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Luccianne. Capítulo 1

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Cris Cam, 27 de Mayo de 2019. Respuestas: 2 | Visitas: 371

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Capítulo 1

    Era diciembre de 1920 y Marcos había terminado la escuela primaria con las misma virtudes y problemas de todos los chicos de aquel tiempo. Como hijo de inmigrantes italianos, cuyos padres apenas hablaban el castellano, tuvo problemas en área de lenguas, pero peor les fue a otros cuyos padres no sólo no hablaban una palabra, sino que eran eslavos. Petra, por ejemplo, pronunciaba las erres como un serrucho, agregando ese latiguito del ápice sobre los dientes unas dos millones de veces, y provocando la risa de todos sus compañeros. De hecho 15 de los chicos, la tercera parte eran hijos de inmigrantes, otros 10 nietos lo cual se notaba mucho y los 16 restantes criollos, palabra que recién la maestra de 6º les pudo enseñar el significado. Para Krauss, hijo de alemanes, quizá el más simpático y gracioso de todos era negritos, dicho con el aprecio que le habían enseñado sus padres que tuvieron que huir, vaya a saberse porque, de su tierra.

    Pues bien, terminado el primario ¿Qué hacer ahora? Marcos pudo ser el orgullo de sus padres siendo abanderado de la escuela, por lo inteligente que era, pero también eran muy vago con los libros y la tarea. Él con sólo escuchar una sola vez la lección ya la recordaba, sobre todo matemáticas que los tenía a todos tirándose de los pelos. De modo que sus padres, pobres como todos, no ya los inmigrantes sino en general.

    Vivian en un inquilinato, que era una vieja casa chorizo de 16 habitaciones de 4x4 y un solo baño compartido. Él y sus dos hermanos, Nicolás de 17 y Sandro de 15, dormían en una cama marinera de tres pisos de una plaza, sus tres hermanas Asunta de 18, la mayor, Mariángeles de 16, y Rafaella de 12, en otra igual, ambas construidas por su padre, y sus padres en otra de plaza y media separada por una manta oscura sostenida con broches y una cuerda de pared a pared. El ingenio de su padre hacia que todas esas camas fueran fácilmente desarmables de modo que luego de dormir camas, parantes ,mantas y colchones se acumularan en un rincón contra la pared para dar lugar a las dos mesas, y las tres máquinas de coser a pedal. Una mesa que no podía ser grande por el poco espacio disponible estaba en la zona que a la fuerza llamaban cocina y otra para que los chicos hicieran la tarea que debía ser por turnos. Tanto Asunta como Nicolás, habían decidido no ir al secundario. Ella se levantaba con su madre a las cinco de la mañana, apenas desayunaban y ya se ponían con la costura, tanto Mariángeles como Rafaella estudiaban, una estaba en cuarto año de magisterio y la menor en 6º grado, de modo que compartían la máquina y eso les reglaba la vida. Como Mariángeles iba al colegio de mañana, trabajaba por la tarde y Rafaella a la inversa, es obvio que nadie obligaba a la nena a hacerlo, pero ella igual se sentaba en la máquina. Nicola trabajaba en el un corralón de materiales y Sandro en una farmacia, por lo cual, soñaba, algún día ser farmacéutico. Los cuadernos, inevitablemente se impregnaban del aroma al estofado de doña Elena, con mucho picante y el vapor de la cocina a querosene con su olor característico. Al menos ellos tenían cocina, otros un simple calentador a mecha, o peor un brasero, uno de los cuales ya se había cobrado la vida de un inquilino hacía tres años.

    Marco no tenía muchas opciones, de los tres secundarios que había cerca, sólo uno era estatal, salvo caminar o pedirle que Anselmo lo lleve en su carro, camino a corralón que quedaba a 40 cuadras donde había uno mejor. Entonces, con tantos hijos, a pesar que don Roque trabajara 16 horas en una carpintería y doña Elena y las chicas con la costura, si bien no tendría que pagar la matricula no les alcanzaba para los libros o una ropa mínimamente decente.

