Las cadenas del sufrimiento

Todo es oscuro.
Toda la suciedad se mueve
lentamente hacia los rincones
de una mente que grita,
atormentada por los tambores
de la ausencia.

La espuma es gris
y la lluvia ensucia las sonrisas,
truenan pasos llenos de vejez,
llenos de tiempo desperdiciado.


Otra canción de trompeta
que rompe el sueño de las cunas,
otra canción que obliga a sufrir,
que recuerda al amor
de las mejillas sonrojadas.

El viólin asesina sus cuerdas
en la esquina de esta calle
mientras los moribundos
golpean el asfalto al compás,

la noche se acerca batallando,
las estrellas brillan nerviosas.
Los labios se mueven meditabundos
por los periódicos,
las faldas se despiden de la verguenza.

El aire no se deja respirar.

La sangre fluye por las cadenas
que agarran las carnes
y no dejan naufragar al perdido
ni pensar al alma qué es lo que le falta.

Ahora todo son suspiros
y vasos, y venas
y más suspiros por la gloria.

Siento las canas de los viejos
sobre mis brazos,
sobre mi frente,
sobre mi joven torso.

¿Cuánto tiempo nos queda?
Esta pena me arrastra
mientras lucho con salvarme,
mientras oigo gritar a mis lágrimas,
mientras bebo de la libertad
de los que se fueron.

Quedan pequeñas huellas
de esos héroes ancianos y antiguos,
quedan pequeñas hojas
que describen sus hazañas.

Por eso lo veo todo gris,
parece ser que el olvido
nos destroza continuamente,
mientras navegamos
en el barco del lamento
luchando con las negras aguas
de las cadenas
del sufrimiento.