La niña de las trincheras

Tan pequeña, con su alborotada melena áurea y mirada torva,
clava sus pupilas asustadas e inquisitivas en las mías.
El hielo latente que transmiten sus manitas yertas y frías
aguijonea sin compasión mi frente doliente y estoica.

Tan semejantes ambas, pero también tan distintas,
como una suerte de émulo invertido en el espejo
nos brindamos un aliento que nos falta; apenas un centelleo
de épocas pasadas, de otras realidades más sencillas.

Ay, mi niña querida. Mi pequeña extraviada y herida.
Mi intrépida amazona de grandes, tristes ojos azulados,
agazapada bajo estrellas que centellean en techos abovedados
y que le prestan su nombre, mas no su rutilante energía.

No podía encontrarte en medio de esta guerrilla
sucia, sangrienta, suicida y, por demás, inmerecida
que se arrastra en fosas de ponzoñosos recuerdos olvidados
y que nunca se termina, en liza perpetua contigo misma.

 

Desafortunadamente, así es. Muchas gracias, Maramin.