    Fue cuando a Marcos se le ocurrió que tendría que trabajar, como lo hacían todos sus hermanos incluso su hermana menor, algo obvio para cualquiera menos para don Roque que quería que sus hijos estudiaran en lugar de trabajar, pero las cartas estaban echadas, eran demasiados hijos, de modo que Marcos se empleó como dependiente de uno de los almacenes que había en la época. El dueño era un “gallego” tan simpático como tacaño que lo empleó por unas monedas, que según Marcos eran una fortuna, para la entrega de los pedidos.

    Así, ese primer día cargado con una canasta de mimbre más grande que él, llena de todo lo que pudiera contener salió a la calle. Llevaba un papel con la dirección y el detalle de los productos para cada cliente. Así ya fuera aceite, vino, soda, yerba, azúcar, salamines, quesos y la mar en coche, caminaba las 60 cuadras de ida y vuelta que le llevaban unas 4 horas, al regresar lo mandaban a barrer. En suma, salía con su canasta a las 2 de la tarde, volvía a las 6 y según el día don Manuel lo mandaba a su casa o lo retenía una hora más. Eso era algo que su padre no le gustaba, eran muchas horas de manera que cuando comenzara el colegio no tendría tiempo de estudiar. Pero Marcos le dijo que no se hiciera problemas que él podría. El padre le contestaba que esperaba que sí.

    Y así fueron los meses de verano. A falta de dinero para una bicicleta de tres ruedas, que el tacaño de don Manuel podía pero no quería comprar, su padre le hizo un carrito con rulemanes, ya que opinaba que la canasta era muy pesada y podía afectarle la columna.

    En marzo, días antes de comenzar el colegio, se mudó a unas 12 cuadras un hombre muy extraño, de unos 70 o más años, en la casa más grande en muchas cuadras. Era una casa de dos plantas, que verla por fuera ya se veía espaciosa y cómoda, pero con mucho terreno a ambos costados. A diferencia de las casas de los inmigrantes italianos, españoles y otros, que dedicaba parte del terreno para sembrar y cosechar verduras y frutales, criar muchas gallinas, patos, cabras y cerdos. Esta casa sólo tenía árboles muy añosos, robles, álamos, laureles y pinos, y un muy cuidado césped, lo que le daba el aspecto de gran mansión. El hombre era escocés, lo cual le trajo la primera aclaración del amable personaje, eso de que nos escoceses eran británicos, pero nunca ingleses. Williams se llamaba y según algunos era inventor, extraña profesión para un país que todavía se movía a caballo en calles de barro y donde la única luz que se veía era la roja que marcaba el cruce de avenidas, eufemismo para determinar las dos calles anchas de la zona que de día era bordada de enormes álamos.

    De hecho, era la única vivienda que tenía un gran jardín de entrada y unos escalones para llegar a la puerta de entrada. Si bien la casa tenía electricidad, es decir, una de las pocas, en lugar de timbre había una cuerda que al tirarla hacía sonar una campana. Allí Marcos dejaba el pedido más grande, incluido una caja de madera cerrada, que contenía un carísimo whisky escocés. Por el cual el dueño de casa le daba una buena propina que era mayor que lo que Marcos cobraba por día, pero eso tenía un precio, tener la boca cerrada y los ojos vendados. Ese día Marcos se fue intrigado. ¿Qué guardaba ese hombre que tenía tanto celo? ¿Armas, contrabando, quizá alguna mujer de vida ligera, como las llamaba su madre?


    Por fin comenzó el colegio. 32 alumnos bien separados según las normas de la época, los 16 varones a la derecha, las 16 chicas a la izquierda. Pupitres para dos alumnos, el escritorio de los docentes a la izquierda y el gran pizarrón pintado de negro mate como corresponde. Las primeras personas que conocieron eran Alfredo el celador, de quien se bromeaba que lo habían bautizado con agua hirviendo, debido a su calva muy temprana, tenía 32 años y Marcela, la celadora de 23 años, fue ella quien pasó lista, ese primer día estaban todos y Marcos no pudo sacarle los ojos de encima a la rubiecita de trenzas que le correspondió sonriendo.

