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Las sombras

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Pessoa, 22 de Febrero de 2017. Respuestas: 4 | Visitas: 530

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    LAS SOMBRAS


    Avanzaba con andares lentos, abstraído, junto a la amplia avenida iluminada por los neones de los escaparates y los focos fugitivos de los vehículos, que dibujaban luminosos rayos rectilíneos en la calzada. Seguía teniendo aquella extraña sensación de volatilidad que le preocupaba desde hacía algún tiempo. Como si la masa de su cuerpo hubiese sido afectada por alguna especie de carcoma y, dentro de su forma habitual, se extendiese por su interior algún tipo de incorporeidad. Una transformación en puro espíritu, podría decirse, pero él nunca creyó que albergase ninguna clase de espíritu.

    Ciertamente desde que se apartó de los trabajos y las rutinas habituales a los que había dedicado las tres cuartas partes de su vida, harto ya de desaires y fracasos, comenzaron a manifestarse en él aquellos síntomas de vacío, junto a un rencor creciente hacia sus semejantes. Aunque le resultaba impropio llamarlos así: nunca se había sentido semejante a los demás, siempre se consideró un desclasado y poseedor de características que lo hacían diferente a los otros. Pero nunca aceptó que eso pudiera ser causa de su falta de integración en la sociedad.


    De origen provinciano, los pasos que tuvo que dar para buscar su “lugar bajo el sol”, como tantas veces le aconsejaba su abuelo en las frías noches del invierno, allí, en el pueblo, no fueron ni fáciles ni habituales. La hacienda familiar se había volatilizado en manos de un padre manirroto y mujeriego, y esa volatilización le había generado un íntimo desasosiego y la creencia, nunca sustanciada por otras circunstancias, de que todo lo material era efímero y volátil. Pero nunca pensó que fuese patrimonio espiritual; aquel concepto era cosa de curas y de los curas, otro consejo de su abuelo, más valía mantenerse alejado.


    Otra de sus obsesiones eran las sombras; siempre le inquietó su incapacidad para entender ese fenómeno de la oscuridad. Tal vez por eso, cuando los avatares de su vivir le fueron empujando a la soledad, siempre lo acompañaba en el salón de su pequeño apartamento, que le servía asimismo de dormitorio y rincón de lectura, un antiguo candelabro de bronce con el que le gustaba iluminarse en las largas veladas que se concedía cuando, cansado de pasear por las calles hostiles, volvía a su piso a encontrar de nuevo aquello que nunca le abandonó durante el día: la soledad.


    Una nueva obsesión iba ocupando su espíritu: la de su creciente incorporeidad. En los bares, en los restaurantes, en las tiendas que frecuentaba, cada vez le parecía que pasaba más desapercibido, le era más difícil hacerse servir por los empleados que parecían ignorar su presencia entre la de los demás clientes. Procuraba mirarse, cada vez con mayor frecuencia, en los espejos y siempre encontraba inexorablemente su imagen envejecida, quizás con los rasgos de su rostro más difusos, aunque él lo achacaba a su extrema delgadez y al deficiente rasurado de su barba.


    Aquella tarde, después de su prolongado paseo por los arrabales (últimamente evitaba las aglomeraciones y el bullicio del centro, pues tenía que esquivar continuamente los golpes de los viandantes que, ignorándole, se abalanzaban contra él), le apeteció buscar un contacto femenino, el calor de un cuerpo de mujer, siquiera fuese mercenario y, ya lo intuía él, fuese a dejarle una amarga insatisfacción por el recuerdo de otros cuerpos a los que amó y no pudo conseguir.

    Entró en uno de aquellos clubs de alterne. Lo recibió una vaharada de tabaco y olores groseros, de rancias emanaciones de cuerpos sucios y una escasa ventilación. Dentro, la penumbra rojiza permitía distinguir varias formas femeninas que se apoyaban con torpe languidez en la barra del establecimiento. Con desmañados gestos se acodó asimismo en la parte más alejada del mostrador; inmediatamente una de las mujeres se aproximó a él, llevando consigo un nube de aromas turbios y un gesto de aceptada resignación ante lo que, suponía, iba a ser una nueva entrega de su ajado cuerpecillo.
    Pero inesperadamente la mujer no llegó hasta él; quedó hablando y gesticulando con otra de sus compañeras, ignorando claramente la presencia del recién llegado.


    Un absurdo dilema le hizo plantearse la posiblidad de ser él quien se acercase a la mujer o, definitivamente, salir del local en el que ya se arrepentía de haber entrado. En su cerebro comenzó una espantosa confusión, una tormenta de dudas sobre la realidad de su existencia. No era posible aquel desconocimiento de su presencia, era el único cliente del local. Como un trueno que nacía en lo más profundo de su mente, un creciente sentimiento de indignación e incertidumbre se apoderó de él. Salió a todo correr del club necesitando encontrarse en la vorágine de la calle. Le urgía volver a sentirse y a ser él.

    Pero fuera, todo era sombra, oscuridad profunda. Ni una sola luz, ni de casas, ni de farolas ni de vehículos definía los volúmenes de aquellas conocidas geometrías. Eran las tinieblas del más allá. Temblando se refugió en una de las bocas en las que la oscuridad parecía ser más profunda. Con un alucinado terror comenzó a palparse, a tocar sus estremecidos miembros. Nunca los encontró; todo él era vacío. Fue su último paso hacia la nada que siempre fue.


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    Ilust.: Foto urbana by Josep Colet.
     
    #1
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  2. Luis Á. Ruiz Peradejordi

    Luis Á. Ruiz Peradejordi Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Un hermoso relato, con ciertos toques góticos, y una prosa fuerte y contundente. Relato entretenido, que se lee con mucho gusto. Mi enhorabuena. Un saludo.
     
    #2
  3. ropittella

    ropittella Poeta veterana en el Portal

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    Como siempre, es la excelencia de tu pluma, bien visible, bien tangible, bien humana y presente. Abrabesos y GRACIAS POR ESCRIBIR.
     
    #3
  4. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    Muchas gracias, Luis A., querido compañero de letras, por tu visita y estimulante comentario. Espero seguir contando con ellos en mis futuras incursiones literarias. Un cordial saludo,
    miguel
     
    #4
  5. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

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    Hola, ropitella, querida compañera. Te agradezco tu comentario, cuajado de calificativos que me son particularmente gratos. Estas palabras son el mejor premio a que podemos aspirar quienes aquí dejamos nuestras letras. Un cordial saludo,
    miguel
     
    #5

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