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La señorita Rosa

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Pessoa, 22 de Octubre de 2020. Respuestas: 9 | Visitas: 488

  1. Pessoa

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    LA SEÑORITA ROSA.

    Hoy he vuelto a encontrarla. ¿Cuánto tiempo ha pasado? ¿50, 52 años? Una barbaridad. Como todos los encuentros que emocionan éste también ha sido casual. Ha sido en uno de los periódicos expurgues a los he de someter mis pertenencias personales -recuerdos afectivos, viejos documentos, las fotografías sepias de quienes ya no recuerdo el nombre- ante la imposibilidad de guardarlos en las cada vez más exiguas dependencias domésticas. Allí el azar me la ha vuelto a mostrar. Sí; un tosco, torpe dibujo de juventud, representando un rostro de mujer, un dibujo de aquella época estudiantil en la que uno aún pensaba ser artista. Un rostro que ha permanecido inalterado en el tiempo (quizás un poco más amarillento) pero que sigue igual de vivo al resucitar en mi recuerdo. La señorita Rosa.

    Éramos un ramillete de vidas jóvenes, ilusionadas, trabajando duro de cara a un futuro difícil. Estudiantes todos de las más variadas disciplinas, con un sustrato común: nuestro origen humilde y nuestra ambición por “comernos el mundo”. Frecuentábamos, allá por el barrio universitario de San Bernardo, en Madrid, un bar al que llamábamos en argot “Café Social”. Un café donde la mezcolanza de obreros, funcionarios y estudiantes creaba un ambiente propicio para la preparación de la revolución con la que queríamos cambiar el mundo. Desde aquella férrea -luego supimos que sangrienta- dictadura, sin más armas que nuestra ilusión y la lectura de los manifiestos clandestinos que nos llegaban desde el extranjero. Aquel era nuestro oxígeno esencial; pobres diablos.

    Para contrarrestar la utopía y hacer llevadera la espera teníamos el “Café Romántico”, donde la dulce compañía femenina y los arrumacos subrepticios se contraponían y entibiaban nuestros espíritus subversivos.

    El Café Social era amplio y oscuro, con grandes ventanales a la calle y muchos veladores con tapa de mármol deslustrado por el uso, sobre unas patas de hierro fundido. La luz era escasa, pero tampoco necesaria. Un denso hálito de fritanga entenebrecía aún más aquel ambiente y cubría con una pátina grasienta el destartalado mobiliario. En su descargo he de decir que los bocadillos de calamares fritos que preparaban eran famosos en el barrio, y para nosotros, dada la escasez del peculio que manejábamos, eran cenas compartidas a tercios, a cuartos, dependiendo de lo avanzado del mes.

    Un día, brumoso y melancólico, apareció ella, una mujer de edad indefinida, con un vestir extravagante, tocada con un sombrerito en el que lucía una enorme flor de tela. Su rostro, de belleza indefinida, tenía sus rasgos difuminados tras de una espesa capa de maquillaje, una especie de polvo de arroz desvaído, con unos estrafalarios chapetes rojos en cada mejilla. Era un rostro de esfinge sonriente. Parecía una artista de variedades a quien la vida y la crueldad de algún empresario habían retirado.

    Observamos cómo el camarero se dirigía a ella con toda diligencia y con una casi obscena amabilidad le sirvió una copa que supusimos cazalla y un vaso de agua. A partir de ese día, un día cualquiera en la absurda serie de los días de entonces, la vimos con frecuencia en ese bar; siempre ocupaba el mismo sitio al fondo del local y siempre el camarero le servía el mismo pedido. Yo, por entonces, tenía todavía viva mi vocación de artista: quería ser pintor, presentarme a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando y llegar a la fama y fortuna a base de pinceles y pinturas. Mucha bohemia parisina bullía aún en mi cabeza. Solía llevar conmigo un cuaderno de apuntes, para hacer bosquejos, anotaciones rápidas de personajes y ambientes que luego, algún día, llevaría al lienzo. Personajes extravagantes, raros, de los que en aquel Madrid abundaban.

