 2018. Respuestas: 0 | Visitas: 246

  1. penabad57

    penabad57 Poeta que considera el portal su segunda casa

    Se incorporó:
    6 de Enero de 2017
    Mensajes:
    8.922
    Me gusta recibidos:
    10.886
    Género:
    Hombre
    Esta mañana, al despertarme, vi sangre en mis ropas. No me asusté. Estoy acostumbrado. En mi trabajo de cirujano ver sangre es normal. Pero era extraño que estuviera allí, tan fuera de lugar, adherida a la parte de arriba del pijama, formando una mancha ocre a la altura del pecho, como si fuera un ornamento de la propia tela. Me levanté para examinarla y traté de recordar lo sucedido la noche anterior, buscando una explicación. Nada me indicaba su causa, pero en mi cerebro comenzaba a vislumbrar una idea, vaga todavía, sobre su origen. Era como una pequeña luz que brillara en el fondo de un pozo negro. Esta idea aún no concretada estaba formada por fragmentos inconexos de mi último sueño que se confundían con una realidad mal recordada. En ese proceso de superposición entre hechos soñados y memoria iba recomponiendo un puzzle que repartía sus piezas entre lo consciente y lo inconsciente. Para confirmar si esa visión nocturna había sido real necesitaba alguna prueba exterior que ratificara mis sospechas y ésta me llegó con el periódico de la mañana. Fue así como el descubrimiento de mi auténtico ser se reveló y como esa personalidad hasta entonces oculta adquirió de pronto los rasgos de una obsesión posesiva que maduraría en mi interior. La sorpresa de aquel asesinato tan prolijamente relatado en el que de alguna manera todavía inconcreta estaba implicado, me arrolló como un tren sin frenos. La angustia, de forma artera e inesperada, comenzó a subir como una espuma hasta mi mente a medida que leía los párrafos de la noticia y los confrontaba con mis visiones. Las manos me empezaron a temblar y todo mi cuerpo se quedó paralizado por el miedo. Traté de pensar en otra cosa pero la lucidez apareció como un sol revelador que confirmó mis pesadillas. Los detalles del último sueño se reproducían como una acusación en las páginas escritas.¿Qué extraña coincidencia existía entre sueño y realidad?¿Debía de creer en algún tipo de poder premonitorio que me hubiera permitido soñar con un crimen real o la explicación era mucho más sencilla y era yo el autor del asesinato actuando bajo alguna clase de inconsciencia que sobrepasaba los límites de mi voluntad? Eran preguntas que debía responder con premura, antes de que hubiera otra víctima, antes de que el sueño llegara de nuevo.
    Desconocía cual había sido el grado de mi participación en los hechos, por eso, la noche siguiente, como medida de precaución, decidí atarme cuidadosamente a la cama. No tardó en invadirme un sopor profundo y dormí, o eso me pareció, durante horas. Fue una medida inútil. Al despertarme de nuevo, me hallé liberado de las ataduras, y en mi mente se repitió el recuerdo de un sueño terrible. Esta vez había sido una niña estrangulada con una cinta del pelo. Una cinta rosa que ahora estaba atrapada entre mis dedos. Mi cuerpo tiritaba enfebrecido y un sudor tibio caía muy despacio por mi frente. No quise leer los periódicos. No los necesitaba para describir el suceso. Era yo mismo, mi propio inconsciente quien me traicionaba. En las noches siguientes los sucesos nefastos se sucedieron como una maldición. Cada vez los crímenes eran más espantosos, las víctimas más inocentes y los medios más infames. En la huella y en el procedimiento descubría la ironía que conocía tan bien porque era propia de mi carácter. Pero ¿hasta qué punto podía estar seguro de que era yo el autor?¿Bastaba la prueba física de una mancha de sangre o de una simple cinta de pelo para inculparme?¿Eran suficientes las presunciones, nunca enteramente fiables, de mis sueños? ¿Lo era esa extraña coincidencia del gusto y del carácter?
