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La máscara (una broma del destino)

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Andreejupiter, 2 de Noviembre de 2015. Respuestas: 2 | Visitas: 1019

  1. Andreejupiter

    Andreejupiter Poeta recién llegado

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    Abrí mis ojos una noche de octubre; un treinta y uno, a un cuarto para la media noche, para ser más concretos. Hallábame yo, como cualquier noche, recostado en mi cama, cuando un putrefacto olor llamó mi atención. Recuerdo haber dado un brinco hacia afuera de la cama en busca de la procedencia de tan insoportable fragancia.

    Empecé a registrar mi alcoba enloquecidamente cuando me percaté de que, de un sarcófago heredado de mi abuelo que yacía en una esquina, se desprendía un aura extraña, casi fantasmagórica, y que, por alguna extraña razón, sentía que me llamaba.

    Es sumamente extraño, pero la verdad es que, por más que intento, nunca logro recordar el rostro de mi abuelo, ni aún el mío, pero sigamos con mi historia. Me acerqué al sarcófago casi involuntariamente, pues una fuerza maldita me tenía hipnotizado y me arrastró hacia él. Una vez a sus pies, como por propia iniciativa, aquel sarcófago abrió su puerta y desprendió una fétida esencia. Era insoportable, como si el olor a almizcle se hubiese fusionado con la carne descompuesta de animales muertos. Sentíase una presencia oscura y depravada, pero excitante por momentos.

    Una vez que mi nariz se adaptó a aquel aroma, mis ojos se vieron capaces de asomarse por vez primera a la razón de mis desdichas: No se encontraba nada en el interior más que una máscara dorada, con un ligero quiñe por debajo de donde se situaría el ojo izquierdo. Me sentí atado a probármela, sin saber que en ese momento sellaría mi destino para siempre.

    Una vez sobre mi rostro, aquella máscara de brillo glorioso se ajustó, de manera automática, a las medidas de mi faz. La sentí perfecta, como si fuera ya parte de mi rostro, como si hubiese sido creada por los ancestrales artesanos egipcios con la intención de encajar en mi rostro. Dicha máscara me llenó de un sentimiento de profunda confianza y éxtasis, de modo que decidí salir a las calles a mostrar imponente figura, a pesar del ligero vértigo que empecé a sentir.

    Para el momento en el que salí de mi morada, serían quizás las doce y tres cuartos de la noche, mientras empezaba mi pesadilla. Mi primera impresión del exterior fue fantástica: Las calles estaban sumergidas bajo un filtro color morado, desoladas e inhabitables. A pesar de ser una fecha festiva, no me encontré con ninguna persona. Ya que deseaba encontrarme con los pintorescos disfraces de los niños pequeños, mientras rondaban las casas en busca de sus deliciosas recompensas. Sin embargo no encontré nada.

    Seguí mi paso en busca de aquellas graciosas personas a lo largo de la avenida. El filtro morado que afectaba mi vista no había cesado, pero ya me había acostumbrado a él para ese entonces. Lo siguiente en mí fue una segunda sensación estrepitosa: A lo largo de aquella avenida empecé a sentir mi paso indiferente, como si caminase sin ningún fin, caminando, pero sin moverme realmente. Mientras tanto, empecé a sentir como los arboles llenaban una fila larga de un lado y del otro, mientras se mecían en un movimiento pendular, acercándose y alejándose mientras reían, con caras irónicas y grotescas. Su movimiento era fantasmagórico y malintencionado. Sus miradas y sus ligeros acercamientos empezaron a inquietarme. El espacio se tornó más oscuro de lo habitual. Mis intentos de mantener la calma colapsaron y empecé a correr despavoridamente.

    Después de un rato recobré la cordura – o lo poco que me quedaba aún de ella – por fin pude vislumbrar la festividad en su apogeo. Se hallaba todo el pueblo en la plaza, a unas cuadras de donde había tenido mi primer episodio. Me sentí a salvo, quizás muy deprisa, pues lo que continuó no tuvo razón alguna. A lo lejos podía creer de aquella festividad como algo agradable, en donde adultos, jóvenes y niños reían y jugaban jovialmente; pero mientras me acercaba la cosa se tornaba cada vez más turbia. Cada paso atenuaba un espectro oscuro que se apoderaba poco a poco con forme avanzaba hacia la escena. Poco a poco, mientras me acercaba, aquellas figuras tiernas de querubines agradables empezaron a transformarse en pequeños seres odiosos y gritones; los disfraces que parecían más divertidos se volvían infames; los personajes femeninos se volvían vulgares y desagradables. Todo en medio de un griterío y una escena lasciva y discorde; sin embargo, el que más espanto me resultaba era uno que estaba sentado en un trono elevado, con una mirada hambrienta, insaciable y maligna; con una silueta que no permitía distinguirlo bien, sin embargo se presentía terrorífica.

    Una vez ahí, el terror me paralizó. Mi presencia llamó la atención de aquellos seres diabólicos. Empezaron a acercarse a mí, sudorosos, mientras desprendían otros fluidos viscosos de sus pieles escamosas, asquerosas. Se acercaban a mí y volví a sentir esa desesperación y ese impulso de correr, pero fue en vano, mis piernas estaban acalambradas y aquellas bestias me tenían rodeado, sin escapatoria. Se acercaban tan odiosos y atrevidos, mientras hacían una especie de danza vulgar y profana. Sentíame en medio de una orgía sacra de la cual no encontraba escapatoria; una especie de ritual demoniaco en el cual yo era la ofrenda, e iba ser ofrecido a aquel tirano que se encontraba en el trono.

    Mi corazón empezó a latir fuerte. Sentí empalidecer mientras me tomaban de las muñecas y me arrastraban hacia el maligno. Sentí una brisa gélida a lo largo de mi cuerpo, arterias y venas. Finalmente llegué hacia aquella enigmática figura. Aún a metros de él no pude distinguir su fisionomía. Su mano se elevó de su reposo en el trono y se acercó lentamente hacia mi rostro – o lo que yo creía era mi rostro en ese momento – y, cuando estaba a milímetros de tocarme, caí inconsciente.

    A la mañana siguiente desperté de golpe, como despertando de un mal sueño. Me alegré por un momento al pensar que todo había sido producto de una retorcida imaginación mía. Caminé, mientras trataba de tranquilizarme, hacia el baño que se encontraba en la habitación de al lado. Miré a mi espejo y al ver mi reflejo todo el miedo golpeó a mi cerebro de manera contundente: aquella máscara maldita se postraba sobre mi rostro. Con el fin de acabar con mi terror me deshice de la máscara. Una vez más, me sentí aliviado, pero solo unos instantes, unos pequeños instantes, mientras mi reflejo me revelaba mi maldición. Al volver mi mirada al espejo caí en cuenta de que mi rostro había desaparecido, y que no volvería jamás.
     
    #1
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  2. dragon_ecu

    dragon_ecu Esporádico permanente

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    Es una llamativa lectura pero me sembró una duda: Si el rostro desapareció...¿como podía verse?

    Saludos.

    Dragon Ecu
     
    #2
  3. Andreejupiter

    Andreejupiter Poeta recién llegado

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    No podia verse el rostro. Esta es mi imagen de como se vió por ultima vez al espejo
     

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