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Las señales de tu amor.

Tema en 'Relatos extensos (novelas...)' comenzado por Nat Guttlein, 17 de Noviembre de 2020. Respuestas: 0 | Visitas: 595

  1. Nat Guttlein

    Nat Guttlein アカリ

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    Las hojas del árbol enorme que se divisaba desde la ventana de la cocina, volvían a revolotear y caer sobre el suelo, eran las últimas que vería en aquella residencia. Esa casa que mis recuerdos adoraban, se despedía lentamente, puesto que la partida de mi abuela, daba paso a una herencia que tenía que repartirse entre sus tres hijos, y esto mismo, venía de la mano con la venta de la antigua residencia que ahora mismo me miraba en silencio. Mi papá Rafael, junto a sus hermanos mellizos, Ezequiel y Damián, charlaban en la vereda, mientras continuaban acomodando los artefactos que cada uno se llevaría. El vacío que ahora mismo mis ojos recorrían, fue el mismo que me impulso a arrastrar los pies, que lentos se movían conforme el ánimo me lo permitía.

    Mi abuela Regina, había sido esa clase de nona que jamás te aburría, sus juegos, sus inventos extraños, y charlas, siempre me habían vuelto su alumna eficiente. Al llegar a la recamara que estaba junto a su habitación, paré en seco frente al enorme póster que decoraba esa pared desgastada y con rastros de humedad, que de pequeña siempre solía admirar. No por algo en especial, o por buscar formas en sus manchas, sino por el retrato que aquel cartel de casi 60 x 60 cm me mostraba. En él, rezaba la imagen de una muchacha de oscuros cabellos como la noche, pómulos sonrientes y sonrojados, que se acompañaban con un par de labios violeta, que cantaban al son de un micrófono que parecía embelesado por la voz de su madona.

    Regina había estado en muchas bandas, y al cumplir los trece años, había manifestado un potencial en el canto, que la habían conducido a formar parte del coro de su escuela y de la iglesia, a la que sus padres concurrían fieles. Llegados los dieciséis, armó sus valijas y decidió emprender un viaje lejos de casa. En sus historias a diario, había recordado a sus padres con alguna que otra lágrima, pero jamás con arrepentimientos. La música siempre era su musa, su arte favorito y el que la había conducido, por todas las aventuras que sus relatos me hubiesen podido transmitir. En la caja que papá me había permitido llevarme, rezaban miles de casetes, discos y hasta uno que otro cd, que ella había disfrutado a lo largo de su vida. Cerré mis ojos, devorando las imágenes que pudiese almacenar en mi memoria, y las melodías comenzaron a llenarlo todo. Su voz dulce, cálida y reverente al mismo tiempo, siempre me llenaban el pecho de sentimientos. Mi talento con la música, solo era la guitarra. De pequeña, había soñado con cantar, pero al fracasar y volver de las clases con lágrimas en los ojos, la mirada de mi abuela Regina, siempre me sonreía, mientras me instaba a acompañar su canto, con mi guitarra acústica SX, de color azul. Regalo de mi madre Nora, a quien le pertenecía por parte de su padre Antonio. Un instrumento que me acompañaba siempre, hasta cuando no podía conciliar el sueño, y mi única compañía eran sus cuerdas, y el abrazo reparador de la melodía que mis dedos formulaban.

    La tristeza me llegó, casi al mismo tiempo que mi padre me llamó por lo lejos, antes de abrazarme como él siempre lo hacía. Regina nos había dejado hacía casi dos semanas y media, pero podía jurar que el aroma dulce de su perfume, perduraba en cada rincón que mi vista recorría. Después de varios minutos, y una despedida que se agrupaba, junto con las imágenes que me mostraba el paisaje, de su porche alejándose, a medida que el auto de mi padre entraba en la ruta, la música de la radio comenzaba a sonar. Me molestaba no poder escuchar los casetes, pero en los ojos rojos que el retrovisor del auto me mostraban, y en los que observaba a un Rafael un tanto avejentado, me empujaban a dejar de lado mis deseos, y concentrarme en las casas que desaparecían a través del cristal de las ventanillas.

    Al llegar a casa, papá tuvo que hacer unas maniobras para poder ingresar, dado que un enorme camión para mudanzas, se hallaba cruzado junto con otros autos más, en la calle que pasaba por enfrente de nuestra vivienda. Al bajar, reconocí varios hombres en overoles grises, que portaban cajas, muebles entre otras cosas. En medio de ellos, una mujer con cabello corto y ojos celestes, les proporcionaba indicaciones. Sonreía a medida que sus manos, hacían gestos que supuse, eran parte de su forma de ser. La voz de papá me sorprendió.

    -Mamá sabrá quién es ésta gente Kati?

    Detrás de mí, su tono volvía a tener algo de color. Y sí, mi nombre es Katerina, sin hache, dado en honor al nombre de la madre de mi abuela Regina. Recordarlo me hizo sonreír, para luego reparar en la pregunta de mi padre, y voltearme e indicarle con un gesto, que no tenía idea de nada de todo lo que estuviese sucediendo en ese momento. No me costó apurar el paso, y dirigirme hacia mi casa, dado que ansiaba entrar en mi habitación, y dejar de lado el mundo, para poder pasar tiempo con mi música, y disfrutar de todos los tesoros que dentro de la caja entre de mis brazos, se hallaban. Luego de ser recibida por un beso de mamá, más el olor a comida y la calidez de la calefacción, el estómago me rugió por lo bajo. El aire helado exterior, me habían aislado totalmente, junto con la melancolía que me crispaba hasta las expresiones del rostro. Mamá me conocía a pesar de todo, y no dudó en mimarme, haciendo lo que siempre hacía. Correr aquellos pequeños rulos que siempre se caían sobre mi frente, y rodear mis cachetes con sus dos manos cálidas. A pesar de medir casi 1,64, ella seguía estando una cabeza por encima de mi altura. Mi pequeñez, se acobachaba entre su ternura. Su cabello ondulado y con toques de mechones castaño claro, me recibían también en medio de su apretado abrazo. Ella siempre se los proporcionaba a todos, pero a menudo solía recordarnos a papá y a mí, que éramos sus favoritos. Su carácter dulce y pacífico, eran algo opuesto con el de su esposo, quien por otra parte, solía ser más reacio y culto. Mamá era 5 años mayor que papá, pero nadie lo intuía y yo solía hasta olvidarlo. Su belleza no era solo algo externo, sino más bien, resaltaba en su forma de ser. Papá con su casi metro noventa y tres, junto con unos anchos hombros y cabellera enrulada, que por cierto yo había sucedido, mostraba un aspecto algo mayor. Yo por otra parte, con mis diecisiete años, había heredado los ojos azules de ella, y el tono café claro de piel de papá. Mi carácter no era calmo, se volvía de esa forma, solo cuando tocaba la guitarra, o pasaba el tiempo con mi mejor amiga Rafaela y su novio Jonás.

