La mujer del bosque

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Gracias Julio, celebro que te haya gustado. Un abrazo, amigo poeta.

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Gracias Gonzalo. Un fuerte abrazo de amigo.

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Osa dijo: ↑

Eladio, amigo hermoso,

Eustaquio tuvo un sueño pero la realidad que vivía era más atroz que la pesadilla. En el sueño vio un perro que lo asustaba y en la realidad vio nada mas y nada menos que el espiritu de Gabino. Me pregunto.... a veces la realidad no es más cruel y despiadada que la fantasía? Buenas reflexiones siempre salen de tu verbo mi precioso amigo. Abrazotes del tamaño del universo con todo mi cariño.
Clau :::lengua1:::

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Cierto mi querida Claudia, es verdad que algunas veces la realidad supera a la ficción. Siempre intento sorprender en mis relatos, aunque no siempre lo consiga. Gracias por tu amistad sincera. Un fuerte abrazo y un beso.

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Gracias por tu comentario amiga Ire. Un fuerte abrazo, linda poetisa.

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Gracias marea nueva, celebro que te haya gustado mi relato. Un abrazo y un beso.

lluvia de enero · 7 de Diciembre de 2011

Siempre me impresiona leer tus relatos. Has hecho un buen trabajo, gracias por compartirlo.

Un beso, dulcinista.

PITEIRA · 7 de Diciembre de 2011

Un relato trepidante. Interesante la repetición de esa mirada "flamígera".
Mis estrellas para este estupendo relato, Eladio.
Salud.
Xosé.

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Gracias por comentar mi relato marea nueva. Un beso querida poetisa.

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Gracias huellas por tu comentario. Un beso.

darling · 7 de Diciembre de 2011

bastante intenso me gusto muchooo sigue haci

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Gracias por tu comentario amigo Césarfco. Un abrazo, poeta.

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Me hace muy feliz verte de nuevo por mis relatos mi estimada Ránula. Gracias amiga por tu amistad y fidelidad. Un beso.

dulcinista · 7 de Diciembre de 2011

Gracias por tu comentario mi estimada mary mura. Un abrazo.

ministro oskuro · 8 de Diciembre de 2011

dulcinista dijo: ↑

Eustaquio Ezeiza vivía en una cabaña rodeada por un frondoso bosque. Una noche, al volver del pueblo, extravió el rumbo. No creía lo que le estaba pasando. Conocía aquel bosque como la palma de su mano. Le echó la culpa de su extravío a la espesa niebla que se había levantado. No reconocía el lugar; hasta los árboles eran distintos. Era otoño. El viento arrastraba las amarillentas hojas de los árboles. Le pareció ver pasar junto a él una sombra. Oyó un grito a su espalda. Vio un resplandor a lo lejos. Se acercó a él. Llegó hasta un pozo. Un perro dormía junto al brocal. Una mujer surgió de entre los árboles. Era hermosa y esbelta. Le pidió que la siguiera. Lo hizo. Llegaron a una explanada sin árboles. Entraron en una cabaña. Le asombró lo que vio en ella: un hombre y una mujer forcejeaban entre sí; la mujer era la aparición del bosque y el hombre era él mismo. Miró a su acompañante. Había desaparecido. Seguía viéndose a sí mismo peleando con la mujer. Vio cómo la aparición, que era él sin serlo realmente, la mataba. Vio el cuchillo clavado en el corazón de la mujer. Huyó despavorido. Le pareció que algo o alguien lo perseguía. Vio al perro que dormía junto al pozo siguiendo sus pasos; sus ojos, de un penetrante color rojo, desprendían un brillo flamígero; lo perseguía con una insistencia de fiera. Oyó gritos en la profundidad del bosque.
Cuando abrió los ojos lo primero que vio fueron las relucientes estrellas. Se había quedado dormido bajo un árbol. Pensó en lo extraños que son algunas veces los sueños. Pensó en lo agradable que era reconocer nuevamente el bosque por el que tantas veces había transitado. Se sintió a salvo de todo. Se alegró de poder volver a casa. Oyó ladridos de perros y gritos de personas. Supuso que lo estarían buscando al haberse perdido. Se alegró de que todo volviera a la normalidad. A lo lejos, divisó a los hombres y a los perros. Como un relámpago, cruzó por su mente la verdad: no lo buscaban, sino que lo perseguían. Recordó lo sucedido la noche pasada: en un ataque de celos había matado a la hija de Gabino Oquendo, el que fuera médico del pueblo, ya fallecido. Cada vez estaban más cerca los perseguidores. Se dio la vuelta pensando en huir. Frente a él había un hombre; sus ojos, de un penetrante color rojo, desprendían un brillo flamígero. Eustaquio se quedó paralizado por el terror. El hombre tenía el mismo rostro que Gabino Oquendo. Lo agarró de un brazo y lo arrastró hasta un pozo escondido en la espesura del bosque. Lo arrojó dentro. No gritó ni opuso resistencia porque antes de ser arrojado al pozo ya estaba muerto. Como la muchacha que yacía dentro y que él había asesinado la noche anterior. Muerto el cuerpo en el pozo y el alma sufriendo en el infierno.