    A las 9 fue el primer recreo donde se enteró de las malas. Dos grandotes de 5º mucho más grandes que el doble de él, que no era nada enclenque, arrinconaron, a Ruth, la chica de trencitas, haciendo espesos gargajos y escupiéndole la cara, diciéndole que era una asquerosa judía. Marcos, más sorprendido que asustado, les dijo: “Judía, sí, pero asquerosa nada que ver”. Ese, su primer acto de inconsciente inocencia le costó una trompada en la espalda, de esas que duelen, pero no dejan marca, del más grande, mientras que la chica aprovechó para huir del asedio. Apellidarse Resnik, al parecer era peligroso. Pero, acaso, ¿Acá no son todos hijos de inmigrantes?

    Supo, apenas entraron al aula, que los dos matones eran de cuidado, habían caído en una escuela del estado, luego de haber llegado a las 24 amonestaciones, eufemismo para expulsión de los cinco colegios privados de la zona, ¿todo por qué? Hacerse eco de la enseñanza de sus padres, ambos camaradas del ejército que despreciaban no sólo a los judíos sino a los polacos, negros y, como ellos los llamaban, los cabecita negra.

    Por suerte el incidente llegó a oídos del rector que llamó a uno de los padres y a pesar de los subido del tono de la discusión, les pidió, otra vez, el cambio de colegio, que fue, como era de esperar, una institución militar.

    Al mediodía, durante el almuerzo, Marcos le preguntó a su madre que tenían los judíos. Ella una exiliada de su patria, porque el hambre es una forma de violencia que exilia a muchos, le respondió que todos somos judíos.


    Esa tarde, volvió a llevarle otra caja de escocés a Mister Williams, como dijo que quería que lo llamaran. El hombre maduro, la tarde anterior tuvo un resbalón y puso las palmas para atajarse en la caída y como resultado se quebró un hueso de la muñeca derecha. Nada grave, según él, pero no podía sostener todos los productos de la canasta, de modo que lo hizo pasar para que los dejara sobre la mesa. Marcos se quedó sin aire, sin habla, sin palpitaciones.

    A cierta distancia los observaba la chica más hermosa, no que hubiera visto, sino que hubiera imaginado. Cierto es que por su edad no conocía a muchas chicas, pero, creía que no podía haber en el mundo algo tan hermoso. Pero, luego, reflexionando, cayó en la cuenta que por la mañana había pensado algo parecido de Ruth. Notó que Mister Williams lo miraba serio y se apuró dejar todo y poner pies en polvorosa.

    Mientras caminaba las 20 cuadras de regreso tuvo tiempo de reflexionar, más bien de comparar. Ruth, era rubirroja, blanca, de ojos entre gris y celeste y pequeña, incluso comparada con las chica de su edad. La chica de la mansión, morocha, de piel como la suya, como tano que era, mediterránea, pero sus ojos eran grandes y lilas que todavía parecían más grandes, debido a que se peinaba con una cola de caballo. Tendría, calculaba unos 17 años y bien proporcionada. O sea, mientras una todavía era una nena, la segunda ya era una mujer. Pateó una pared al darse cuenta que estaba teniendo los mismos pensamientos de su padre un gran mujeriego en su juventud, algo que siempre le reprochó su madre. Mas, minutos después, pensó: “¿Qué? ¿Acaso pienso que alguna de las dos me va a dar bolilla?”

    Se equivocó de parte a medio, porque al día siguiente, mientras esperaban que el colegio abriera sus puertas y sin que mediara palabra o mirada alguna, Ruth se le acercó para darle un beso en la mejilla y darle las gracias por defenderla el día anterior. Y si estaba equivocado en algo, era que, al no conocer las costumbres de otros pueblos, no supo que Ruth con apenas 12 años ya estaba comprometida en matrimonio que sería, al parecer a los 18, con un muchacho que ni siquiera conocía pero era de la colectividad. De hecho, Ruth, mientras por la mañana concurría a un colegio estatal, por la tarde lo hacía en uno de su comunidad donde aprendía su cultura y religión, y mucha historia. Por suerte, ella se encargó de explicárselo, que, si le permitieran casarse con un gentil, ese sería él. Semejante opinión no era espontánea, como Marcos supuso en ese momento, sino luego de que ella lo hablara con sus padres. De modo que luego de su brevísima ilusión, Marcos cayó en la cuenta que Ruth sólo sería una amiga para siempre.


