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Las flores del jazmín.

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Nat Guttlein, 28 de Abril de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 609

  1. Nat Guttlein

    Nat Guttlein アカリ

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    Mujer
    El sonido incesante del metro, correteando ligeramente hacia su destino, daba de lleno en los oídos de Matthew. El peor turno nocturno de guardia, lo había dejado con un dolor agudo en su cabeza, y unos cuantos recuerdos de su jefe interino, hablándole de que las horas extras que debía de cumplir, iban a ayudarle a llegar a subir de puesto, pero no valían demasiado la poca paga que cada día llevaba en sus bolsillos.

    Desde hacía un año se había alistado al servicio militar. Había visto de todo, en los campos de batalla, y construido la percepción algo distante y adolorida, que actualmente veía, del mundo.

    Siempre había sido así, callado y reservado, como si un invisible gato le hubiese comido la lengua, o eso era lo que siempre su hermano mayor Javier, le solía decir luego de dedicarle varias sonrisas. Unas que ya no estaban, y que habían partido con su adiós.

    Una visita al médico, le había sabido decir, que todo el tiempo que él había soñado pasar con su único y favorito hermano mayor, se tenía que extender y, paradójicamente, acortar, en tan solo unos cuantos meses, que eran los que le quedaban de vida.

    Varias visitas a los médicos, y unas cuantas más al baño, resultado de los fuertes medicamentos, que le inyectaban a diario, le habían demostrado el primer gran golpe, que se apresuraba a pasos agigantados, y que lo dañó, un primero de marzo, cuando las flores del jazmín que Javier y él habían plantado tiempo atrás, comenzaban a nacer y despedir aquel ácido aroma, que ahora no soportaba ni siquiera sentir cerca.

    Los pies le pesaban, y la cabeza se balanceaba conforme las vibraciones del tren, emitían zumbidos que parecían canturrearle canciones de amor. Para no dormirse, decidió comenzar a pensar en los colores que lo rodeaban.

    Frente a él, una señora con bolso rojo, respondía mensajes ruidosos en su celular. Más hacia su derecha, un muchacho de campera azul eléctrico, con un dragón dorado bordeado, dedicaba sonrisas al libro que poseía en sus manos, y cuyas páginas pasaban sin parar. Dada la hora de la madrugada, no se hallaba mucha gente a sus alrededores.

    Uno que otro trabajador, un señor dormido y roncando sonoramente con la boca abierta. E inclusive, una niña junto a su, pensó él, hermana, por el parecido en el rostro, que lo miraba con el mismo temor que todas las personas con las que se topaba, cuando vestía su característico uniforme militar. Los borceguís reforzados y pesados, más los pantalones cargó y la chaqueta camuflada, eran algo que todos y él inclusive, siempre veían en las películas que pasaban por la tele. Esas en donde el héroe siempre era abandonado a su suerte.

    Películas, palomitas de maíz, nachos con queso cheddar, y una enorme cerveza.

    Su estómago emitió un leve zumbido, cuando sin darse cuenta, sus ojos dejaron de permanecer abiertos.

    El sueño se adueñó de su cuerpo, y el arpa de Morfeo lo guio hacia una imagen que siempre solía visitarlo en las noches, especialmente, aquellas en las cuales se topaba, antes de dormir, con aquel cuadro, que lo veía desde la repisa. Donde un Javier de 17 años, lo sostenía sobre sus hombros, mientras por detrás los fuegos artificiales del 4 de Julio centelleantes, se reflejaban sobre la gorra roja que siempre le quitaba.

    El jazmín de su hermano, y el que dejó de regar, apareció frente a sus ojos. Las hojas se movían, danzaban, mientras que una blancura dulce, aterciopelada en tonos amarillentos, teñía los pétalos, que rebosaban ante la luz del sol, que los bañaba.

    -Ey niño explorador!

    La voz suave y pacífica, que sus memorias recordaban, recreaban aquellas mismas cosquillas, seguidas de una calidez que le inundaba el pecho. Ahí estaba su hermano, parado. Observando hacia el frente, uniendo sus manos detrás de su espalda, y perfilando una sonrisa ladina, característica en él.

    Lo extrañaba muchísimo.

    -Cuando vas a despertar Mat?

