Leviatán

De repente nos hemos vuelto solitarios; hasta parece que envejecemos dentro de nuestros pozos mentales, perdidos en un extraño y delicioso dolor que nos hace caer en las más oscuras profundidades de nuestro propio abismo. Y es entonces cuando nos damos cuenta que tememos a nosotros mismos, a la intensidad de nuestras emociones impetuosas y crueles, nuestros más negros deseos. Y es peor aún cuando queremos probar nuestro lado oscuro. Es aterrador y espléndidamente maravilloso.

Cómo gárgolas hambrientas se arremolinan a nuestro alrededor las pesadillas más surrealistas, las muertes más deseadas, los escenarios más infames, nuestra felicidad hecha un murmullo... Miles de líneas temporales en las que vivimos y morimos una y otra vez, aferrados a las mismas cosas, a las mismas personas...

Y creo que no tememos a ser lastimados, porque somos adictos al dolor, lo buscamos con desesperación en los lugares indicados, en los momentos más precisos. Entonces, ¿qué clase de especie retorcida somos? Tan crueles e irreales, tan oscuros y patéticos, tan llenos de miedo a las cosas que pueden hacernos feliz; somos propensos a la destrucción personal, a escupir palabras sin valor, a expresar sentimientos que creemos sentir, cuando en realidad, sabemos que esos sentimientos son solo estados mentales, carentes de significado.

Aquí vivimos. Aquí, donde nace todo lo muerto, donde nace nuestro grotesco ser.