Eladio Parreño Elías

20-Septiembre-2011
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amigo mio siempre entretenido sus relatos que expresan mucho me encanta el toque que le das a tus escritos.....gracias por invitarme a leerte le dejo estrellas y que siga produciendo letras........saludos....

dulcinista · 8 de Diciembre de 2011

Gracias mi estimado ministro oskuro por tu fidelidad con mis letras. Un abrazo de amigo.

fiores · 8 de Diciembre de 2011

Que terribles cosa son los celos, me encanto tu relato, siempre te mantiene en suspenso. (aqui entre nos.. confieso que estoy esperando ver que cosa escribiras para Navidad jeje) Un abrazo con cariño querido amigo.

Paula Sabina · 8 de Diciembre de 2011

dulcinista dijo: ↑

Eustaquio Ezeiza vivía en una cabaña rodeada por un frondoso bosque. Una noche, al volver del pueblo, extravió el rumbo. No creía lo que le estaba pasando. Conocía aquel bosque como la palma de su mano. Le echó la culpa de su extravío a la espesa niebla que se había levantado. No reconocía el lugar; hasta los árboles eran distintos. Era otoño. El viento arrastraba las amarillentas hojas de los árboles. Le pareció ver pasar junto a él una sombra. Oyó un grito a su espalda. Vio un resplandor a lo lejos. Se acercó a él. Llegó hasta un pozo. Un perro dormía junto al brocal. Una mujer surgió de entre los árboles. Era hermosa y esbelta. Le pidió que la siguiera. Lo hizo. Llegaron a una explanada sin árboles. Entraron en una cabaña. Le asombró lo que vio en ella: un hombre y una mujer forcejeaban entre sí; la mujer era la aparición del bosque y el hombre era él mismo. Miró a su acompañante. Había desaparecido. Seguía viéndose a sí mismo peleando con la mujer. Vio cómo la aparición, que era él sin serlo realmente, la mataba. Vio el cuchillo clavado en el corazón de la mujer. Huyó despavorido. Le pareció que algo o alguien lo perseguía. Vio al perro que dormía junto al pozo siguiendo sus pasos; sus ojos, de un penetrante color rojo, desprendían un brillo flamígero; lo perseguía con una insistencia de fiera. Oyó gritos en la profundidad del bosque.
Cuando abrió los ojos lo primero que vio fueron las relucientes estrellas. Se había quedado dormido bajo un árbol. Pensó en lo extraños que son algunas veces los sueños. Pensó en lo agradable que era reconocer nuevamente el bosque por el que tantas veces había transitado. Se sintió a salvo de todo. Se alegró de poder volver a casa. Oyó ladridos de perros y gritos de personas. Supuso que lo estarían buscando al haberse perdido. Se alegró de que todo volviera a la normalidad. A lo lejos, divisó a los hombres y a los perros. Como un relámpago, cruzó por su mente la verdad: no lo buscaban, sino que lo perseguían. Recordó lo sucedido la noche pasada: en un ataque de celos había matado a la hija de Gabino Oquendo, el que fuera médico del pueblo, ya fallecido. Cada vez estaban más cerca los perseguidores. Se dio la vuelta pensando en huir. Frente a él había un hombre; sus ojos, de un penetrante color rojo, desprendían un brillo flamígero. Eustaquio se quedó paralizado por el terror. El hombre tenía el mismo rostro que Gabino Oquendo. Lo agarró de un brazo y lo arrastró hasta un pozo escondido en la espesura del bosque. Lo arrojó dentro. No gritó ni opuso resistencia porque antes de ser arrojado al pozo ya estaba muerto. Como la muchacha que yacía dentro y que él había asesinado la noche anterior. Muerto el cuerpo en el pozo y el alma sufriendo en el infierno.

Eladio Parreño Elías

20-Septiembre-2011
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Nunca dejas de sorprenderme. Maravilloso. Un abrazos.

humanoide · 9 de Diciembre de 2011

Dulcinista...

El bosque siempre oculta secretos insospechados, secretos que gritan por la noche para ser escuchados, porque siempre hay alguien a la lejanía dispuesto a escuchar.
Junto a mi desierto, muy muy cerca, existe el bosque de mis recuerdos y este, como los demás, oculta parte de mis secretos que aun no han sido develados, quizá el eco de los mismos se encuentre en estos momentos persiguiéndome, o quizá, solo este esté esperando quien le escuche.
Excelente tu relato amigo.

PatrizziaMoraty · 9 de Diciembre de 2011

Eres simplemente un genio literato.
Abrazos y mi admiración eterna.

Sheyla · 12 de Diciembre de 2011

ahhhhhh...me gusta todo,la intensidad,la manera como el lector corre contigo, el final, no me convence, eso que se tortura en el infierno, no lo se...
sin embargo el giro que das, de la aparente calma, cuando despierta y cree que ha sido sueño, para volver al clímax de la obra,eso me gusta mucho...

genial como siempre.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias maese jorsan por tu comentario. Un abrazo, amigo.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias lluvia de enero por tu comentario. Un beso linda amiga.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias amigo PITEIRA. Un abrazo, amigo poeta.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias darlind por tu comentario, celebro que te haya gustado mi relato. Un abrazo de amigo.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias amigo ministro oskuro por tu comentario. Un abrazo, amigo.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias amigo fiore por tu presencia en mi relato. Un beso linda amiga.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias Paula Sabina. Un beso linda amiga.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias amigo humanoide por tu comentario. Un abrazo hasta tu oscuro planeta de tinieblas.

dulcinista · 13 de Diciembre de 2011

Gracias Patrizzia por tu presencia aquí. Un abrazo.

dulcinista · 18 de Diciembre de 2011

Gracias azulaurora, celebro que te haya gustado mi relato. Un abrazo, poetisa amiga.

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