Lluvia del alma

La lluvia cae tranquila sobre las calles de la ciudad. Son las tres de la tarde y me sorprende que no haya nadie transitando por estos lados populosos. Se supone que encontraría a otras personas después de semanas trabajando sin parar en el edificio corporativo, pero no: los únicos acompañantes son las gotas y el flujo calmo de aire.

A medida que pasan los minutos, la lluvia y el viento intensifican sus fuerzas. Las gotas no caen en vertical, sino con inclinación, provocando un traspaso indeseado a mi cara y cuello. Aunque la exposición es pequeña, basta para el agua fría sustraiga mi escaso calor y el viento erosione mi rostro. Este último me golpea, me corta la tez e intenta llevar su violencia a otras partes de mi cuerpo. No se parece en nada al pacífico que sentía en el otoño del 2022.

¡Oh, qué tiempos aquellos! Recuerdo el sol tenue, la brisa, el movimiento suave de los árboles… la fuente del jardín donde te conocí. En ese momento disfrutaba de mi libertad y de la seguridad de un camino universitario que estaba a punto de concluir. La problemática mundial había cedido terreno y la tormenta académica había acabado, así que pude recorrer libremente el mundo.

Después de dos años atrapado en las cavernas, verte por primera vez remeció todos mis esquemas. Tu cuerpo delgado, tu estatura mediana, tu cabello liso y esos anteojos vivificaron una parte de mí que había permanecido mucho tiempo en el letargo y encendieron la chispa que la vida se había encargado de apagar. Me sentí vulnerable, pues nunca creí que una chiquilla pudiera tocar mi corazón frío y envejecido. Regresaron los sueños tras un largo exilio.

Dulcificabas mi vida todos los lunes. No estaba en una oficina entregado al sometimiento, sino observando tu cabello acariciado por el viento y tu rostro iluminado por el sol. Las tardes se me pasaban rápido contemplando tu sonrisa y tu glamur, y disfrutando de tu sentido del humor. Durante los dos años de cuevas y escondites había visto pasar por mi pantalla a toda clase de mujeres —atractivas, graciosas y amorosas—, pero ninguna poseía ese encanto tuyo.

Quería establecer un contacto contigo; no obstante, por las circunstancias, mi poco ingenio en la conversación y mi aspecto desaliñado, no atrevía a acercarme. Sin embargo, no importaba, me bastaba tu mirada accidental para sentir la sangre corriendo por mis venas. El sol recuperaba su resplandor veraniego con tu presencia.

Tu magia me cobijó en los momentos más inclementes. Un viernes de julio del 2022 la lluvia atacó furiosamente la ciudad. No tomé las medidas preventivas y me aventuré al mundo con unas cuantas prendas y un par de zapatillas. El tiempo no tardó en darme la reprimenda: el agua penetró fácilmente mi vestimenta y mis pies se hundieron en los charcos.

Mojado, sucio, perdiendo calor a montones, bajo las miradas de las gentes abrigadas: estaba en el peor de los escenarios. Sin embargo, algo maravilloso ocurrió: las llamaradas de tu pasión se manifestaron y llevaron el calor a mi corazón. Este impulsó la sangre caliente necesaria para contrarrestar el arrebato térmico de la lluvia y llenarme de vida.

Sí, fui un despistado que quedó repleto de agua, pero interiormente pleno.

El fuego de tu amor se extinguió cuando dijiste adiós. El lunes posterior a ese viernes de bendición fue la última vez que te vi. Terminaste tu ciclo en la fuente y emprendiste tu propio rumbo, uno que claramente no va a cruzarse con el mío. Diste media vuelta y seguiste el camino que lleva a la salida del jardín. Desapareciste en el destello de la luz fría del invierno para no volver nunca más.

Pasaron los días y los meses, cumplí con mis compromisos, conocí nuevas personas, coroné logros… pero nada suplió la bendición de tu magia.

El presente es difícil: llegué al final del camino universitario y salté al precipicio de la incertidumbre. No cuento con el calor de tu pasión, sino con la estupidez y la miseria de las organizaciones. Ya no tengo la libertad de aquel otoño del 2022; estoy encadenado a un trabajo, un hogar y un período infames.

Hoy, un viernes de julio del 2023, estoy nuevamente en la calle donde quedé empapado. Esta vez ando con las prendas y botas adecuadas. Salvo por la parte expuesta, las gotas no llegan a mis capas internas. No obstante, el agua no necesita llegar a mi interior para percibir la maldita sensación invernal: un frío emocional recorre mis vasos sanguíneos para dejarme atrapado en la amargura.

No sabes lo que daría por volver a esa época bella.

Puedo evitar la lluvia y el viento, pero no el destino.

 

Fueron y seran dos enamorados.

Saludos