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La mujer que robaba rosas.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Eloy Ayer, 2 de Febrero de 2024. Respuestas: 0 | Visitas: 92

  1. Eloy Ayer

    Eloy Ayer Poeta recién llegado

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    No te creas que con todo eso por aquí y todo eso por allá, le costaba mucho salir a dar esos pequeños paseos fuera de la casa, sujetaba con tenacidad el bastón y a pasos lentos dejaba el patio y salía a la calle.

    ¡Qué mañana tan hermosa!, debía pensar siempre y que acaso le gustaría conservar sus fuerzas de la juventud para disfrutar mejor de la mañana, no ese continuo renquear de un lado a otro y calcular al mismo tiempo hasta donde llegaría con su intento.

    Después se lo impuso como una obligación, un deber religioso: algunas de las tardes salía y volvía con una rosa, unas veces blanca, otras roja, otras amarilla y recordaba una vez más que en el “otro barrio”, el antiguo, el de abajo, había desde hace muchos años un rosal de flores olorosas y que ya el cuerpo no le daba para llegar tan lejos.

    Aún se la puede ver cerrando la puerta del patio con su rosa en la mano y el bastón en la otra.

    Había algunas cosas, sin embargo, que le tenían sin cuidado, los destruidos rosales de sus vecinos, por ejemplo. Unas plantas que se las veía cuidadas, algunas de ellas cuyos dueños venían de la ciudad, desde lejos, exprofeso para cuidarlas y que más tarde se encontraban las guías de los rosales rotas y desquiciadas, sin el fruto, y se pararían a pensar en el furtivo ladrón de rosas, por qué aquellos rosales que estaban más cerca de la valla habían sido saqueados.

    Pero nadie se atrevió a decirle nada a la mujer que robaba rosas, lo mismo podía haber robado azucenas o gladiolos.

    Es que parecía que siempre era la última, así lo parecía y así se lo decía a sí misma cada tarde, cuando volvía a casa con su rosa y despacito, despacito la colocaba en un frasco junto a otras rosas y una rama de hierba buena.

    Era acaso la primavera, un lugar de los últimos, que ya no habría más primaveras, ni más estaciones y eso, todo, dejaría de molestarla para siempre.

    ¿Por qué robas esas rosas?, le pregunté. Pero no llegó a encontrar una respuesta y con toda seguridad me consideraba un loco cuando se lo preguntaba. Y le decía que tuviera cuidado pues los vecinos podían quejarse.

    Acaso fuera la vida como una bolsa de aire a punto de crear una estrella o fuese la última de las mujeres o algo infinitamente más simple, un mirarse a sí mismo, reconocerse y preguntarse al final, qué cosa tendría más valor, si la rosa, o la mujer que robaba rosas.

    Encontraba un placer especial al hacerlo, si esas rosas hubiesen crecido en su jardín no le hubiese sacado tanto gusto, la aventura cotidiana de salir a la calle, perderse por la acera hacia las casas vecinas, era para ella una increíble aventura. Llegaba a la verja, observaba cual de los rosales había florecido y sin más arrancaba la rosa. U otras veces que se la veía sentada en el borde de la valla observando la rosa, tranquila, pues sabía que la casa estaba deshabitada, se quedaba un rato allí, contemplando la rosa o trataba de encontrarle algún olor.

    Esas rosas no huelen, le decía yo, cuando regresaba a casa, son bonitas pero no huelen, se parecen a alguna clase de vida o suceso, pero ella me contaba que sí que olían y que además las rosas no tienen dueño, que no son de quienes las cuidan, sino un poco de todo el mundo o de algún fantástico dueño o dueña más allá de cualquier frontera.

    En eso quizás tenía que estar de acuerdo, en definitiva, acaso las rosas sirvan solo para eso, para robarlas y mirarlas.
     
    #1

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