    Ella vino, como cada jueves, a visitarme. Tuve que echarla. No podía soportar que fuera el objeto de mi descontrol. No entendía mi actitud y tuve que decirle que estaba enfermo, que la posibilidad de contagio era muy alta y que mi enfermedad podía ser mortal. Al decir esta palabra mis labios temblaron, pues sabía que no estaba mintiendo. Un amargo sabor, como de sangre coagulada, se instaló permanentemente en mi paladar. La cabeza me dolía y era incapaz de pensar con claridad. En la biblioteca busqué algún libro que pudiera ayudarme a curar esa misteriosa enfermedad, pero no encontré nada que me sirviera. Cuando era joven tenia una pesadilla que se repetía constantemente. Era sobre un niño que se quemaba accidentalmente en el incendio de su casa. Un niño que se parecía a mí. No era la muerte lo que me producía horror, era el sufrimiento sin fin lo que conmovía mis entrañas. Aquellos ojos cubiertos de lágrimas, aquel grito desgarrador que iba muriendo en la garganta del niño. Hacia años que se había borrado este sueño, a cambio, se sucedieron otros sin conexión aparente, en los que de una u otra manera, estaba siempre presente la muerte ¿Por qué aquel sueño primero no se había cumplido? Vivía como en una penitencia purgando alguna desconocida falta.
    A partir de ahora debía aislarme, quizá si mi mente se vaciara, podría dejar de causar daño. No sabía que el aislamiento alimenta los recuerdos y que estos adquieren fuerza y vida propias cuando el nivel de atención por lo cotidiano no existe apenas. Esto era un peligro, no tanto para mí, cuanto para las personas que más habían llenado mi vida. Ellas libraban su lucha y yo libraba la mía. Muy lejos había quedado el tiempo de la inocencia, el presagio seguía el desarrollo predeterminado que el destino suele dar a sus querencias. En el papel de instrumento me hallaba, era la cruel conciencia de mi participación directa en esos hechos horribles la que me impedía permanecer al margen. Jamás huiría. Jamás renunciaría a encerrar en su jaula este demonio de sinrazón que me hacía culpable por mis obras o por mis visiones.
    Me despidieron del trabajo. Hacia dos meses que no iba. En la clínica me dijeron que no podían permitirse el lujo de pagar a quién no trabajaba. Lo comprendí, aunque ellos no sabían que les hacia un favor. ¿Un favor? Nuevas sensaciones aparecieron: la ira, el odio, el rencor, hallaron cauce, una forma de materializarse. Mis sentimientos traspasaban su propia corteza ilusoria y mi voluntad se disparaba hasta la más nítida concreción. Si, porque horas después, agotado por la larga vigilia, tuve un sueño en el que se me aparecieron las imágenes de una oficina. El doctor……., mi superior, trabajaba en su despacho, una contracción del rostro, rápida, insignificante, delató el suceso. Se llevó la mano a la espalda y notó la camisa empapada. Sus dedos teñían de tinte rojo las hojas de la mesa. Se dio cuenta de que iba a morir y el terror se apoderó de él. Había notado un pinchazo y al mirar al suelo vio la causa. Sobre la madera del piso, un estilete largo y muy delgado, se hallaba a su lado. Una vez más el sueño fue premonitorio y fue vengador. ¿Es que hasta los más insustanciales pensamientos podrían volverse una amenaza?.¿Cómo evitar el sentir, el pensar o el desear?. En tanto tuviera vida desearía, en cuanto humano estaba sujeto a cualquier pasión. Hay al menos dos formas de analizar lo evidente e irreparable. Una es negándolo y negándose hasta la misma auto extinción; la otra es utilizándolo. Las dos caras están ahí: bien y mal, dolor y placer.
    Hace mucho tiempo, cuando mi madre se hallaba en su lecho, ya agonizante, me había dicho: “me prometes que no le harás mal a nadie, que serás bondadoso con las personas”. Entonces creí que deliraba, pero empezaba a entender el significado de sus palabras, su temor y su presentimiento sobre lo que germinaría dentro de mí.
