Llevo tanto tiempo...

¡Llevo tanto tiempo que camino a través de este desierto! ¡Son tan largas e innúmeras las estaciones pasadas! Los astros cercanos, la luna y el sol, bailan una danza maldita en torno a mi cabeza que enloquece mis facultades y trastorna, con su dulzona melodía, mis instintos. Las lejanas estrellas enseñan allá en lo alto su diminuta lengua de víboras, cual múltiple lluvia de rocío ácida e imbebible. Ese mar de arena que me rodea…

¡Qué falta, qué horroroso pecado cometí en el cielo de los dioses para verme así arrojado a ésta tierra sin caminos donde el polvo y la sed son los compañeros inseparables y la luz del sol verdugo cruel hasta el atardecer! Llevo conmigo los escasos utensilios de mi avío y un recipiente con agua. Entierro mis excrementos para no dejar huella de mi paso y el viento borra en la atmósfera mis olores.

Es el pago, la cruel penitencia por el más aciago de los tratos. ¡Qué indecible soledad rodea mi camino! Sigo caminando pegado a la inmensa roca vaporosa del desierto mientras siento las plantas de mis pies, el entorno escueto que me rodea. El sonido de mi mente, su leve zumbido, me mantiene despierto entre los elementos y sé que no existe el miedo en un lugar como este.

Desciendo al valle de los espejos el cual está plagado de fantasmas. Una gran caravana de diosas y huríes camina hacia el poniente, el sol y los mil soles la siguen y deja en el aire limpio de la tarde una nube de polvo, de incienso y perfume, que termina en el horizonte. En el fondo del valle encuentro el cauce seco de un río. Una multitud de pequeñas conchas y caracoles forman el lecho mientras en el aire flota un denso vapor de mar antiguo. Es al cruzar el valle cuando me quedo sin agua.

A lo lejos se acerca un peregrino, me observa, por la ropa y el aspecto puedo ver que es un venerable anciano que acompaña su marcha con un retorcido báculo de higuera, le saludo antes de que llegue a mí, le pido de su agua, me responde que no lleva y nos separamos con una honda desesperanza en el corazón.

Continúo pasando dunas, dejando a mis espaldas montañas y más montañas de arena. El sueño del agua que golpea mi cerebro, la mirada áspera y perdida delante de mi cuerpo y de mis pasos. Pienso en el más allá de esa realidad parda y gris del desierto, de todos los desiertos, en ese mar de agua dulce que es el fin de las cosas, o el amor de mi amada, o el lejano canto de los marineros varando redes en el lejano puerto del alma.

 

Ownn, enormes gracias al equipo. siempre lo recordaré.