    Con ellos, nos habíamos conocido en tercer grado, y desde ese momento, nunca nos separamos. Años después, el instante en el que anunciaron su relación, fui la primera en saberlo por no hablar, de intuirlo. Sus miradas, junto con el cariño especial de sus mimos, siempre me habían llamado la atención. Pero aun así, no me hacían sentir indiferente o incómoda, dado que, luego de mamá y la abuela Regina, o el tío Damián, eran quienes más me abrazaban o consentían, y yo los dejaba ser aunque los abrazos o mimos, no fueran cosas que prefiriese.

    Luego de un día particularmente frío, ellos decidieron venir a casa. Rafaela quería enseñarme algunas de las insignias que se había ganado en su juego de pc favorito, mientras que Jonás por otro lado, quería hablar con mi padre sobre unos problemas que había encontrado en su bicicleta, dado que él era mecánico. Mientras la tarde había pasado en paz, aquellas dos personas lograban distraerme de a ratos, aunque la tristeza aún perduraba. El cd de Aretha Franklin sonaba de fondo, con un piano que se deslizaba por cada rincón del lugar. En mi mente lejana, el recuerdo de Regina reaparecía, acompañado de un vestido amarillo, acampanado, que se movía sutil al ritmo de los bajos. Ella cantaba por lo bajo, siguiendo el ritmo, e impulsando cada significado de la canción, solo con ser ella misma. Regina, la abuela Regina y su vestido amarillo, floreado.

    Una voz me despertó y distrajo mi vista del libro sobre mis piernas.

    -Ey Kat, así que tenes una vecina nueva eh.

    Rafaela miraba atenta la pantalla de la computadora, mientras su juego favorito emitía sonidos de explosiones, y una sonrisa triunfadora se divisaba en su rostro. Alejó la vista del monitor, para centrarla en mí, mientras abrazaba una almohada contra su pecho. Estaba especialmente centrada en mi respuesta. La que fue interrumpida por la voz de Jonás, quien más lejos, sobre mi cama, realizaba unas tareas de físico química, junto con una calculadora.

    -Es cierto, y yo le veo cara conocida. Estoy seguro de que la he visto en la escuela, antes de que comenzarán las vacaciones de invierno.

    Rafaela volvió a hablar.

    -Ay nene pero si las vacaciones comenzaron hace apenas dos días.

    -Ya sé, pero eso que tiene que ver? Seguramente haya pasado por ahí para anotarse o algo por el estilo. Te digo porque ése día, andaba con la preceptora y la directora.

    -Kat vos sabes de dónde es?

    Demasiadas preguntas sobre alguien a quien nada conocía, ni me interesaba. Veía venir muchas más si no respondía. Decidí alejar mis pensamientos y responder.

    -Chicos no tengo idea de quién es. Sólo sé que vi los camiones recién hoy cerca del mediodía. Y a una señora, darles indicaciones a los trabajadores.

    -Ay Kat tenes que averiguar, seguramente tu mamá que es re dulce haya ido a conocerlas y sepa algo.

    Jonás levantó los brazos, en gesto de celebración luego de anotar unos resultados. Para luego mirarnos y reír.

    -Bueno Kat, Rafa tiene razón, tu mamá seguramente sepa algo.

    Mientras los admiraba desde mi lugar, que era sentada sobre el suelo, con la mesa de luz a mi derecha y la ventana tras mi espalda, sonreía por caer en la cuenta, de que esos dos si eran el uno para el otro. Después de una tarde divertida, y de terminar de ayudar a mamá con varios postres, que luego llevaría a su curso de chef, papá nos acompañó como degustador. Sé que se habían puesto de acuerdo, en ser más cariñosos de lo normal, dado que a cada gesto que llamase a una carcajada, no dudaban en darme besos en los cachetes. Aquellos dos, eran un par de niños que no paraban de jugar conmigo, y yo por otro lado, solía dejarlos ser. No tenía ánimos de mucho, papá principalmente me recordaba demasiado a su madre y en mi silencio, me encontraba petrificada ante las vivas imágenes que me poblaban la mente, y me enrojecían los ojos. Luego de cenar a medias y excusarme con un dolor de cabeza, puse camino hacia el baño. Y la ducha logró entremezclar las lágrimas, que ocultaba la mayor parte del tiempo, para luego fundirme en mi cama.

    Los días vacacionales pasaban tranquilos como todos, el frío exterior bañaba y empañaba las ventanas de la casa. Daisy, la caniche de mamá, corría por doquier, mientras pedía mimos y comida. Poseía manchas color marrón, y uno que otro rizo crispado, que terminaban de darle ese aire gracioso que siempre me despertaba en las mañanas.

    Esa tarde, antes de pasarla encerrada, preferí salir a comprar algunos ingredientes que mamá necesitaba, mientras ella terminaba una clase online, con unos amigos y docentes reposteros de Manhattan. Después de cerrar la puerta, el aire helado de las tres de la tarde, golpeo mi rostro, casi imperceptible bajo mi bufanda a cuadrille, roja y negro. La campera me defendía lo que podía del frío, que caía casi en forma de diminutas gotas. El gris del cielo, correspondía en parte a los tonos que se pintaban dentro de mí aquel día, pensé. Después de acomodar mi ropa, y abrir el paraguas, me puse los auriculares y la música me acompañó lo que duró el camino hacia el mercado, y la vuelta. Los bolsos eran algo pesados, por lo que decidí entrar por el pasillo, que estaba a un lado de la casa. Ése mismo, que se encontraba pegado a la casa de los nuevos inquilinos. Pase por él, intentando esquivar echar vistazos hacia el lugar, perdiendo obviamente. Luego de acomodar todo en la entrada de la puerta trasera, y dejando el paraguas, caí en la cuenta de que no poseía mi billetera. Todo podía estar peor de lo imaginado, pero si perdía aquel artefacto, adiós a mi tranquilidad, más el documento y la licencia de conducir que siempre llevaba conmigo. Maldije y salí corriendo en busca de ella. La encontré situada cerca de la entrada, del portón que estaba del lado izquierdo de la casa, y recordé que por allí había sacado mi teléfono para pasar a la siguiente pista, después de agradecer a quien quiera que me hubiese iluminado, emprendí viaje hacia adentro.