    Sus ojos verdes, dieron con los de él, que eran del mismo color.

    -Qué?

    De pronto, las manos del muchacho, de cabello oscuro y repleto de rulos, dejaron de estar unidas detrás de su espalda, y se posaron sobre una flor. Enorme, totalmente renacida después del pasar de tantas estaciones, y que parecía pasear la vista entre ellos dos. El perfume también hacía lo suyo. Ese bálsamo. Que brillaba. Que golpeaba en sus latidos y que tan bien rememoraban sus sentidos. La voz de su hermano volvió a coalición.

    -Es hora de que despiertes niño explorador, los jazmines ya nacieron.

    Su sonrisa se llenó de pecas, montones de ellas. Enormes y rojas, marrones y de todos los colores. Vivas. Sobre todo vivas. El aroma se reforzaba, y comenzaba a llegarle. Como una lluvia torrencial. No se detenía. Parecía como si miles de hormigas se metiesen en cada poro de su piel. Una fragancia tan característica, y que se forzó a odiar, ahora mismo lo abrazaba de pies a cabeza. Cada vez más fuerte. Lentamente.

    Una fuerza lo empujó hacia adelante, moviéndolo un poco hacia la derecha. Lo primero que atinó a hacer, es a sostener su gorra. En aquellos días de sol, acostumbraba a no dejarla en casa. No tanto por los gritos del coronel, sino también, por el ardor que solía sentir por culpa del sol de fines de Mayo, de Washington.

    Pensamientos, que se vieron interrumpidos. A su lado, alguien se removió sobre su hombro, y acto seguido, el aroma a jazmines volvió a undular en el aire.

    El olor tenía dueño, y unos enormes ojos oscuros que lo miraron, escondidos detrás de una sonrisa tímida, y vestido con un uniforme policial. Lo primero que atino a ver, fue la placa, para continuar paseando su vista, disimuladamente. Controlándose. Sí. Porque el olor a flores golpeaba duro y lo dejaba atónito, suspendido en algún lugar.

    Sí. Las flores. No el chico a su lado.

    El que continuaba mirándolo, mientras ordenaba su ropa y se disculpaba en silencio. Murmurando unas disculpas.

    Habla más alto, por favor. Pensó.

    Las vibraciones tenues proseguían, pero Matthew sentía el suelo vibrar, por los tallos de los jazmines que aún continuaban floreciendo. Si, en sus sueños. O mejor dicho, a su lado.

    Lo miró, porque no podía evitarlo y porque tampoco lo deseaba. Su rostro era algo alargado, con rasgos finos y tez más pálida que la suya, con una barba que parecía ser de varios días, y lo encontró, mirándolo sin tapujos.

    Los jazmines seguían brotando, crecían y crecían enormes, y poseían la mirada más bonita que él creía haber visto.

    De pronto, la voz de un hombre resonó en lo alto, muy por encima de su cabeza, anunciando que los pasajeros podían salir y que otros abordasen con tranquilidad.

    La felicidad de Matthew duró, lo que el muchacho extraño, tardó en acomodar su camisa, y ordenar su peinado de cabello hacia atrás, escamoteado en gel, característico. Sus miradas se alejaron, separadas por las puertas que se cerraban, dejando atrás aquel perfume, que rebrotaba aún más en su ausencia.

    Él se miró en el reflejo que le daba, el vidrio de la ventana ubicada frente suyo. No se reconoció, no por el cansancio que demostraba su tez, sino, por escudriñar, que jamás pensó, se arrepentiría tanto de no haber dicho nada.

    Los segundos pasaban, y el recuerdo de aquel par de ojos, más los de su hermano, se cruzaban con sus interrogantes. Había perdido su oportunidad.

    "-Es hora de que despiertes niño explorador, los jazmines ya nacieron."

    Qué había querido decir su hermano con eso?

    Una voz femenina lo despertó. Frente a él, una mujer vestida en una camisa blanca, de corbata negra, y de facciones igual de cansadas que las suyas, lo observaba expectante, sosteniendo algo en sus manos.

    -Su billetera señor.

    Se trataba de una cartera común, de cuero negro y algo desgastado.

    -Oh no es mía.

