Los amigos

(Tengo a una mujer
asilada en mi garganta,
todos la ven, pero yo me trago
la cerveza embalsamada
como sanando la carraspera.)


Salir de casa un sábado cualquiera
y tropezar con amigos
y sus preguntas videntes
resulta peligroso
para quien va contando pájaros
en el cielo, y menos
si la flaqueza del corazón
es una herida expuesta
a los ojos inquisidores que nos acechan;
ir por el pan es un riesgo,
por una cerveza, por cigarrillos;
ellos deambulan discretamente
y se mimetizan con los rastros
de sangre seca que se descascara
sobre el asfalto,
pasan horas en constante guardia,
supuran de puertas entreabiertas,
otean, vigilan, marcan números
inexistentes y saborean una llamada con el cielo;
por eso me quedo en casa
y los miro ocultos entre los árboles
desde las altas alturas de mi encierro,
los veo cuchichear en las esquinas,
los veo pasearse disimulando perros imaginarios,
mirando de soslayo
en complicidad con cada conserje
de mi edificio;
los veo bajarse de taxis pasados a vómito,
tomar troncales hacia ninguna parte
si se sienten amenazados,
los veo disfrazados de metro,
de Héroes Quijotescos o de Santas como Ana,
los veo como gritos ensordecedores
que se repiten en mi mala memoria,
con sus uñas de relincho y su sudor eléctrico;
los veo asomar con seis cuadras de distancia,
con una polvareda de carcajeos
que presiento no me harán bien
para una tarde cualquiera de sábado
en que la Walter PPK suele ser una opción viable.


(Tengo a una mujer
asilada en mi garganta,
todos la ven, pero yo me sigo tragando
la cerveza embalsamada
como quitándome la carraspera.)


Siento un odio innato hacia mis amigos,
lo siento, no estoy preparado para el tinto matutino
que abandera los patios,
no me siento con esa necesidad de ser acogido,
divago mejor con la mente inyectada
por las desolaciones de la vida,
he vendido todas mis cosas simples
que llevo prestada una sonrisa
que pronto he de tener que devolver
por encomienda p’al norte grande;
vivo rescatándome de cada lugar donde me llevan,
pierdo la noción del tiempo,
me desgrano con sus abrazos que me agreden,
asesino con facilidad y acumulo cuerpos
que me tienen perplejo…
No, ya no tengo nada para ustedes,
la maldita coincidencia de este país
que compartimos a la mesa
ya me tiene agotado
y me pesa esta corona anémica
de tener que hallarme con ustedes
y el acecho de sus curiosidades inquisidoras;
ya no tengo misterios,
ya me he reciclado por doquier,
vivo sepultado dentro de mí
y mi elección ha sido no funeralearme
debajo de las huestes
con quienes me hice irreverente e intolerable;
he cruzado a la vereda de enfrente
y me disipo entre vitrinas de lúgubre luz
para que no distingan
la carne marchita de los claveles
con las cenizas que voy dejando.
Todas las preguntas
ya han sido respondidas con otras preguntas de mi parte,
ya no me queda nada por agregar,
ya ha sido todo por esta vida…
Amigos míos, podéis ir en paz…


(Llevo una mujer
asilada en mi garganta…,
ya nadie la ve, pero igual me trago
la cerveza embalsamada
como quitándome la carraspera
de su indiferencia.)

 

Bueno, esa mujer ya dirá.