    La debilidad, por momentos, se volvía fuerza. No podía evitar el crimen pero tal vez pudiera elegir a la victima. Mi perspectiva estaba cambiando, empezaba a ver las ventajas de esta extraña facultad, terrible y al mismo tiempo liberalizadora. Ahora podía memorizar los sueños, porque estos parecían estar en un nivel de conciencia permanente, en el estrato más real de mi mente. Tenían vida y se reproducían una y otra vez. Es así como empecé a encontrar conexiones entre los últimos crímenes. Casi no recordaba al hombre que me había insultado en la cola del autobús, y la niña, era aquella insoportable muchacha de voz aguda que martirizaba a su madre con estúpidos caprichos. Lo de mi superior era evidente, no necesitaba explicación, ni tampoco el arma homicida, aquel precioso abrecartas de estilo portugués que guardaba en mi escritorio. Parecía como si mis sueños llevaran a su término los anhelos ocultos de una venganza instintiva.
    Debo decir, antes de proseguir, que mis vinculaciones personales son mínimas. Ya no tengo parientes. Sólo a una persona quisiera alejar de este infierno. Ella confía en mí y eso me hiere todavía más.
    El asesinato es fácil. Es como jugar. Si se prepara con la suficiente precisión, su ejecución es simple. La idea es lo complejo, no su plasmación. Los criminales se delatan porque pierden el control sobre si mismos, pero eso no me ocurrirá a mí, pues la desesperación me invade y todo mi obrar es conciso. Planearé mi próximo sueño al detalle. Haré un planteamiento inverso, revisionista. Como si todo hubiera salido mal. Utilizaré la defensa y no el ataque, así encontraré la perfección y con ella el olvido.
    El sol luce. Es tan límpido, tan puro y transparente. La inocencia de este cielo azul me escuece y los sonidos que me llegan de la calle me resultan insoportables, provocadores. ¿Quién puede creer en esta falsa apariencia de un mundo inocente?. Cualquiera mataría si tuviera valor. El odio y la venganza pesan mucho más que el amor, las máscaras ¡son tan indecentes!. Pero todos la llevan con orgullo. Como si fuera algo natural y digno ¡hipócritas!. Falsedad, opacidad del instinto, el artificio se ensalza en detrimento del más natural impulso. El lenguaje, otro hábil manipulador, esconde la verdad instintiva. Se dice lo que se quiere oír y se traiciona la pureza del pensamiento. Ya no oigo, ni veo, la carne es piedra y los seres estatuas. Siento, como desde los poros de mi piel, crece la urgencia. Las manos que creí hechas para la caricia tienen reflejos púrpura. Nunca había prestado atención a los sueños. Hasta ahora me fueron indiferentes. No podía sospechar su condición premonitoria, su honda integración con la más terrible realidad. Algunos hablarían simplemente de pesadillas. Pero yo sé que tiene más que ver con una suerte de predestinación, con la inevitable y fatal plasmación de los hechos.
    A los treinta años todavía no había aprendido a mentir. Ella había llamado ayer por la noche: “Te ocurre algo. No sé nada de ti desde hace días”. “No pasa nada-le dije- es que he tenido mucho trabajo”. No mentía. Trabajo era encontrar una salida en este laberinto en que me hallaba. Un temor fue creciendo. Su preocupación era espantosamente maternal. ¿No había sido mi madre cruel, no me había amordazado cuando era niño, tal vez para reprimir lo que ya vislumbraba? De pronto sentí el peligro: ¿es que se iba a convertir en una segunda madre, tan atosigante como la primera? Lo premedité todo concienzudamente. No había otra solución. Ella estaba enferma, contagiada por mi mal, un mal que se había vuelto el suyo. Lo haría sin dolor, como si la transportara suavemente, en una alfombra mágica, hasta las puertas del cielo. Mis conocimientos de farmacología siempre me habían parecido poco útiles, pero por una vez iban a servirme. Recordé algunos preparados que a base de la combinación de ciertas sustancias producían un veneno eficaz e indoloro. Aquella misma tarde la llamé. La cena fue deliciosa y mi compañía agradable. No notó nada extraño y a las pocas horas empezó a marearse hasta que perdió por completo la conciencia. El resto fue un camino rápido hacia la extinción. Era necesario. Yo la quería y el dolor me quemaba, pero el riesgo era demasiado grande para ser afrontado. Su actitud, sus gestos, su voz imperiosa. Ahí estaba su mal. Las personas son personalidades. Lo físico es mera anécdota, pues lo que queda, lo que define a cada uno es su forma de comportarse en su relación más estrecha con los allegados, y en la mía con ella había visto los primeros signos de la putrefacción.