    Mientras las pequeñas gotas de lluvia, se volvían diminuto rocío que dibujaba formas de flores en mi ropa, el cielo pareció detenerse y el aire fresco, que bañaba mi frente, entorpecido, se quedó de pie justo sobre mi nuca, o quizás solo haya sido yo. En aquel momento no pude deducir nada, o nada que no fuera la ola salvaje que me baño de pies a cabeza. Era gigantesca, helada e invisible como la nada misma, pero continuaba trazando escalofríos en toda mi anatomía. Una voz dulce resurgió de la pared a mi izquierda. El concreto gris, rectangular y unido en varias capas de cemento, me alejaban unos cuantos metros, de una melodía, que me mantenía los pies sujetos al piso, lagrimeando como la lluvia que caía a mí alrededor. No estaba lloviendo fuerte, pero yo pude jurar que si lo estaba haciendo, a cántaros. Y la voz melodiosa emprendía batallas en el aire, caía y plantaba miles de misiles, que explotaban en mi cabeza muda. La melodía era lenta, agrietada y conmemoraba sueños, estrellas y muchos amaneceres. Cientos de miles de significados, que pasaban a un segundo lugar, con una voz que los dejaba desparramados sobre el mismo plano de la realidad. Una misma que ahora se me deshacía entre los dedos helados, que bajo los guantes temblaban. Me picaban los cachetes, y no entendía el porqué, solamente comprendía las cosas que no pensaba, que mi cerebro no podía formular, pero que mis oídos oían. Me negaba a seguir allí de pie, escuchando al lado de la pared, como una vecina chusma, porque no lo era. Pero mis malditos pies no reaccionaban, podía jurar que deseaba salir corriendo y alejarme, pero ese momento no pude. La melodía continuaba, y la voz se intensificaba, en altos infinitos como las nubes que en el cielo sobre mí, corrían alejándose en la lejanía. El tono era un elixir, un hechizo que me mantenía petrificada, y que reconocí. Que mi otra yo, esa de cinco años, que vio a su abuela Regina cantando y decidió que era la cosa más maravillosa que hubiese podido ver en su vida, distinguió. Ése sentimiento que había enterrado semanas atrás, y que aún dolía, se ponía de pie frente a mis ojos húmedos y doloridos, para motivarme a no hacer nada, que no fuera correr y buscar un rincón para esconderse.

    Escuché en la lejanía, una voz que me despertó, pero que no fue suficiente, para motivarme a moverme. Sentí una mano sobre mi hombro, seguida de un mínimo apretón. Me volteé, era papá.

    -Kati que haces acá? Hija estás llorando! Qué pasó?

    No estaba llorando o no quería creerlo, pero la humedad que reflejaron mis guantes rojos, cuando toque mi rostro en un acto reflejo, me convencieron de que sí, y fue lo último que vi, antes de salir corriendo en busca de mi refugio. Por detrás escuchaba a papá llamarme, y al entrar, a mamá mencionar mi nombre seguidas veces, mientras increpaba a su esposo. El portazo de mi habitación, me dejó caer junto con muchas heridas que aún no sanaban, y que me mostraban esas imágenes que no quería recordar. En donde, el olor a hospital, y las siluetas borrosas de muchos médicos, se apoltronaban alrededor de una camilla, que mantenía completa a mi abuela.

    Una Regina de piel y hueso, avejentada y con heridas, que no habían ido cicatrizando conforme los meses transcurrían, se hallaba en medio de aquella fría habitación. Cerca de la puerta, papá maldecía y murmuraba cosas que solo él entendía, mientras que, afuera, mis tíos se medían en quien hablaba o quien callaba. Y yo por otro lado, solamente podía escuchar ese único nombre que la voz de ella, producía. Saúl. Cuatro letras y demasiadas dudas, que se veían inmersas en las tantas anécdotas que había leído de pequeña, en el diario íntimo de Regina, cuando ella salía a hacer las compras o mientras le dedicaba tiempo de limpieza a la casa. Aquel de tapa dura, y hojas algo desgastadas por las discrepancias del tiempo. Que se encontraba lleno, de miles de cosas que nadie intuía que yo sabía, pero que en aquel momento, y con sus dedos delgados y pálidos sujetando los míos, agradecía saber.

    La noche se me hizo grande, las horas se clavaban y no pasaban o dejaban de venir. Estaba sobre mi cama, arropada con sus recuerdos, mirando hacia la nada y viendo sobre mi cabeza, todo lo que una sencilla voz, momentos atrás, había hecho de mí. Una chica dura, que siempre se enfrentaba a todo, o que al menos eso había creído, que yo era. Hasta que una maldita voz se había hecho presente. Maldije todo, la voz y su anónima dueña, los sentimientos que no quería tener, a mis padres, a mis tíos, a mis amigos, a la música, al invierno por ser tan crudo y hacerme sentir más decaída de lo normal, y hasta a Regina. A ella por decidir irse antes de tiempo, por bailar con ese vestido amarillo, por no querer contarme quien había sido Saúl y a su canto por aún seguir reproduciéndose en repetir, como si mi mente se tratase de un mp3. Y es que cuando uno está triste, y siente que todo está maliciosamente complotado para herir, suele tener permiso de odiar. No es que eso te haga sentir mejor, pero nadie ha dicho que tampoco te haga sentir mal.

    Después de dos días sin ver a nadie, decidí levantarme, volver a poner la máscara de chica fuerte y enfrentarme a la realidad. Papá me pidió perdón, no entendía por qué, pero en el mutismo que llenaba la sala de la casa, encontré a mamá sonriéndome desde la cocina, pidiéndome comprensión, aún sin decir nada. Sabiéndolo todo, porque así es ella. Esa tarde papá se la pasó trabajando en el taller que compartía con Damián, porque sus motores lo distraían, mamá decidió que quería ordenar unas cuantas actividades para sus alumnos de cocina, y se internó en esa habitación al fondo de la casa, en la cual poseía su propio escritorio y área de trabajo. No sin antes darme uno de sus característicos besos en la frente. El aroma de su perfume volvió a tener ese mismo efecto, que siempre tenía en mí. Yo por otra parte, decidí afinar la guitarra, mirar una que otra serie, para luego terminar de completar unas cuantas partituras, en las que llevaba tiempo ya. El canto no era lo mío, y nunca lo sería, lo tenía claro, y en aquel momento, más que nunca. Semanas atrás, antes del adiós a Regina, un grupo de la escuela de guitarra a la que había pertenecido de pequeña hasta graduarme, me habían escrito para ayudarlos a grabar unos demos. Sentada frente a mi escritorio, observaba el mensaje de Valentín, el líder, suspendido aún sobre el chat. Me pregunté qué me hubiese dicho Regina, o cual hubiese sido su consejo, dado que ella siempre parecía tener uno entre los dientes. La cobardía me hizo cerrar la pestaña, y el instinto puso sobre mi regazo la guitarra, luego de varios minutos, caí en la cuenta de que algunas cuerdas estaban ya desgastadas, lo cual me hizo emprender viaje hacia la tienda en busca de algunas.