    Había días en que la nostalgia por su terruño napolitano hacia que don Roque hablara hasta por los codos de aquella tierra y de su padre y abuelo. Su abuelo había muerto en las revueltas de la comuna de París en 1880, dejando tres hijos adolescentes, mientras los mayores ya tenían trabajo en el campo, Carlo, el menor de 8 años, se quedaba con su madre donde pasaban penurias.Como marca de familia los varones fueron precoces. El abuelo lo fue a los 16, Carlo a los 17 y Roque embarazó a Elena a los 14 años. Y en vista de la agitación política que sacudía toda la península su padre lo subió, casi a la fuerza a un barco y lo envió a la américa del sur, ya que la del norte estaba siendo invadida por la mafia siciliana. De modo que, con sólo 17 años, Elena de 15, Asunta de 2 años y Nicola todavía de pecho, desembarcaron en una tierra totalmente desconocida. A causa de no saber el idioma Roque tardó meses en conseguir trabajo, el cual como siempre escaseaba. De modo que ya bastante famélicos, como favor del nuevo patrón, los alojaron en el inquilinato. Donde fueron naciendo el resto.


    Habían pasado 15 días sin que a Roque lo mandaran de nuevo a lo de don Williams, quien esta vez lo atendió en el jardín con una frase por demás curiosa: “Cuando usted me traiga su boleta de calificaciones y todos sean sobresalientes, le permitiré hablar con Lucianne” Marcos soltó la manivela del carrito, pensando: “¿Cómo sabe este tipo que yo voy al colegio?” Cosa que le respondió el escocés sin que le hiciera la pregunta: “Por acá, me refiero a este país, se suele hablar mucho de los demás. Ya me lo dijo su patrón y varias de sus vecinas”. “Bueno, le dijo, al menos ya sé su nombre, me falta su edad” “La que usted diga”, le dijo el enigmático escocés. “¿Cómo la que yo diga?, pensó, alguna debe tener”.

    Marcos a pesar de su edad recordaba cuando sus padres, azorados ya que pensaban que eso no podía pasar en Argentina, escuchaban los sucesos políticos de la semana trágica y desde entonces se manejaba con pies de plomo. Sabía que había una guerra sorda entre anarquistas y fascistas, esos mismo que obligaron a su padre a subirlo a un barco. Y no quería explotar en algún lado, ya que en esos días niños muertos hubo muchos.

    Nuevamente a la casa de Mister Wiliams, cuyo apellido escrito en una etiqueta de la caja de whisky era MacRoy, lo cual le causó gracias, tanta que, al verlo, don Williams le preguntó de qué se reía y al decírselo el hombre le preguntó por el suyo. Quattrocchi le dijo y el hombre se rio a carcajadas diciéndole “Bueno, vamos, váyase cuatro ojos”. “¿Cómo es que hay gente que se ocupa de saber lo que significa un nombre o un apellido?”, le dijo Marcos. Y el alto y pelirrojo escocés, abrió los ojos mientras esbozaba una sonrisa. “Ah, mi amigo, eso nos lleva a los tiempos naturales, donde el nombre marcaba el destino de quien lo portase, tiempos de runas, lunas, clanes, tótems, oficios. arcos y flechas. Unos y otros vitales para la existencia.” ¿Qué es Williams, sino un guerrero?, ¿qué es Roy sino otra cosa que Rojo, que yo porto sobre mi cabeza? O, ¿Cómo sé que alguno de sus antepasados ha usado lentes que le dio nombre?

    Marcos se quedó pensativo, pero al minuto hizo su observación: “Pero, Lucianne, no parece escocés”. La respuesta fue simple: “Pues, sí que lo es”, le respondió Williams con tan poca vehemencia que Marcos no hizo otra cosa que estirar el cuello para poder verla.

