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La trama

Tema en 'Prosa: Amor' comenzado por SONRISA, 16 de Abril de 2018. Respuestas: 0 | Visitas: 694

  1. SONRISA

    SONRISA Poeta adicto al portal

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    Mujer


    Frente al vacío de su presencia, ante la burla solapada de la soledad, sentía perder el equilibrio. La sensatez que le caracterizaba en todo momento, aún en aquellos pasajes más sobrios de su existencia.

    Ahora era diferente. No conocía aquel dolor que se le apretaba las entrañas, le abrasaba los pulmones con ímpetu, pudiendo apenas respirar.

    Años atrás, al morir sus padres, asumió el sentimiento con dignidad, siendo un hecho natural, el proceso ordinario de la vida no cercenó sus objetivos, continúo trabajando asido de la nostalgia, logrando en poco tiempo y con éxito, ser el profesional equilibrado, satisfactorio para él y para la sociedad que lo anhelaba.

    ¿Cómo responder ante la afrenta de quien se supone, nos pertenece? ¿Cuál era el paso a seguir, al enterarse que fue ella y no él, quien faltó a la palabra? ¿Habría castigo diferente de acuerdo a su género? Sus amistades, sus colaboradores, sus subalternos y hasta aquellas personas con las cuales apenas hablaba, esperaban la reacción que pusiera a prueba su carácter.

    Pero nadie conocía el infierno que debatía en su ser. Nadie podía avizorar las oleadas de culpa que se mecían en su espíritu.

    No estaba cerca, se había ido, con su rostro cuajado de madrugadas y henchido el corazón de hipocresía.

    En duermevela, rumiaba el tiempo que compartieron, tejía y destejía, las desavenencias, las discrepancias que se suscitaban por conceptos filosóficos, religiosos o políticos, pero siempre, hallaban la zona de confort donde desaparecía todo, todo menos sus cuerpos y aquel sentir que los elevaba y los hacía inmunes a la adversidad de sus almas.

    Al exiliarse de la casa, abatida por las imprecaciones que él le acomodó sobre sus hombros, esa pesada carga de dudas y desconfianza que le agredió su espíritu de mujer, también llevó consigo, el color cálido de los atardeceres, el abrigo de luces de las noches y el silencio de las alboradas. Se llevó entre sus pasos, los tonos dulces de su risa, la iridiscencia de sus ojos y aquella marcación de tiempos entre las costillas.

    ¿Y si esa herida que le rasgaba también ella la tenía? ¿ Si sus días eran tan sombríos como los suyos?

    El hombre olvida pero no perdona, la mujer perdona pero no olvida, reza el adagio popular. No hay una celosía que se abra al aturdimiento, un haz de luz que le enseñe el camino, la ruta en solitario que los saque de aquel campo de espinas, de orgullo y de amargura.

    El café no tiene el mismo sabor, y las sábanas sin arrugar, no marean con su aroma de mujer ardiente. Hasta la puerta de la casa, grazna al cerrarse, quejándose de la caricia que le prodigaba al ajustarla.

    Se iban los días, transcurrían las semanas y tanta soledad, no cabía en su espacio. ¿Cómo resarcir aquel tiempo de bonanza espiritual?

    Como toda herida, sanar necesita tiempo, necesita cuidados y algunos elementos que reviertan la infección del desamor, y todo el esmero para que los sutiles tejidos, retornen a sus funciones de aspersión, llevando los códices de la armonía y del restablecimiento.

    Barrer la hojarasca de las dudas, limpiar la suciedad de la injuria y conocer los hechos, ahora, sin el apasionamiento de la ira, lo ponía de frente a la calumnia y la envidia. Pero, si fuera cierto, si hubiese sido cierto que ella lo había traicionado ¿Por qué lo hizo, que motivó aquella situación?

    Ser hombre o ser mujer no marca la diferencia o ser ajenos a situaciones que defrauden, pueden partir del descuido o de la indiferencia.

    Su felicidad se le escapaba de las manos, la armonía se tambaleaba con sus decisiones, entonces, porque no buscarla y aclarar las cosas, perdonarse mutuamente, y si aún en ella bulle el mismo sentimiento, reiniciar el camino juntos?

    Aquel, el sombrío, el que reflejaba su tristeza en los muros, no fue visto en muchos días, permanecían grises las ventanas, y todos concluían, que la pena lo llevó a la desgracia, culpaban de su desdicha a aquella mujer que un día se marchó, repudiando su presencia.

    En la postrimería de esta tarde se encienden las luces, huele a chocolate y pan recién horneado, las sábanas revueltas dan señales, copulan el amor y la pasión, y se difuma en la casa el aroma de dos seres que navegan juntos, ajustan las boyas de colores, las que día a día, guiaran su derrotero, puntales de desafío para los que se atreven a marcar la diferencia.

    Apoyada en el marco de la ventana, observo el cielo, la noche envuelve y el frío cala los huesos. No hay tejido que se rompa totalmente, espera a ser reparado con sentimiento.

    María P. Martínez




     
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