    La lluvia y el frío no cesaban, por lo cual tomé las llaves del auto de papá, quien ya para esa hora de la tarde, se encontraba en casa reparando alguna que otra cosa, en el garaje. Lo escuché por lo lejos, hablando solo como solía hacerlo al trabajar y decidí no interrumpirlo. Llevaba conmigo todos los papeles necesarios, en caso de encontrarme con algún control de tránsito. Miré mi reflejo en el espejo retrovisor por última vez, caí en la cuenta de que mi cabello estaba demasiado alborotado, pero preferí ignorarlo, y encaminarme hacia mi destino. La ciudad era la postal perfecta, de una tarde invernal de esas que describen en las películas ambientadas de época. La radio que papá siempre escuchaba, resonaba por lo bajo a medida que mis dedos bailaban sutiles sobre el volante. Al llegar, el aroma a madera nueva me llenó los pulmones. Las guitarras, baterías y miles de otros instrumentos más, solían poseerlo al ser nuevos, y ese momento, se transformó en un suspiro para mi corazón. Luego de encaminarme sobre el sector de las guitarras eléctricas y admirarlas, me encontré con Josefina, una chica de unos veintitrés años, que me conocía desde los diez años. Cuando en aquel entonces, había caído en la tienda, casi a las ocho de la noche, para ir a comprarlas. Llorando por no saber, como colocarlas y cargando la guitarra sobre mi espalda a cuestas, dada la altura.

    Jose, como la llamaba, era una muchacha rubia y de ojos verdes, que poseía un característico piercing bajo el labio y uno sobre la ceja derecha. Su simpatía siempre me cambiaba el humor, su silueta bajo la remera negra con el símbolo de la tienda, no pasaba desapercibida. Poseía los senos más grandes que yo hubiese podido ver. Pero no grandes a nivel grotesco, sino, de esos que chicas como Rafaela o su prima Emilia sueñan tener. Su sonrisa desde el mostrador, me informó que la esperase a que terminara de atender a la chica que tenía justo en frente, junto con una mueca divertida simulando cansancio. Mientras fui admirando púas, modelos, entre otras cosas, el celular en mi bolsillo comenzó a vibrar, eran mis amigos. En el chat grupal, aseguraban que sin mi permiso, pero si con el de mi madre, irían a visitarme y que los esperase con comida. Mientras sonreía con sus comentarios, Rafaela comenzó a pedir fotos de lo que fuera que tuviésemos en frente o estuviésemos haciendo, era algo característico en nosotros. Mientras ellos comenzaron a mandar las suyas, yo me ubique de una forma en la cual pudiese tomar una captura de la tienda, sin ser obvia. Cosa que minutos después lamenté.

    *Rafa :)

    Oh estás de compras y no invitas que mala persona eres Katerine -.-

    Jonás

    Espera espera...alguien más vio eso?

    Rafa :)

    Son instrumentos nene, sirven para hacer música por si no sabías, daa.

    Yo

    Jajajaja

    Jonás

    Ay que graciosa que sos nena, ya sé lo que hay en la foto.

    Yo hablo de más atrás, haciéndole zoom a la imagen, sale una chica, fíjense.

    Esa chica es de la que les hablé anteriormente, la que se había aparecido en la escuela!

    Rafa :)

    Ay Joni creo que ahora si te hacen falta un par de lentes con urgencia :eek:

    Mira si va a ser ella? Acaso tenes súper memoria fotográfica? Seguro que la confundís con alguien más, tiene un estilo común.

    Jonás

    Está bien no me crean, pero yo estoy seguro de que es ella, en dos semanas cuando volvamos al colegio lo van a comprobar y me van a tener que compensar con algo.

    Yo

    Ay pero que miedo, una calculadora científica nueva quizás?

    Rafa :)

    No no, mejor un par de súper lentes con súper visión para que aprenda a ver bien y no ande sospechando de chicas que van por la calle amiga jajaja

    Yo

    Jajajajajajj

    Jonás

    Ja ja que chistosas, ya verán, cuando pidan mi ayuda en matemáticas van a ver...*

    Mientras la charla seguía, decidí bajar el teléfono, cuando Josefina se me acercó. Después de un saludo, en el cual ella siempre me daba un beso en el cachete, prolongándolo un poco más, en sus manos pude visibilizar un paquete, con lo que reconocí eran un par de cuerdas. Al alzar la vista, habló.

    -Te conozco bien como para saber que si venís, no es especialmente a verme a mí.

    Dejando de lado el sonrojo que sentía crecer en mis mejillas, nos acercamos a la caja para pagar, mientras ella continuaba comentándome cosas que habían entrado en la tienda. Yo por otro lado, escuchaba y respondía con monosílabos a su voz. No podía decir mucho, eso suele suceder cuando tienes en frente a una chica como Josefina. Si, ella me gustaba, pero solo físicamente. Desde que la había conocido, luego de salir de una clase de guitarra en la cual me había ido terriblemente mal, su mirada, sus chistes y su forma graciosa de ver al dueño de la tienda, habían sido suficientes, para volver a verla, varias veces. No habíamos intercambiado muchas palabras desde el verano pasado. Mientras ella se alejaba, para atender a otras personas, cierto recuerdo volvió a mi mente.

    En una ocasión, y al cumplir los quince, luego de salir a trotar como solía hacerlo los veranos por la noche, la había visto salir de la mano con una chica de tez morena, en una casa ubicada cerca del parque en donde yo me hallaba estirando los músculos. Reían divertidas, y charlaban a gusto, la otra chica parecía dispuesta a irse en su moto, cuando Josefina fue quien de un solo movimiento, termino pegando su rostro al suyo, para acabar besándola. La noche solapaba sus cuerpos, pero aun desde la distancia en donde yo estaba, podía verla claramente, a la muchacha anónima encaramándola contra la pared ubicada a un lado de la puerta principal. Continuando un beso apasionado, del cual yo hui a esconderme detrás de un poste de luz. Para aquel entonces, yo ya sabía todo lo que se tuviese que saber sobre relaciones. Mamá era demasiado liberal en ése sentido, y nunca había escatimado en información sobre el tema ni mucho menos. Pero aquella imagen frente a mis ojos, me había sorprendido de sobremanera, para finalizar dándome cuenta de cosas a las que antes ignoraba.

    Un par de voces altas me despertaron de mis pensamientos, lo cual hubiese agradecido, si no hubiese sido por la persona de la cual provenían. Una chica a mi lado, un poco más alta que yo, poseía en su rostro, ninguna expresión que no fuese frialdad. El sobretodo azul peltre que traía puesto, escondía un par de pantalones tiro alto, que contrastaban con una remera roja y una chamarra negra, que se veían por lo bajo, junto con unos borcegos de cuero negros. Al levantar la vista, pude encontrarme con su mirada, la cual se mantenía fija en mí. A su lado, reconocí a la señora que había visto anteriormente en la mudanza. No cabían dudas por el corte de cabello. De ella provenía la voz fuerte que me había alertado, dado que le hablaba al hombre frente a sus ojos, exigiéndole cosas que no entendí, puesto que mi atención seguía desviándose hacia la chica alta y de cara pálida, que varios centímetros más atrás, me miraba. Intenté alejar la vista, y centrarme en la cola que iba achicándose conforme los clientes pagaban.