    En las cuadras de regreso eso lo hizo pensar: ¿Por qué don Williams dudó en una respuesta tan simple?, ¿Acaso ese no era su nombre? Y su conclusión fue clara, “Ella no se llama Lucianne”


    En esos días lo mandaron con un pedido a la casa de un tal Roque Cifuentes el agente inmobiliario que había vendido casi todos los lotes y casas de la ciudad quien lo esperaba con una pregunta. Si sabía si Mister MacRoy se volvería a mudar cuando se cumpliesen los 10 años. Marcos, teniendo en cuenta que faltaba mucho tiempo dado que hacía poco que estaba instalado, sólo le dijo que no lo sabía. Y el hombre insiste con una frase algo retórica “Porque, que yo sepa, viene de vivir en Francia, Marruecos y Uruguay, donde ocupó viviendas con su hija. Marcos le dijo que no podía ser, al menos no en todas, ya que la chica tiene unos 17 años. Y el hombre le dijo que parecía que muchos más. Marcos le dijo que la había visto de cerca, un par de metros, así que si pudiese tener más años, no tantos. Y se aventuró a decirle que no más de 22 años. Y el hombre, entre intrigado y preocupado, vayase a saber porque, Marcos no lo podía saber o suponer, le dijo que tenía referencias de que ya la tenía cuando vivió en Francia. Y Marcos le sugirió una respuesta: “Que no sería ella sino su madre” Con lo cual el hombre se tranquilizó ya que eso no le pareció descabellado.

    Esa semana tuvo una sorpresa que casi le para el corazón, lo enviaron a un casa de insumos eléctricos donde la encontró como a cualquier hijo de vecino, llenado dos pesadas cajas con insumos y poniéndose de regreso. Marcos que sólo estaba por comprar una lámpara para estrenar la luz eléctrica del inquilinato, sólo la miró irse. Pero, al minuto observó cómo dos de esos tipos que no queriendo hacer nada se dedican a molestar o robar a la gente, la comenzaron a seguir y dos cuadras después ya estaban a su par y doblando esa esquina con ella, y justo en el paredón de la fábrica. Marcos dejó lo que estaba haciendo y corrió a su encuentro, pero cuando llegó se encontró con lo opuesto de lo que pensaba. Los dos tipos, grandes como dos tanques de agua, tirados, muy golpeados y uno con un brazo roto. Marcos pensó que don Williams no se andaba con chiquitas. Pero preguntárselo sería incómodo y los dos matones cuando se recuperaron de la paliza en el hospital no se acordaban ni de haberla visto. Bueno si ellos no se acordaban no sería él quien deschavaría al gringo.

    Tuvo que esperar un mes para que lo volvieran a enviar a esa casa, lo cual le hizo pensar que era debido a que en la pelea él también habría sido golpeado. Pero cuando se hizo presente lo vio tan lozano que parecía una manzana y sin un rasguño. Por eso se atrevió a preguntarle por la pelea. Don Williams no sólo abrió los ojos como dos enormes esmeraldas, que era su color de ojos, sino que le preguntó de que estaba hablando. De modo que Marcos no insistió.

    Al despedirse don Williams le dijo que sólo a una persona que valora el silencio de un gran secreto se le podría decir eso. Marcos se apuró a decir que su boca era una tumba. Williams le dijo que ya llegaría esa hora, pero no ese día.

    Y llegó el día. No de saber lo que tanto esperaba sino de que vivía don Williams, cuando observó cómo el correo le dejaba un sobre lacrado al hombre. Al parecer era inventor como se rumoreaba y eso que acababa de recibir eran unos documentos de una empresa que Marcos no conocía. Bell decía un dibujo impreso. Por eso sólo le hizo dejar la canasta, pero no lo pudo atender, entró y los cinco minutos salió vestido con un traje, que a Marcos le parecía muy caro, e intuyendo que Marcos no lo entendería le dijo a Lucianne, que al parecer salía muy pocas veces, “do not get in troubles” o al menos eso le pareció escuchar a Marcos.

    Como Williams apuraba el paso rumbo a la estación de tren, no le indicó nada más, de modo que Marcos, pensado “esta es la mía” quiso entrar, pero, escuchando por primera vez su hermosa voz, ella le dijo que no era adecuado entrar a una casa cuando el marido no se encuentra. Marcos casi con rabia pensó: “O esta me está cargando o que hace con un viejo de 80”. En virtud de sus esperanzas se quedó con la primera opción.

