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Mariposa marchita

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por ivoralgor, 27 de Julio de 2017. Respuestas: 4 | Visitas: 449

  1. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Pero los años no nomás se llevan lo bonito de una;
    también las ganas, y nos dejan la pura nostalgia.

    Nadie los vio salir – Eduardo Antonio Parra


    Este antro de mala muerte apesta a orines, sudor agrio, botana apunto de podrirse y sexo pegajoso; una pocilga en pocas palabras. Bien dicen que la juventud y la belleza acaban por irse sin dar aviso alguno. De ser bailarina exótica, por decirlo de manera elegante, a ser sexo servidora, hay mucha diferencia. Se me fueron esos años gloriosos en que se peleaban los clientes por invitarme a tomar una copa, del licor que yo quisiera. Sin contar con los privados, que había noches que me la pasaba allí metida. No voy a detenerme a contar cómo me inicié, a los dieciséis años, en este negocio, pero haré hincapié en que me gustaba el dinero fácil.

    Mi nombre es Marla y soy lo que queda de una mujer de cuerpo firme, piel morena, cabellos largos, boca sensual y un tatuaje de mariposa en el nacimiento de mis nalgas. En mi andar tuve muchos amantes e historias que curtieron mi piel palmo a palmo. Puedo decir, con orgullo, que mi trabajo me abrió muchas puertas, hasta las más escabrosas. Estuve coludida con la clase política de las ciudades donde trabajé, además de mafiosos y un sinfín de empresarios. En esos días, no me podía quejar de nada en absoluto, salvo de esa nostalgia que arrastraba los domingos por las mañanas, cuando todo el peso de la tristeza te cae de golpe y porrazo. Inútilmente intentaba quitármela con alcohol o droga, pero eso empeoraba esa sensación. Las caricias tímidas de algunos clientes y, de cuando en cuando, de palabras dichas dulcemente por ellos, me aliviaba un poco esa pesadumbre.

    Recuerdo muchos momentos que marcaron mi vida, pero hubo uno que me dio ese poquito de amor y paz que necesité tanto. ¡Deja de manosearme, pendejo, no vez que estoy pensando! Ese borracho desde hace rato quiere meter la mano en mi sexo. Es mejor que me vaya en la barra, a lado de Nachito, el cantinero, él si me entiende, aunque a veces tengo que aflojarle las nalgas por un par de tragos.

    Esa noche, había bebido con un Ingeniero de una prestigiosa constructora de esa ciudad. Eran las dos de la madrugada cuando vocearon mi nombre para ir a camerinos. Ahora vuelvo, le dije y le di un beso en los labios, me toca bailar. Sharon, recuerdo bien a esa rubia de facciones finas, estaba bailando en esos momentos, parecía un gatita de Angora, relamiéndose las nalgas esponjosas. Se puede decir que nos llevamos bien en esos días. Me cambié el bikini, me retoqué el maquillaje y llegó mi turno en la pista. Al principio, no reparé en él. Conforme empecé a bailar y fui viendo a los clientes chorreados en sus asientos, me di cuenta de su existencia. Estaba acompañado por otro tipo flaco, que traía camisa blanca de mangas largas. Me siguió con la mirada, siempre buscando mis ojos. Sentía esa mirada hurgando más allá del bikini. Por un momento sentí que se me erizaba la piel por su esa forma de mirarme. No resistí más y lo invité con la mano a mi sexo, mientras Paulina Rubio cantaba: Te necesito aquí, aquí, aquí, cuerpo con cuerpo. Una sonrisa se dibujó radiante en su rostro, dejando al descubierto un hermoso par de hoyuelos. Ya no supe si los demás clientes me miraban, y no me importaba, estaba bailando y seduciéndolo exclusivamente a él. Cuando terminó el trance de la tercera canción y mi sexo quedó al descubierto, recordé al Ingeniero. Esa mirada y esa sonrisa me siguieron al camerino. Mi piel estaba erizada, mi sexo palpitó unos segundos y apreté las piernas un instante. No podía creer que me estuviera pasando algo semejante. Respiré hondo, me cambié el bikini y regresé con el Ingeniero, con sobradas ganas de tener esos ojos hurgándome todo lo que quisiera.