    Pasado algún tiempo, en una tarde de lluvia, lo recuerdo perfectamente, llegó la mujer, con su sombrero y su extravagante indumentaria empapados por el aguacero; su maquillaje más ajado que de costumbre debido a aquella lluvia torrencial. Llevaba, cerrado, un paraguas, creo verlo ahora, de color burdeos. Debía de estar inservible, pero ella lo lucía impertérrita. Convinimos que, por riguroso sorteo, uno de nosotros se acercaría a ella para tratar de iniciar una conversación e invitarla a la consumición. No fui yo el (des)afortunado, por lo que pude quedarme y comencé a dibujar unos esbozos de su figura. Al compañero que se acercó lo recibió sin inmutarse; sólo acentuó algo su extraña sonrisa de esfinge. Mirándolo a los ojos le dijo: “¡Hola, Armando! Tanto tiempo esperándote...!” Mi amigo sintió como un gran desasosiego, balbuceó algo y se retiró discretamente.

    Preguntamos al camarero, con quien ya habíamos intimado. Nos contó una, por entonces, cotidiana y vulgar historia de dolor y guerra. Se llamaba Rosa. Había sido una conocida artista, de variedades como suponíamos. Con la represión de la postguerra el cabaret donde actuaba cerró sus puertas y ellas, las vedettes, quedaron desasistidas. Rosa tenía un gran amor, Armando, un hábil macró que la explotaba. Fue fusilado, como tantos otros, en las tapias del cementerio. Ella casi se volvió loca; en todos los hombres que se le acercaban veía a su Armando. Siguió viviendo y esperando de la caridad de algunas buenas gentes que la acogieron.

    Yo, entre tanto, saqué algunos bocetos de su rostro y de su porte, siempre digno. Después la vida siguió su curso; nosotros acabamos los estudios y ella, la señorita Rosa, quedó indeleble en mi viejo cuaderno de apuntes, ése que ahora ha vuelto a aparecer y me ha hecho regresar a aquellos tiempos duros y felices, tiempos de hambre e ilusiones. Y allí cobra vida, como una Galatea contemporánea y excéntrica, la Señorita Rosa, mi musa efímera, una flor de otoño de aquella época difícil.



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    Ilust.: Henri de Toulouse-Lautrec.
     
    #1
    Última modificación: 1 de Diciembre de 2020
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  2. Sasha.

    Sasha. Poeta que considera el portal su segunda casa

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    cuanto contraste.
    ha sido un gusto, disfrutar de esos lugares que parecen
    quedarse con pedazos de luz.
    saludos poeta.
     
    #2
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  3. Pessoa

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    Gracias, Nudo, querido compañero. Estos que tú llamas "pedazos de luz" son los restos de las vivencias de una
    época en la que, a pesar de las brumas que la ocupaban, las luces de la juventud conseguían iluminar nuestros caminos. Y todavía lo siguen haciendo.
    Un abrazo,
    miguel
     
    #3
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  4. Maramin

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    Bueno, he disfrutado leyendo esta memoria que describe bien aquellos tiempos del racionamiento y sueños revolucionarios.

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    #4
  5. Pessoa

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    Gracias, Maramín. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? No lo se; pero al menos es el único que te deja recuerdos que luego uno los acomoda según su humor y personalidad. Gracias por tu siempre amable comentario.
    miguel
     
    #5
  6. Mamen

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    Prosa del MES


    (Seleccionada por la administración entre las propuestas remitidas por moderadores y/o usuarios)

    Muchas FELICIDADES
    MUNDOPOESIA.COM
     
    #6
  7. goodlookingteenagevampire

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    Felicidades, Miguel. Un abrazo.
     
    #7
  8. Elba Nery García

    Elba Nery García Poeta veterano en el portal

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    Felicidades , Pessoa , es una prosa digna de ser destacada.
    Disfruté su lectura .
    Abrazo.
     
    #8
  9. Guadalupe Cisneros-Villa

    Guadalupe Cisneros-Villa Dallas, Texas y Monterrey NL México

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    Miguel, muchas pero muchas, muchas feliciadedes por este merecido reconocimiento, enhorabuena,
    hoy me atrevo, disculpe la molestía, de darle un besoooooooooooooo fraterno en la mejilla, me va a perdonar,

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    #9
  10. Pessoa

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    Quiero expresar mi más sincero y profundo agradecimiento al foro, a la Dirección, a mi irreemplazable Mamen, a todos los que habéis hecho posible esta nueva distinción, con vuestro apoyo y vuestras lecturas; en mi nombre y en el de la Señorita Rosa, ese personaje de ficción arrancado a la realidad y que ha dado vida a este modesto relato. Seguro que su sonrisa acompañará a estas letras mías. Un fuerte abrazo a todos y cuidaros, por favor. No se si saldremos más fuertes; pero, al menos, que salgamos todos.
    miguel
     
    #10

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