    Al cabo de unos segundos, y luego de seguir sintiendo su mirada aún increpándome, e intentando centrarme en algún punto fijo de la nada para distraerme, y fallando asombrosamente, un pensamiento se visibilizó ante mí. Cuando la madre de la chica de cara pálida, pudo pagar las cosas que había comprado, no sin hablar por lo bajo y bromear acerca de los precios, caí en la cuenta de que la muchacha que aún me miraba, era la que había descripto Jonás. Estábamos a escasos pies, y bajo la luz de las lámparas de la tienda, su piel se tornaba más lívida. Percibí en su cabello, ciertos mechones de tintura azul. Mire hacia alrededor, y por detrás de donde yo estaba, un grupo de chicos centraban sus ojos en ella, atentamente mientras farbarullaban cosas por lo bajo. Los entendía, ya que yo tampoco podía evitar alzar la vista, aún con todo el pavor que me producía su mirar. En comparación con su madre, sus ojos eran muy oscuros. Mire disimuladamente, las compras dentro de la bolsa que cargaba ésta, y pude ver varios artefactos de sonido, principalmente para micrófonos y algunos filtros anti pop. Después de unos segundos, la voz de Josefina me distrajo, por no decir que me salvó de la incomodidad que crecía dentro de mí.

    Luego de pagar por las cuerdas, y saludarla, haciendo caso omiso a sus típicas invitaciones para salir a tomar algo, me encamine hacia la puerta, no sin antes sacar del bolsillo la llave del auto, y quitarle la alarma. Cuando procedía a entrar en él, algo volvió a llamar mi atención.

    En el comienzo del cordón de la vereda, un hombre con apariencia descuidada, y con una gorra manchada, le alzaba la voz a la señora de la mudanza, así la titulaba dado que no conocía aún su nombre. Las voces se unían junto con el tránsito que pasaba, ligero dado la hora en ese momento, era la exacta en que todas las personas solían salir de sus trabajos. Percibí en el hombre, un gesto totalmente violento, mientras que la señora frente a él, solamente pedía disculpas gesticulando con sus brazos, y llevándolos a su pecho. La muchacha por otra parte, miraba hacia su izquierda, sin emitir una sola emoción con su rostro. Poseía ambas manos sujetas a sus costados. Me sorprendía enormemente, la paz que su rostro irradiaba, dado los alaridos que el señor frente a ella, emitía. Cuando la señora comenzó a alejarse, pude ver el momento exacto en el cual él quiso tomarla de la muñeca mientras continuaba gritando. Si hubiese seguido los consejos que Regina solía darme, esperando que cambiase mi temperamento, me hubiese ido por mi camino, pero yo no era como mi abuela. En un momento que no me di cuenta, me encontraba en medio de mi vecina y acercándome, al punto de poder sentir el olor a tabaco que de aquel señor salía. No tuve consciencia, hasta que mi voz salió.

    -Señor, dejé a las señoritas en paz, estoy segura de que lo que sea que haya pasado, no fue a propósito.

    Su altura era tanta, que debía elevar la cabeza para poder observarlo bien. Su aspecto, consistía en una barba de varios días, pantalones de jean celestes, camisa a cuadros que se vislumbraban bajo una campera rompe viento y un chaleco del mismo material. Su voz me resultó igual de detestable, que sus gesticulaciones.

    -Mira piba yo no sé quién sos vos, pero por culpa de la hija de ésta señora, yo casi me pego un palo con el camión. O acaso no viste que cruzó sin mirar, en una calle cuya mano es para el conductor, y encima se quedó papando moscas parada en medio! Ahora quién le va a pagar el seguro al auto al cual le rompí la luz trasera por esquivarla eh? Quién?!

    Mis ojos fueron directamente hacia la muchacha, pero ella parecía distraída con otra cosa y no reaccionaba de ninguna forma. Su madre por otro lado, tomando mi hombro gentilmente fue quien se aproximó a hablar.

    -Señor discúlpeme ya le dije que no fue su intención hacerlo! Yo misma puedo proporcionarle el dinero del seguro pero...

    La voz del hombre me había resultado odiosa, su forma de mover las manos, señalando y abrir grandes los ojos, eran características de un tipo que buscaba infundir miedo. Pero cuando creí que lo había visto cumplir el peor de los papeles, fue cuando di por entendido que no. El empujón que cometió su hombro contra mí, no me golpeó tanto como a la señora a mi izquierda. Mi vecina cayó sobre el poste de luz ubicado a su lado, mientras sus ojos seguían al hombre, quien sujetaba por los hombros a la muchacha, quien por otro lado, miraba a su madre con ojos ciegos y no emitía palabra.

    -Ey todo ésto es por tu culpa no ves? Acaso si sos ciega? Al menos tendrías que pedirme disculpas! Las merezco! Me mande una cagada por tu culpa! Habla nena! Sos muda encima?

    Cuando pude reaccionar, recordé el regalo que papá me había dado al cumplir los once años. Del bolsillo de mi campera, destape el gas pimienta que llevaba siempre conmigo y que nunca me abandonaba, para acto seguido, empujar al señor de su agarre, y meterme en medio de ellos dos. Sus ojos se abrieron enormes, a medida que subía mis brazos, sujetando el artefacto del cual brillaba su marca.

    -Si no quiere que le queme los ojos, aléjese o de lo contrario me veré en la obligación de hacerle entender por las malas, no me haga enojar señor.

    Mientras mis palabras salían, me iba moviendo lentamente para ayudar a mi vecina a ponerse en pie. La voz de aquel extraño, volvió a coalición.

    -Ja! Pero mira! Encima yo tengo que enfrentar a la policía ahora? Quién te pensas que sos nena?! Es ella la que me tiene que pedir perdón! La madre, ahora vos! La defienden mientras la tipa se queda callada y no dice nada! A vos te hablo! Pedime perdón al menos! O sos tan maleducada como tu amiga?

    La señora que anteriormente había estado sobre el suelo, ahora volvía a hablar.

    -Señor ella no lo hizo a propósito se lo juro! No es que no lo haya visto! Ella no lo escuchó! Por eso es que se quedó parada mientras yo buscaba en mi cartera las llaves del auto!

    Mis ojos volvían a posarse sobre la muchacha, quien ahora clavaba la vista en el piso mientras escondía ambas manos en sus bolsillos. El señor comenzó a bajar la voz, mientras que también clavaba la vista en la chica frente a él.

    -Cómo que no escuchó?

    -Es lo que trataba de explicarle, mi hija sufre de sordera, por eso no escuchó cuando venía su camión y por eso se detuvo, no fue intencionalmente, por favor.

    Los ojos del hombre tomaban otro matiz, a medida que su compostura también adquiría otro carácter. Sus ojos iban de la madre a la hija, y de la hija a la madre, con lástima en ellos, lo cual produjo en mí, cierto escozor e impetuosidad.

