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La primera vez que me suicidé

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Pessoa, 14 de Septiembre de 2021. Respuestas: 1 | Visitas: 399

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    LA PRIMERA VEZ QUE ME SUICIDE
    (Relato humorístico.surreal)

    Desconozco si habrá literatura científica acerca de la posiblidad de reencarnación, en el sentido más material y fisiológico, del ser humano. Tan sólo conozco, y ya se que es pura leyenda y cuento para niños, la de las siete vidas de los gatos. Pero en mi calidad de sujeto agente y paciente quiero contar mi experiencia como suicida consumado y la insistencia del agente vital que me sostiene en no dejarme ir al más allá.

    Han sido varias las veces que he tratado de abandonar esta vida mediante el explícito método del suicidio. Hasta ahora -y van cinco veces- me ha sido imposible conseguir consumar el ciclo completo y pasar al otro mundo, que yo presumo mejor. Esta es la narración de mis recuerdos de aquella “primera vez”.

    Son, en mi caso, muchas y variadas las causas que me han impelido al suicidio; situaciones límites debidas a mis fracasos en mi proyectos como ser humano. Sentimentales, morales, ruina material... Cuando ya corté, o me cortaron, las ataduras que me hacían dependiente de mis padres y otras relaciones familiares, sentí esa desagradable sensa
    ción de vacío, de polluelo de águila que está llamada a ser reina de los cielos y lo primero que le ocurre es darse un tremendo batacazo al tratar de abadonar el nido. Pero las águilas están mentalmente preparadas para esta situación, va en su ADN. No así los seres humanos, a quienes se les exige un período más o menos prolongado para “adquirir experiencia”.

    Y con esta falta de preparación en cualquier faceta de mi vida me lancé a vivirla, dejando y cambiando radicalmente lo que ahora ha dado en llamarse mi “parcela de confort.” Pronto las rozaduras, las escorificaciones, incluso los mordiscos con pérdida de masa que mermaron mi fuerza espiritual, me hicieron ver que aquello era más duro y difícil de lo que había previsto.

    El episodio que determinó mi decisión de abandonar ese mundo por primera vez fue de tipo sentimental, una decepción amorosa. Yo creo haber sido una persona temperamental, movida por las pulsiones y muy sensible a las emociones. Pongo en ellas tanta empeño y esperanzas que sus fracasos me producen (producían, al menos, en aquella época) tremendos fiascos que vaciaban el sentido de mi vida.

    La primera mujer que se cruzó en mi vida y me hizo pensar en las delicias del matrimonio, en las que nunca había meditado sensatamente, sino sólo desde puntos de vista románticos y hedonistas, fue una especie de Dulcinea a la que mi imaginación enfebrecida (nunca todavía había siquiera rozado la suave piel de una mujer) adornó con toda clase de exquisiteces y aderezos, que sólo conocía por lecturas más o menos calenturientas; atardeceres en románticos parques, paseos bajo las frondas olorosas de las riberas del río, visión distorsionada e idealizada de los que para mí eran sus adornos físicos... toda la irreal parafernalia que me hizo entronizarla como ideal de mi vida.

    Cuando nuestra unión como matrimonio se consumó la realidad empezó a asomar, desbordada, por puertas y ventanas y, sobre todo, en el lecho conyugal. En pocos meses toda aquella alharaca de excelencias se vino atronadoramente abajo. Y me quedé frente a un paisaje sórdido, monótono y miserable. Por primera vez había situado mis expectativas muy encima de la realidad. En una nube que creí brillante y resultó ser de cicatera tormenta.

    En mis cada vez más dilatados paseos de regreso al hogar, convertido en duro amarre, meditaba en cómo liberarme de aquella insoportable cárcel. En aquella época el mecanismo liberador del divorcio todavía no existía; los amarres de la religión eran, además, amarres sociales de una rigidez y eficacia increíbles. El único recurso era utilizar mi propia vida, prescindir de ella para liberar el espíritu que, encarcelado en mi cuerpo, clamaba libertad. Aquella situación, unida a la gris mediocridad de mi vida, sólo me dejaba una opción: suicidarme.

    Nunca fui un pusilánime que temiese a los arcanos tras de la muerte. Al contrario, mi imaginación era fuente que nutría mi sed de conocerlos. Como nutrió de maravillas el preludio del fallido matrimonio. Sólo me quedaba confirmar la decisión y establecer el método para llevarlo a cabo. La primera parte fue sencilla; unas pocas más escenas más de violentas discrepancias matrimoniales, con llantos, gritos y lamentos de mi mujer, acabaron por consolidar mi radical decisión. En cuanto al método, quería que primase la discreción y la sencillez; nada de ahorcamiento, de disparo de la sien, de envenenamiento que pudiese producir una terrible agonía durante la que pudiese lamentar la decisión tomada. Tendría que ser un método rápido, irreversible, limpio y... barato. Mis recursos como empleado de oficina no me permitían gastos excesivos.

