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Llanto de cuerpo presente

Tema en 'Poemas Generales' comenzado por José Luis Mendoza, 28 de Mayo de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 450

  1. José Luis Mendoza

    José Luis Mendoza Poeta fiel al portal

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    Hombre
    LLANTO DE CUERPO PRESENTE
    Para Alberto Lovera (Post Morten)
    José Luis Mendoza
    ------------------
    Y desde el fondo de tu cuerpo herido
    sentí el mensaje de tus labios muertos
    para decirme quién te había matado,
    como hicieron los vándalos tu muerte.

    Tus ojos destrozados, sin el brillo azulado,
    color del mar que humedecía tu cuerpo,
    sentí que me miraron con el mismo cariño
    que en otrora lo hicieron ¿te acuerdas?

    Entonces eran días juveniles, éramos los dos
    y muchos tantos otros como nosotros.
    ¿No te acuerdas?
    Las calles petroleras de esa tierra
    que ha formado valores de valores
    donde tú y yo forjamos ilusiones
    e iniciamos la vida de combate
    que nunca presentíamos
    tendría que ser así,
    nos vio marchar ¿cuántas veces
    escuchó nuestros voces? muchas veces,
    llenas de cantos revolucionarios,
    de consignas de paz y esperanza
    por un mundo mejor, de nueva vida.

    Nos separamos por distintas geografías
    de nuestra sola patria.
    Tú vistes otras, de otros continentes.
    Volviste nuevamente
    y asumiste tu puesto de comando.


    Tres mil seiscientas noches
    de diez oscuros años
    nos vieron batallar.
    Insomne y con tu cuerpo balanceando
    recorriste por campos, por ciudades,
    y estabas en la mejor de ellas
    cuando llegó el triunfo que creíamos final.

    Vinieron otros tiempos, breves y buenos tiempos.
    Muy corta fue la dicha, muy corta fue la paz.
    Regresaron las horas de la angustia.
    Volvieron los llantos de las madres.

    El de Santa no estuvo, el de tu santa madre,
    pues se secó una noche de la fatal tiniebla
    de los diez años sin luz.
    Ni siquiera tu llanto pudo estar junto a ella
    cuando su cuerpo abonó el camposanto
    de la ciudad de cabrías somnolientas.

    Tenía que ser octubre, un día de octubre,
    porque fue en esos días, todavía lo recuerdo,
    que iniciamos las marchas por las calles
    para gritar la muerte de la guerra…
    y el nacimiento de la legalidad
    y fue ese octubre también
    la infeliz taconada que truncó
    aquél proceso que veíamos venir
    seguro, a paso firme.

    Era de madrugada y la red te buscó
    ¿cierto? Y tenía que encontrarte,
    porque fue construida por las manos
    de gente de tu pueblo
    y esa mar, y esa red y ese pueblo
    no te podían perder, porque formaron
    parte inseparable de tu propia existencia.

    Sentí que me miraron
    con el mismo cariño
    tus ojos azulados.
    Busqué verlos de nuevo
    pero estaban destrozados,
    porque esos buitres no pudieron,
    no podían resistir el fuego
    acusador de tu mirada.

    Presentí y escuché tu voz de hermano
    y quise revivirte con mi llanto,
    pero pude callar en mi sollozo.
    Mejor era callar, aguantar hasta tanto…
    Por tu cuello ¡que bestias!
    colgaban eslabones de acero,
    cadenas con docenas de kilos,
    candados importados
    y un pico que no sirvió para tu sepultura,
    porque después de muerto, tú lo sabes,
    tu voz acusadora la oyó todo el país
    y todo el continente y todo el mundo.

    Nos vimos juntos unos meses después
    de tu metamorfosis y éramos los mismos.
    tú con tu nueva vida
    y yo en los pasos de mi lenta muerte.

    Pero te rescatamos tus amigos
    y tu fiel compañera
    y era la noche tibia y calurosa
    cuando aquél crespón negro,
    con neumáticos,
    arrancó para el viaje de regreso.
    Se escuchó en la ciudad las ocho campanadas
    ¿serán ocho tus asesinos, cuántos son tus verdugos?
    Hubo llanto de nuevo, siempre llanto.
    El de María del Mar, el de tus hijos,
    el de tus camaradas.

    El llanto de un pueblo
    que siguió tus pasos y no quiso perderlos
    al sur de la ciudad.
    Fue llanto de dolor, de amor y pena.
    Llanto que tendrán que verter
    todos tus asesinos, todos tus verdugos
    a la hora de saldarles la cuenta.

    Barcelona, marzo de 1967
     
    #1

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