    -Discúlpeme no tenía idea, lo lamento mucho. Pero tendrá que pagarme lo que rompí por su hija.

    Luego de varias palabras, y de intercambiar datos, el molesto señor se fue, no sin antes ofrecer unas disculpas que acepté solo y con una inclinación de cabeza. Para luego sentir un par de manos, tomar las mías. El gas pimienta volvía a estar en mi bolsillo.

    -Muchas gracias por tu ayuda! De verdad no te hubieses molestado! Pero...ay yo te conozco! Vos sos la hija de Nora y Rafael! Si si tu mamá me habló de vos cuando fue a hacerme una visita como bienvenida al barrio!

    Su voz era un tono más fina que el de mi madre, pero sus ojos, más la corta altura que la acompañaba, me recordaba a un personaje de la tv. Sus mejillas poseían muchas pecas, y sobre el cachete izquierdo, reconocí un característico lunar, que ahora y de cerca, había visto también en el rostro de su hija. Quien volvía a mirarme, como cuando nos hallábamos dentro de la tienda. Mi voz salió algo extraña. Culpa de los nervios que esa chica me provocaba.

    -Hola! Sí, yo soy la hija de Nora, es un placer conocerla al fin y no se preocupe, no me gustan las personas que alzan la voz y ese señor gritaba demasiado, exageraba la situación.

    Sus ojos celestes me miraban alegres, mientras que sujetaba con ambas manos, en un lado la cartera, y en el otro las bolsas con los productos recién comprados.

    -Muchas gracias mi vida, nosotras nos dirigíamos hacia casa, necesitás que te llevemos o algo? Sos nuestra heroína después de todo jajajaj.

    Su risa, acompañada de un gesto en el cuál evocaba la típica pose de Superman, me hicieron gracia, para luego recordar ese par de ojos extras que me seguían atentos.

    -No! No se preocupe señora, yo vine en el auto de mi padre, así que mejor vuelvo pronto así no se da cuenta de que me lo llevé sin avisarle jaja. Ah pero no se inquiete que tengo licencia de conducir.

    Dije esto último, simulando con mis manos, enseñarle una placa de policía, lo cual la hizo reír. Luego de varios chistes, nos despedimos, para volver a encontrarnos en la entrada de casa. Al llegar y luego de entrar en auto, pude ver a mi padre de pie, bajo el portón automático, con su gesto frío y de brazos cruzados. Me hubiese encantado explicarle la situación, pero la dueña de un par de ojos celestinos y cachetes regordetes y pecosos, se me adelantó.

    -Hola Kati! Perdón que moleste! Cómo le va Rafael? Pasaba por aquí para volver a agradecerte el gesto increíble que tuviste hoy con nosotras. Su hija es en realidad un héroe don Rafael!

    Sus palabras, iban acompañadas de una energía, que reconocía muy similar a la de mi madre cuando una receta le salía bien, o su equipo favorito de fútbol ganaba. Mi padre por otro lado, vislumbraba una sonrisa que a pesar de esconder algo de incomodidad, se mostraba sincera. Sus alturas eran muy diferentes, lo cual lo hizo tener que recostarse sobre la pared tras de él, para poder hablar.

    -Hola Sabrina como le va? Ah, sí? Y qué fue lo que hizo mi hija?

    El relato de lo sucedido esa tarde, fue acompañado de muchos elogios, más unas cuantas miradas hacia donde yo me encontraba de pie. Mientras observaba a aquellos dos adultos, encontrarse con mi madre, quien saludaba a gusto acompañada de su delantal favorito, caí en la cuenta de que la muchacha en cuestión, y la que me había estado observando tan atentamente, no se encontraba allí. Un pensamiento me latió en el pecho, acompañado de una melodía que rebotó adentro en mis tímpanos. La voz que había escuchado esa tarde, y que aún seguía en mí, no era de ella. No podía ser de ella. La boca se me secó, cuando de mi brotó una pregunta que fue despedida en voz alta, aún sin quererlo.

    -Disculpe señora...em...usted se llama Sabrina, pero su hija como se llama? No tuve ninguna oportunidad de preguntárselo.

    Sus ojos volvieron a mirarme como siempre.

    -Oh por dios que distraída es verdad, en medio de todo esto no tuve la oportunidad de presentarnos! Mi nombre es Sabrina Piazzo, y mi hija es Alex.

    Antes de que pudiese tomar el coraje para preguntarle, si lo que había mencionado hoy, era verdad, sobre la sordera de Alex, su celular comenzó a sonar. Después de excusarse con asuntos del trabajo, pude ver enormes sonrisas reflejadas en los rostros de mis padres, quienes la noche de ése miércoles, no hicieron más que llenarme de halagos y uno que otro chiste. Recostada en mi cama, me dormí recordando esa melodía, que la voz que aún se mantenía en anonimato, había cantado. Continuaba tarareándola por dentro. Reconocía la canción, Regina poseía un vinilo original de la banda The mamas & the papas, en el cual se hallaba esa canción que ahora, resonaba en mis adentros. Esa noche soñé con mi abuela, y en el fondo, una hermosa voz que me acompañaba junto con las sonrisas de Regina.

    Al despertar aquel jueves, desayune junto con algunas partituras que aún no resolvía. Rafaela fue la primera en llegar, para comenzar a organizar uno de los tantos trabajos que las profesoras se habían encargado de dejarnos. Jonás llegó luego, acompañado de un paquete de galletitas, que devoramos mientras los cafés pasaban por nuestras tazas. Era un gusto que Rafa nos había contagiado, dado que para ella, era lo mejor del mundo. Después de varias horas de escribir y transcribir, fue ella quien habló, luego de desplomarse dramáticamente sobre mi cama.

    -Mi Kati linda, no me deleitarías un poco éste cerebro desgastado con tanta biología, con un poco de tu música?

    La guitarra, mirándome siempre desde donde yo la dejaba, fue a parar sobre mi regazo, para comenzar a tocar una canción, que sabía muy bien cuanto le gustaba. The only exception de Paramore sonaba entre mis dedos, mientras las melodías se fundían con el calor que en la habitación se apoltronaba en cada rincón. La sensación de libertad, y las mariposas que me revoloteaban en torno a la guitarra, eran los protagonistas, junto con el aire fresco y puro, que respiraban mis pulmones al dar cada nota. Un sentimiento que me acompañaba desde pequeña, y cuya calidez me transformaba en una persona inmune a cualquier cosa, que no fueran las sonrisas que mi otra yo, reflejaba en sus adentros en esos momentos. La canción seguía, y yo mantenía mis ojos fijos en cada cuerda, y en como bailaban. Los cerré y me guíe libre, como Regina siempre me había enseñado, había de ser con la música. Evocaba sus palabras, cuando al terminar y levantar la vista, me encontré con los ojos de mis dos amigos, clavados en mí. Fue Jonás quien rompió el silencio.