    Nunca es tarde para que la luz nos ilumine, para que el destino cumpla su sentencia en cada uno de nosotros y para que, en cierto modo, recuperemos nuestra identidad. No podía sentir dolor. Sólo guardaba un atisbo de asombro, como cuando erróneamente al mentir decimos la verdad, o como cuando los sentidos nos juegan una mala pasada y creemos sentir amor cuando en realidad sentimos odio.
    Mi aislamiento era ya total. ¿Hacia donde verter este torrente vengativo que amenazaba con romper las paredes de mi corazón? Un padecimiento crónico, una angustia versátil fue apoderándose de mi. Sufría extrañas alucinaciones. Los objetos adquirían vida, se volvían agresivos. Voces e imágenes me sorprendían y me irritaban con su inacabada burla. El círculo se iba cerrando. Volví al pasado como guarida. A ese tiempo en que desconocía todavía el valor redentor del sufrimiento. El mar palpitaba, la luz, intensa como nunca, taladraba la epidermis del agua. Pobladores de mitos jugaban en las cercanías de mis sueños, de mis otros sueños. La belleza se estiraba con toda su pereza sobre una tierra entregada, y yo era feliz. Pero hay un tiempo para la ingenuidad y hay un tiempo para la conciencia. Yo disfruté con lo que me rodeaba, pero un día tuve que ver mi rostro y reconocerme en lo que soy. El mundo entonces se convirtió en una enorme sala de operaciones donde los miembros enfermos debían seccionarse, y donde el mal debía tratarse con otras dosis de mal, única forma de erradicarlo.
    Un día me corté un dedo mientras cocinaba. Lo miré y miré mi mano culpable. Pensé en dios, en su omnisciencia y comprendí la necesidad de la condena. ¿Cómo permitir que un ser como yo viva? La conciencia volvía como una fuerza regeneradora. Era un preludio. El descanso que precede al acto final. Estaba solo ante el sacrificio. El horror estaba ahí, persiguiéndome, acusándome. He sido un ser racional. Aún lo soy. La razón me dice que soy un enfermo, no un criminal. Pero la culpa me quema como si un ácido corrosivo dormitara en mi estomago. Es un privilegio sellar el capricho de un nacimiento o el azar de una muerte. La prepararé como si fuera la de otro. No quiero excusas. El mal creció. Primero fue una duda. Una noticia que resulta ser una coincidencia. Luego se encuentra una explicación y la corriente te impulsa hasta que no puedes ir más allá, porque necesitas un límite, una frontera que está en ti o quizá en dejar de ser tú.
    He visto muchos borrachos con la mirada perdida y el habla pastosa. He conocido pobres que paseaban su pobreza con dignidad, sin pedirle nada a nadie y he simpatizado con ellos. Hasta ahora no había conocido a un asesino y la fría razón que le asiste me repele.
    No quiero morir porque la antigua moral lo exija. Es de justicia que así sea pues nada me ha agredido tanto como yo mismo, nada me ha humillado tanto como mi simple existir. Así que mis sueños serán justos como siempre lo han sido. He de llevar mi lógica hasta las últimas consecuencias. En este desdoblamiento reconozco mi parte de víctima. Sigo el camino del último sacrificio. Aquel en que la inmolación brilla como una insolente lengua de fuego. En mi alma llevo intacto el orgullo. Esta noche mi sueño volverá a ser vengador. He visto las imágenes que cobrarán vida. Su resplandor, porque solo he visto el germen, el inevitable origen del desarrollo gradual. Me entrego. Soy el epicentro de este volcán asesino y en la doble faz que sobrevivo represento el acto postrero. He destruido sin que mi auténtica voluntad mediara. He servido a los designios de la consumación. Ya no me siento culpable. La culpa no existe para quien en la balanza de la muerte pone su propio peso. He matado, sin conciencia y con ella, eso no importa. Probablemente cada cual es deudor de sus merecimientos. En brazos del suicidio, hambriento de rendición, soy justo y soy lógico. He encargado para mañana las flores que adornarán mi tumba y allí estaré, sin falta.
     
    #1

Comparte esta página