    -Entonces debe de pertenecer al muchacho que se fue! Oh pobre, habrá que buscar sus datos. Estará muy lejos ya?

    -No tengo idea.

    Miles de luces flotaban, y comenzaban a centellear estrellas fugaces que rebotaban, y formaban siluetas. El aroma volvía a brotar. Pero el dueño de él, ya se había marchado. O quizás aún no.

    -Yo se la puedo devolver.

    -Seguro? Podrás encontrarlo?

    "...los jazmines ya nacieron, su perfume es especial hermanito, siempre ve hacia el lugar en donde lo sientas Mat"

    Todo cambió. Se transformó y desfiguró. Las imágenes de Javier. El dolor de cabeza que cargaba, e inclusive los sonidos agudos del aparato que mantuvo vivo a su hermano por esos cortos meses, y que solían atormentarlo, cesaron.

    Lo único que podía sentir era el perfume. Una esencia que no se iba, y que sentía adherida aún en ese pedacito de tela, en donde aquel chico había posado su cabeza. Un elixir tan dulce, sobre un traje que representaba dolor y sangre. Que tan paradójico era todo. No lo dudó.

    -Sí, lo encontraré, pase lo que pase.

    Su pecho le dolía, le latía tan fuerte, que empezaba a creer que todos a su alrededor lo observaban con los ojos grandes, pensando lo peor. En sus manos, la billetera reflejaba un documento, que le mostro a un total desconocido, que observaba a la cámara con un gesto frío, algo desanimado y aburrido. Lo que muestran todos en sus documentos, pensó él. Dejó de lado aquellos pensamientos, y fue directo hacia un recibo, que poseía una dirección. La reconoció, y no vacilo. La voz monótona del altavoz, anunciando la parada, no termino de sonar, cuando sus pies arrancaron a correr. Sabía hacia dónde ir, porque el aroma de los jazmines nunca suele mentir.

    Los taxis no pasaban, y el único que consiguió detener, se encontraba conducido por un señor calvo, de barba repleta de canas y con un tono de voz algo grave, que hablaba demasiado, sobre aquellos temas, que inundaban los noticieros que Mat ignoraba.

    Los nervios se disparaban. Las manos le sudaban, y los intentos por mantener la calma, se elevaban a más de diez. Los semáforos se hacían eternos, y los peatones que no daban paso al tránsito, se volvían monstruos verdes, que él deseaba enfrentar con capa y espada en mano, pero al observar aquella foto en la billetera, se abstenía. Tenía muchísimo temor, y se presentaba en forma de temblores, que rodeaban sus brazos y manos.

    De pronto, el auto se detuvo, el hombre sonrío y él creyó, ver algo más en aquel tenue gesto, que vislumbraba en el espejo retrovisor. Lo saludó como pudo, intentando distraer sus ojos, que se clavaron en la vista que observaba desde la ventana, y bajó.

    Matthew siempre pensó, que a lo peor del mundo ya lo había vivido. Perder a su hermano y mejor amigo, ver a sus amigos y compañeros de brigada morir, con bombas atravesadas en sus cuerpos, y una sonrisa gélida en sus caras. Pero todo el tornado de emociones que ahora le galopaban como bestias, en el pecho, comenzaban a hacerle entender, que todo siempre puede ser un poco más agonizante.

    Reconoció la zona, varios departamentos de un mismo color, blanco, se asomaban con algunos balcones repletos de cosas, como todos, verdad? Solo que en uno de ellos, vislumbro algo que sus ojos, sus sentidos y todo él, distinguió en sus memorias.

    Una planta, repleta de pimpollos, y cuyas hojas se tambaleaban conforme la brisa de la madrugada, que aún seguía pintada de luna, presentaba. Las palabras salieron de sus labios, sin previo aviso.

    -Un jazmín.

    -Te gustan?

    Una voz suave, algo grave, se asomó por detrás. Sonrisa perfecta, escondida entre un par de hoyuelos, se ubicó, bajo un flequillo oscuro, que parecía pincelado, negro eterno sobre la palidez de su cara. Comenzaba a pensar que su hermano, tenía razón en muchísimas cosas, y ninguna en muchas otras. Pero si, el aroma de los jazmines, siempre hay que seguirlos.

    -Me gustan mucho.
     
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