    -Sólo tu música puede alejarme de los cálculos matemáticos o la clasificación de células.

    Reí ante la frase, cuando Rafaela fue quien habló ésta vez.

    -Admito que amo Paramore, uno de los pocos gustos que compartimos con mi Jonás pero, tu guitarra está llegando a gustarme más, haces sentir mucho con tu forma de tocar Kat.

    Mientras me ponía de pie, simulando un saludo teatral, ellos reían, y Rafaela se me colgaba del cuello para terminar abrazandome. Ambos entendían lo que aún dolía por dentro, y los amaba más, por no mencionar nada y distraerme. Las horas pasaron, y luego de despedirlos, aún en el porche de la casa, todo parecía calmo, hasta que una bola de pelos salió disparada de entre mis piernas. Mientras perseguía a una Daisy, que se volvía un terremoto de cuatro patas, caí en la cuenta, de algo que se escuchaba por lo lejos. El frío invernal, no fue suficiente para evitar que mi nuca se bañase en transpiración. Daisy en mis brazos temblaba, mientras dirigía miradas furtivas hacia el lugar del cual provenía la voz. Caminé a tranco seguro y lento, como quien se acerca hacia un bebé durmiente. La cachorra era ruidosa, gritona y algo histérica, pero al llegar al lugar que anteriormente me había dejado petrificada, se hallaba en total mutismo.

    La voz ahora resonaba, a niveles totalmente catastróficos. Como las oleadas de tornados que se avecinaban dentro de mi pecho. Los tonos, conjuntos, serenos y que explotaban en un estribillo fuerte, quedaban en suspensión con los suspiros que mi garganta contenía. Pensamientos dispares, me regían a salir corriendo, y seguir esa voz que me explotaba frente a la cara, en diferentes tonos. Amarillo, blanco, naranjas y rojos fuego, negros puros y verdes que me bañaban de pies a cabeza. Todo era muy rosa, y de a ratos, violeta y azul, demasiado azul. Azul por todos lados, como en el cierto cabello de alguien. Un golpe seco se escuchó, y la voz se acalló. Toque la pared a mi izquierda, como si se tratase de alguien y me di cuenta, que del otro lado es de donde había venido el ruido. Una voz dulce susurraba palabras inentendibles. Mamá me llamó y Daisy salió corriendo, sin ganas debí de hacer lo mismo. Cuando me alejaba, tuve el coraje de hacer lo que ni el acosador más loco se hubiese animado a hacer. Me acerqué lo más que pude contra la pared, poniéndome de puntillas y grité lo que mis pensamientos me escribían en letras gigantescas día y noche.

    -Tu voz es hermosa!

    Acto seguido corrí lo que mis pies congelados me permitieron, alejando el calor que brotaba en mis mejillas. Los días después de ello, fueron seguidos de muchas madrugadas sin poder dormir, y una voz que continuaba plasmada en todos lados. Las canciones que la chica anónima cantaba las buscaba, y las escuchaba. Amaba a cada cantante, pero nadie lograba moverme ni una minúscula cuarta parte, de lo que esa voz sí. Volvía a coalición el color azul, seguido de unos ojos oscuros y un nombre de cuatro letras. Alex. Ése era su nombre. No la veía mucho, solamente cuando salía a la vereda, o en los días soleados, mientras hacía jardinería. El frente de su casa, ahora poseía diversas plantas con varias flores. Muchos colores. Me recordaban a otros.

    Las vacaciones de invierno llegaban a su fin, y Rafaela se lamentaba cada día que pasaba, Jonás por otro lado, parecía más desesperado por la carrera que aún no se decidía, iba a estudiar al terminar la secundaria. Estábamos cursando cuarto año, y las profesoras solían estar especialmente insistentes con que camino elegiríamos. Mientras ellos hablaban sobre las facultades que tenían en elección sobre la mesa, mis pensamientos se centraban lejos, y en una voz que me mantenía sujeta a la pared que separaba mi casa de la del vecino. Las tardes en que papá limpiaba su auto, y mamá aprovechaba para hacer lo mismo con la vereda, me encontraba centrada en poder ver discretamente, quien era esa otra persona que vivía junto a la señora Sabrina y su hija Alex. La dueña de la voz de diversos colores. Fracase demasiadas veces, no era buena para disimular ni para mentir, y esto mismo me delataba.

    Ese domingo, mientras mis padres intercambiaban charla con Sabrina, observé desde el porche de la casa, a la chica de ojos café. Poseía un conjunto deportivo color bordó, que se le adhería a sus piernas largas. Su silueta era de contextura alta, lo había comprobado esa tarde en la tienda. Su cabello estaba sostenido por una coleta, y el buzo remangado, dejó ver un tatuaje en el brazo derecho, que no pude visualizar debidamente por culpa de la distancia que nos separaba. La vez que Rafaela y Jonás se la habían topado en la entrada, mi amiga no había tenido reparos en dejar en claro lo atónita que la tenían su mechones azules, conjuntamente con su cuerpo. Me avergoncé ajenamente por sus palabras, cuando unos ladridos me despertaron. Daisy corría salvajemente a un gatito blanco, que acto seguido, se escondía en medio de las piernas de Alex. Mientras nuestros padres charlaban cuestiones de jardinería, y mamá le enseñaba a Sabrina, su quinta en el patio trasero, yo volvía a encontrar mi mirada con la de ella. Me levanté y me acerque a la entrada de su casa, la cual poseía una serie de paredes bajas en ladrillo rojo, divididas por una puerta de hierro color negra, que a su vez estaba sostenida por rejas. Aun de pie en el ingreso, mi voz llego hacia la perra, que aun gruñía mientras destinaba miradas con miedo hacia mí. El gatito ahora también me observaba.

    -Perdón, ella es así de escandalosa.

    Al emitir tales palabras, fue que caí en la cuenta de cuán tonta me vi. Recordé su sordera, cuando al encontrar su mirada, fui testigo de su mutismo. Quise decir algo, hacerla sentir mejor, pero el lenguaje de señas, no era uno de mis atributos. Me desespere buscando el teléfono, mientras sostenía en brazos a mi perra. Al no poder hacerlo, de una forma en que ella se ubicase correctamente, ésta salió despedida, mientras iba hacia donde mi madre se encontraba, no sin antes tirar al suelo mi teléfono. Aquel que había podido sacar torpemente del bolsillo de mi pantalón. Al agacharme a recogerlo, resbale con un charco de agua y caí, quedando frente a la muchacha que me miraba petrificada. El rubor en mis mejillas, ahora se mezclaba con las ganas de salir corriendo que me atravesaban en medio del pánico. Daisy me las pagaría. De pronto, un par de cachetes pálidos me miraron sonrientes, mientras me enseñaron un teléfono cuya pantalla me mostraba un texto.