    Durante mis solitarios paseos por la costa había localizado un farallón rocoso en cuya base se estrellaban las olas con mucha violencia. A su cumbre podía accederse sin dificultad; y desde ella, una caída sobre las rocas de la base, a unos cuarenta metros de profundidad, garantizaban la eficacia del intento. Estaba decidido. No obstante, para evitar posibles molestias administrativas a mi viuda (siempre he procurado incordiar lo menos posible) escribí la protocolaria nota dirigida al juez: “ esto es un suicidio. No se culpe a nadie de mi muerte”.) Y la guardé en el bolsillo interior de mi chaqueta, junto a la cartera donde sólo encontrarían mi documentación personal, y nada de dinero.

    La tarde de autos era una de esas maravillosas tardes junto al mar; luminosa, soleada, con los colores ya apagados por el ocaso, luciendo en la mejor de sus armonías. Una de esas tardes que sirven de marco glorioso para un suicidio como el mío, en el que todo lo demás era miserable y mezquino.

    Sin dudas, sonriente, me lancé al vacío. Atrás quedaba mi cárcel carnal... La caída resultó ser, o así me pareció, tremendamente lenta. Me dio tiempo a recorrer toda mi vida, mis aspiraciones, mis fracasos; un fugaz viaje en el que se consolidaron todos los motivos que me impulsaron a realizarlo.

    Durante la caída mi cuerpo giraba y con los brazos extendidos parecía que tratara de asirme a algún agarradero, ya imposible. Puede que ese ansia de volar fuese también una atávica reminiscencia de alguna pasada época de mi especie en la que fuimos aves...



    Craaaccc....



    Supongo que golpeé la roca con mi cabeza, que debió quedar deshecha en mil fragmentos (mi cabeza, no la roca...) Después mi recuerdo es sólo el del tópico resplandor enceguecedor del que hablan todos los que han iniciado ese último viaje... y paz; un tránsito con mucha paz. Y me encontré en un paisaje de los que llaman idílico los poetas. Un bosquecillo de umbrosos árboles, tapizado por una suave y verde capa de blanda hierba, regada por algunos hilillos de agua que rumoreaban plácidos entre piedras redondeadas... y entre ellas, paseando tranquilamente, una especie de estantiguas de aspecto amable, vestidas con túnicas blancas y resplandecientes.

    Por increíble que parezca, y a mi me lo pareció, alguno de ellos me pidió que le acompañase; había que cumplimentar algunas formalidades administrativas. ¡Allí, en el otro mundo, también la administración había plantado sus reales...! Facilité mis datos personales, los mismos que me identificaban en vida, tuve que firmar algunos documentos, sorprendemente reales, y recibí un Manual de Instrucciones. En él se me indicaba que, caso de regresar por alguna razón, al mundo de los vivos, se me asignaba una nueva personalidad: un nombre, una residencia, nueva documentación... Insólito, impresionante... pero cierto. Y además, todo el bagaje de recuerdos y experiencias que en la vida que acabada de dejar habían marcado su impronta.

    Aquellos primeros días como suicida consumado fueron felices, con esa felicidad sobrenatural de la que disfrutan quienes no pertenecen ya al mundo material; sin horarios, sin compromisos, sin recuerdos dolorosos... Era el limbo, un período transitorio a cuyo final se me adjudicaría otro, ya definitivo. Nunca el infierno, pero tampoco la majestad de la gloria suprema. La mediocridad que rigió mi vida iba a imperar también en mi muerte... No fui demasiado perverso durante los años en los que fui un ser humano; sufrí bastante, pero, al parecer las causas de mi sufrimiento me eran imputables. Podía volver a intentarlo... y decidí volver. Regresaría con la experiencia adquirida de mis errores, mis tibiezas y mi fracaso a otro lugar distinto a mi anterior etapa. Es decir, además de otra oportunidad podría hacer turismo...

    Presenté mi solicitud a uno de aquellos seres luminosos y sonrientes que me acompañabn y esperé. Al poco tiempo (aunque allí el tiempo no existía; era un “continuum” a modo de una espesa bruma luminiscente, por el que transitábamos indiferentes) recibí una comunicación del Supremo por el que me era concedido el regreso a mi forma humana. Como es normal en aquel estado cuasi catatónico en lo que a emociones se refiere, no sentí ni alegría, ni tristeza, ni preocupación. Sería mi nueva oportunidad sobre la que tampoco podía, de momento, hacer proyectos.

    Así fue la primera vez que me suicidé. Nada del otro mundo, aunque en otro mundo acabé mi experiencia...
     
    #1
    Última modificación: 14 de Septiembre de 2021
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  2. Guadalupe Cisneros-Villa

    Guadalupe Cisneros-Villa Dallas, Texas y Monterrey NL México

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    Aaaaaay Miguel, que bueno que es solo inspiración y aúnque disfruté mucho su prosa eso de "suicidarse" no se le permite...ja ja ja ja
    mi respeto como se lo merece, tendré que regresar y leer de nuevo esta prosa
    abrazos sin medida en la distancia
     
    #2

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