Malestar social

Homogeniestupidización de placeres
estancados en lo absoluto,
humanos instruídos en la ciencia exacta del miedo,
besando el suelo debajo de las camas
con las solitarias y heridas armas de la democracia.

En la cúspide del mundo destruído,
en las sábanas grises del día aterido,
la terrible dictadura aplastando
con sus burocráticas cruces
la frente de los pálidos.

En los pasillos,
entre las calles,
de una horrible arquitectura,
un tropel se encamina junto al viento
hacia ciertos refugios de madera,
hacia ciertos edificios donde suben los muertos
por los ascensores, hacia ciertos hogares
destinados a morir de hambre o de frío:
A esto, hermanos, le llaman gobierno.

Gira el tambor sobre los muros
envolviendo los rostros de antaño:
algo ha sucedido en la patria hermana:
querida araucaria, cuánto espanto,
cuánta hostilizada recurrencia
de sangre bañando las puertas temerosas de fusiles:
algo ha callado el océano y su silencio es de muerte,
es el sonido de una campana enterrada
golpeando, gritando, repartiendo su clamor,
deshilvanándose, como un ovillo de sombras,
en las famélicas fauces de la lluvia.

¿Dónde la cordura, en dónde, en qué lugar remoto
se acumulan las tristezas terrenales?
¿En qué tunel, solitarios, rodeados de una humedad
de muerte, permanecen inmóviles y sujetos al olvido
el obrero, el poeta, el médico, los justos?

Ensombrecidos, acorralados por absurdos prejuicios
e innecesarios de bestias comúnes,
habitando el polvo, con el corazón en las cenizas,
navegando con sus alabastrinas emociones
sobre aguas de fuegos derrotados,
buscando forma en las postreras algas del ocaso,
sobre gredas frescas y ramos de huesos
y cartas de despedidas y anteojos que lloran
hasta que caen, como torres de arena,
acumulando sueños, impenetrables estímulos de sombra,
cargando la tristeza de ser hombre todos los días
en las funestas orillas de la noche. ​

 

Aplauso, aplausos, aplausos, aplausos.