LXX

De ira se vistió mi sangre,
de mordeduras lentas pero profundas.

Sin prósperos desagravios
me aferré a la banal promesa de algún dios.

Desarmé la palabra, lloré
y también maldije.

Y con mi traje de salitre,
de navajas almacenadas
recorrí las calles
tarareando la rapsodia de la venganza.

Aquella vez
anduve por los pasajes de la noche
hasta no reconocerme
en el reflejo de una vidriera.

Aquella vez había envejecido
muchos años más.

 

La vida es una eterna pregunta sin final, bueno, si tiene un final que todos sabemos y esperamos, hace años que no tengo ningún dios ni lo necesito, antes alguna vez pensaba que podía estar equivocado, ahora ya ni siquiera eso. Me ha gustado tu poema que interpreto, claro, a mi manera, sabes darle a tus palabras espíritu de poesía y a mí eso me engancha. Abrazote vuela amigo danie. Paco.

 

Otra delicia para degustar de "a pocos..." Gracias por compartirla danie.

Abrazos,

Palmira

 

El odio seca la piel y genera envejecimiento prematuro.Buen poema.Un saludo desde Canarias.

 

Gracias por tu paso Paco. Siempre es un honor tenerte en mi humilde espacio.
Con respecto a los dioses, yo tampoco creo en ellos. Y si existe alguno, como tal, sólo quieren divertirse a costillas nuestras.

Un abrazo grande, amigo.

 

Gracias a ti, por obsequiarme un momento de tu tiempo.
Un abrazo grande Palmira.

 

Sin dudas Damari... sin duda alguna envenena la sangre.

Gracias por pasar.
Un abrazo grande vuela sin escalas desde Argentina hasta allá.