    No todas serían simples entregas de pedidos, porque viendo que el hombre sería ingeniero o algo por el estilo, se atrevió a preguntarle si lo podría ayudar con matemáticas, a lo cual Williams accedió de buena gana diciéndole que fue profesor las universidades de Glasgow, Madrid, Siracusa, la Sorbona y Cardiff, sabiendo que Marcos no sabría donde quedaban. Es que Williams estaba alegre por dos motivos, haber cobrado un suculento cheque y haberse bebido su botella de escocés. Sin embargo, a la hora de la explicación sus luces permanecían intactas como para que Marcos expresara “¿Y porque la profe no lo dice así?” Lo cual en lugar de hacerlo sentir orgulloso, Williams en un acto de solidaridad docente, le dijo que cada uno tiene sus métodos de enseñanza.

    Cenaron, pero al final de la misma, le comunicó algo que Marcos no quiso comprender. A, quizá, su único amigo en la vida, le quedaban tres meses de vida a causa de un cáncer de colon que ya se lo habían detectado hacia un tiempo. Sin embargo, Mister Williams se hallaba sereno diciendo que había tenido una vida larga y fructuosa- Que nació el mismo año de la muerte de Lord Byron y conoció a su hija Ada, pero que la mujer que más influyó en su vida fue Mary Shelley, no sólo como escritora sino quien lo conectó con alguien que bien podría ser el verdadero doctor Frankenstein, solo que en lugar de muertos hacia cosa adelantándose quizá mil años con sus inventos, quien vivió en el siglo XII

    Como Williams hizo un largo silencio, Marcos le preguntó sobre quien se ocuparía de Lucianne, y Williams le respondió que la pregunta correcta sería, a quien cuidaría ahora, como lo hizo con él desde sus 5 años. Marcos, como quien descubre el dorado, le preguntó si ella tenía esa edad cuando lo conoció y la pregunta lo dejó helado. “No, joven, yo tenía esa edad, ella siempre tendrá 17 años, ya que así lo determinó su diseñador hace 700 años”.

    Marcos a quien hacía poco su padre lo había llevado por primera vez al cine, por entonces llamado cinematógrafo, para ver una película de George Mellier, supuso que todo eso era una broma de un moribundo con muy buen humor y lo miró con desconfianza. Pero no fue Williams quien habló, sino Lucianne: “Así es, pibe, yo no nací, yo fue puesta en funcionamiento. ¿Por qué mujer? Pues bien, porque mi inventor acababa de perder toda su familia, mujer y tres hijas por la peste negra” Pero Marcos volvió a preguntar: “Sí, mujer, pero ¿por qué tan linda?” Y ella contestó, porque soy la imagen que él rescató de una vasija antigua, mucho antes de que Botticelli, pintara la suya, también bella, pero como ves, diferente a mi”

    Marcos no pudo contener la pregunta: “Si naciste, perdón te hicieron, hace tanto tiempo, no te voy a preguntar por qué durás tanto, sino ¿Tenés cerebro?”

    “Digamos que sí. Y puedo autorepararme. Puedo aprender, pero más importante, puedo enseñar lo adquirido en estos 700 años. Sin embargo, por consejo de mi creador, no me relacioné ni lo haré con grandes sabios, sino cuando el hombre pueda llegar a hacer muchos como yo, es decir, comprenderme. Mientras tanto seguiré haciendo discretas contribuciones, para lo cual necesito un nombre, mejor dicho, un testaferro como han sido todos los hombres con los que he vivido estos años”

    “Es que, entonces, lo que inventó Williams, ¿no lo inventó él?”

    “Bueno cabría decir que ambos”

    Pero luego de unos segundos, elevando la voz no por enojo sino sorpresa “¿Eso quiere decir que no sólo poder pensar sino, crear, diseñar e inventar?

    Se hizo el silencio que rompió Lucianne, o esa cosa maravillosa que Marcos no conocía como se podría llamar, de modo que la llamó Muñeca, pero Lucianne le dijo que con su nombre bastaba, y que ahora necesitaba su silencio. Y como comprendió que había sido ella la que castigó a aquellos matones, le juró tal silencio.
     
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  3. sergio amigo

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