Los barcos celestes

Yo conté el granito, la carne o la llaga.
Suben los ángeles a su árbol,
miran las dalias la cruz de una escalera.

Día sin párpado, ejércitos de vocales transitoriamente cisnes.
Al fondo el oratorio de una almena
-y pequeñas celdas, casi besos de niño-.

Si miras al cielo verás la prisión de un barco,
afuera el mar cabecea con pálidos insectos en su cenefa.

Cráteres en las alas, sucesos de aquilón,
después la goleta que se balancea en el blanco
ajena al cosmos de un suspiro de pez o de noche.

Tuyo y mío es el cadáver que retumbó en el signo,
esa fue la mirada del acuario,
en ella tus amatistas rompieron el pudor
desnutriéndose de inviernos.

Mi ciudad es un lápiz,
romo de insignias canta el oráculo en su playa de esponjas.

De mi fosa a la tuya hay un sórdido clamor de vidrieras,
cuando extiendo la brasa yo veo tu cintura,
hoja de sal, mi locura de hélices.

Somos del tiempo indignos acentos.
Tú y yo las rubias pestañas del neón.
Tú y yo los peces que anticipan el llorar oscuro de los gatos.
La ciudad teme ahora tu esfinge de tacón ciego,
se aleja.

 

Gracias, Eban, por leerme y comentar. Un saludo cordial.