Lo que las farolas observan

Las farolas
narcisos que dejaron de amarse
empiezan a mirar mas hallá de su reflejo.

Observan de lunes a viernes,
cuando el sol se aleja de su cuna
de azul lágrima del cielo,
a multitud de extraños seres.

Unos de lento paso y perdida vista
se internan en el metro.
Turístico viaje en tumbas colectivas
deambulando por agujero negro
situado entre dos entradas o salidas
(según el consumidor elija)

En su interior
de la ultratumba suena una voz:
Ding Dong Ding
¡Última oferta
paga un euro veinticinco
y el purgatorio visita¡

Otros de desgastadas suelas
sin darse cuenta se dedican a caminar,
por calles
donde cuerpos se vuelven imanes
y limitan su espacio vital.
Sinembargo, en los pasos dados por el tiempo
sus pies visten zapatos nuevos
pues se olvidan marcar sus huellas
y sin camino por el que andar
la mente es evaporada hacia las alturas
llegando al mundo de los regalos
de poder actuar sin la necesidad de pensar.

Por último los más atrevidos
(excepto claro está de ciclistas
entre algunos otros y otros demás)
son los que salen de sus porterias
adentrandose en mágicos carros
que desprenden del fuego, su alma
dirijiéndose a una selva de asfalto
junto canto de vocinas y gruñidos desafiantes
mas el centello de cientos de luces y señales.

Seres, estos
que lentamente
en la locura van padeciendo.

Todos ellos
metreros, desgastados o carruantes
se encierran durante ocho lentos pasos
de una gorda y lenta flecha
saliendo con las mismas caras que entraron
enterradas bajo el peso
de nostalgia aliñada con especies de soledad

 

rayo verde:

Un buen poema, que capta momentos urbanos, con muy buena penetración, un saludo cordial de Jaime