    *Lo siento, puedes pasar a limpiarte. Y no te sientas incómoda, sé leer los labios*

    Al elevar la vista, aun sintiendo el calor trepar por mi rostro, me sentí peor. No por la situación en sí, sino, por el hecho de que ella creyera que mi vergüenza, fuese incomodidad. Levanté mi teléfono, y la seguí hacia adentro.

    El interior de su casa era de color crema, y con varios muebles en tonalidades oscuras. Las flores que afuera se veían, por dentro te guiaban como un elixir. En un jarrón sobre la mesa, pude percibir varios lirios de color azul. Reí por lo bajo, al entender que todo en Alex me recordaba al azul y no solo su cabello. Ella me escuchó y volteó a mirarme. Después de limpiar como pude, el pantalón cargo negro que llevaba puesto, el teléfono que anteriormente se había presentado ante mí, volvía a ubicarse frente a mis ojos.

    *Te caíste fuerte, te duele mucho? No parece que estés herida en algún lugar, pero si te hiciste muy mal podemos ir al hospital o a una farmacia a que te receten algo*

    Mis ojos leían su expresión, y la boca se me volvía a secar. Recordé como expresar que estaba bien en señas, y lo hice. Dado que mi madre por ser docente de cocina, había tomado un curso de lenguaje de señas, y yo supe ayudarla a entrenarse. Alex sonrió y su gesto me pareció igual de tierno, que la pequeña gatita que debajo nos observaba. Su teléfono comenzó a vibrar, y el gesto que anteriormente me había mostrado, se oscureció notablemente. Lo cual me instó a agradecerle las atenciones, y alejarme.

    ¿Quién es la chica que canta? ¿Vive contigo?

    Preguntas que alejé a medida que me acercaba a casa, y dejaba atrás todo ánimo alegre, que hubiese podido sentir al adentrarme en la residencia, en la cual vivía la dueña de esa hermosa voz. La noche cayó junto con una lluvia torrencial.

    El lunes de vuelta a clases, y muy temprano, lo recibí con unas cuantas ojeras, producto de una noche, plagada de mucho color azul, y lirios, y voces dulces. La primera materia me pareció más aburrida de lo normal, al igual que cada disciplina. Mis amigos estaban inmersos en sus mundos, y charlando, cuando frente a nuestros ojos, y durante el segundo recreo, en el salón contrario al nuestro y al que asistían los del otro año, se encontraba ella. Alex miraba atenta a la compañera que a su lado, le hablaba. Se trataba de una chica de ojos verdes y cabello sobre los hombros, con una coleta amarilla ubicada en su muñeca derecha. Recordaba haberla visto innumerables veces. Ellas no nos vieron, dado que siguieron su camino hacia el patio de la institución. Mis amigos por otra parte, no cesaron en hacer preguntas y comentar todos los favores que le debíamos a Jonás por habernos alertado sobre ella.

    Desde el lugar donde nos encontrábamos sentados, comentando sobre las primeras actividades después del receso, pude observar el característico sobre todo color azul peltre que llevaba puesto. Al finalizar el recreo, las clases me dejaron hambrienta. Llegando a casa a pie, dado que la escuela no quedaba lejos de ella, caí en la cuenta de una persona que venía detrás de mí a unos pasos. Cuando me aproxime a cambiar la canción que sonaba en mis auriculares, pude fingir haber escuchado un ruido y mirar hacia atrás. Alex fijaba sus ojos en mi espalda, para enfocarlos en mi rostro. Algo me impulsó a sacarme los audífonos, guardar el celular y parar el paso. Ella hizo lo mismo. Al ver la alerta en sus ojos, practiqué algunas de las frases que la anterior noche, me había dedicado a intentar aprenderme, del libro de lenguaje de señas del cual mamá había estudiado. Alex alejó sutil la vista, acercándose a mí. Quedamos una al lado de la otra. Silencio puro, que me carcomía en una incomodidad que volvía a intentar convencerme de plantearle interrogantes, que me revoloteaban como mosquitos.

    Mirando de reojo, podía observarla depositar su vista sobre mí. Antes de cruzar la calle, fue que la sentí tocar sutilmente mi brazo derecho, pidiendo mi atención. Sus manos gesticularon.

    * Gustar * * guitarra *

    Entendí la pregunta, lo poco que pude en su lenguaje, y lo asimile por el gesto de cuerdas que hizo con sus dedos perfectos, y la atención especial que puso en el dije que rezaba en mi cadenita. Como no entendía mucho, preferí hablar.

    -Sí, me gusta mucho todo lo que tenga que ver con la música. No soy profesional pero de a poco sigo aprendiendo jaja.

    Y ahí estaba de nuevo su sonrisa, esa que parecía juguetear con el lunar que cada vez me causaba más interés.

    -Y a vos? Hay algo que te guste mucho?

    Su mirada en mis labios me ponía nerviosa, pero lo ignoraba para poder centrarme en entender sus gestos. Estábamos a unos cuantos pasos de casa, cuando el mundo pareció abrir una serie de sismos bajo las plantas de mis pies.

    -Me gusta mucho dibujar, y las plantas. Suelo dibujarlas también. Ah y la música. A vos hay algo más que te guste?

    Su voz tomó la tranquilidad que yo estaba manipulando, para hacerle una llave y dejarla en el suelo, como el luchador que gana por knockout. Agradecí estar frente a mí casa, y ser interrumpida por mamá, quien justo salía a sacar la basura, dado que las palabras se me olvidaron por completo, a medida que el calor trepaba por mis mejillas.

    -Hola chicas, como les fue?

    Mientras Alex centraba su atención en ella, haciendo gesticulaciones, que mi madre respondía con el mismo lenguaje. Yo por otra parte, seguía intentando respiraciones por dentro, sin lograr apartar los ojos de la chica a mi lado. Mamá volvió a distraerme, o lo poco que pudo.

    -Vamos a comer, amor? Ya está la comida. Nos vemos Alex! Pasa cuando quieras.

    A medida que ella se alejaba, dejándome ahí sola con toda la situación y sin poder dejar de mirar a la chica frente a mí, procedí a despedirme, cuando la última bomba terminó de caer.

    -Tu mamá me cae bien, nos vemos pronto Katerina, gracias por acompañarme.

    Alex se alejaba sonriendo sutilmente, y yo continuaba aún de pie ante el caos que se abría paso. Alex podía hablar. Alex era sorda, pero Alex hablaba. Su voz, Alex tenía una voz preciosa, hermosa, bonita, serena, su voz era más linda que todo lo que yo hubiese podido creer lindo. El corazón me vibraba, cuando entré en mi habitación y caí sobre el colchón. Me latía mucho, sentía como las mejillas seguían ardiendo, las manos sudorosas picaban, mi pelo continuaba despeinado, y la agujetas del zapato derecho igual de sueltas que siempre. Pero Alex podía hablar. Sí, había mucho azul en todas partes.
     
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