    Un par de tragos más y Pablito, uno de los meseros, se me acercó y preguntó si podía atender a un cliente en un privado y lo señaló. Le dije que sí, pero que tenía que esperar unos treinta minutos, mientras despachaba al Ingeniero. Pasaron más de treinta minutos y no se iba. Le hice señas a Pablito con la mano y se acercó a la mesa. Vamos a hacer algo, le dije, te aviso cuando me desocupe y si todavía el cliente no se ha ido y quiere el privado, me dices. Movió la cabeza en señal de aceptación y se marchó. De pronto, se fue el Ingeniero y por instinto miré hacia la mesa de Hoyuelos y no estaba. Sentí que la estridencia de la música me laceraba las ganas y la nostalgia me hizo temblar. Entré al camerino a retocarme. Al salir, Pablito estaba esperándome y detrás de él, Hoyuelos. Le hice señas al garrotero y lo hizo pasar. Regresé al camerino y escogí un bikini con pedrerías y me rocié, por todo el cuerpo, el 360° de Perry Ellis.

    Cuando entré, él estaba sentadito en el pequeño sillón blanco. Llevaba puesto sus anteojos. Lo saludé, con beso incluido, y le dije que los dejara en la mesita. Soy Marla, dije, disculpa la tardanza. Juan Carlos, dijo sonriendo. Le hice una seña al garrotero y empezó la música. Para no verme ansiosa, le dije: Sin tocar. Sonrió tímidamente y vi de cerca sus hoyuelos y esa mirada penetrante. Buscaba insistente mis ojos. Mi cuerpo se balanceaba sinuosamente, me apretaba los senos, cerraba los ojos al acariciarme el sexo, que ya empezaba a palpitar. De pronto, sentí sus manos que quemaban mis muslos. Humedecí de inmediato. Lo monté. Me quité el sostén y urgido mordisqueó mis pezones. Le desabotoné la camisa y le besé el pecho lampiño, a la vez que descubrí un par de lunares, en la boca de su estómago, a manera de pequeños ojos hipnotizadores. Un silencio lo inundó todo, pero no podía detenerme, me hurgaba las entrañas con sus manos y sus caricias. Sentí una especie de felicidad que me llenó por completo. Entró el garrotero. Se acabó la música, dijo sobriamente. Son dos privados, le dije mirando a Hoyuelos sin dejar de acariciarle el pecho. Hizo un gesto con la mano que inmediatamente entendió el garrotero.

    Le di la espalda y me senté en sus piernas. Frotaba mis nalgas en su entrepierna. Su aliento quemó mi espalda y sus manos aprisionaron con delicadeza mis pequeños senos. Arqueé mi espalda y me dejé caer sobre su cuerpo. Empezó a decir palabras que no entendí al principio, pero después de un rato la oí claramente. Decía que me llevaría a sus aguas quietas, al calor de no sé qué placeres y todas esas cosas que ponen más caliente a una. Y me sentí segura, como niña al aferrarse a los brazos de su padre. Cuando se detuvo, sus labios acariciaron mis hombros, el cuello, los lóbulos de la oreja y, al final, los míos. Sentí sus dedos hurgando sobre el bikini, su aliento era más ardiente, al igual que sus manos. Me lo quitó lentamente y mi sexo palpitó más. Lo jalé de la camisa y nos dirigimos al sillón grande, igual de color blanco. Me recosté. Desabotoné el pantalón y le bajé la bragueta. Metí la mano y sentí su fierro, que estaba duro, caliente y pegajoso, listo para estocarme. Su mirada tenía color de lujuria o cómo se diga. Abrí más las piernas para que entrara sin dificultad y así debía de ser porque estaba toda empapada. Estaba por sacarse el fierro cuando entró el garrotero y dijo: Sabes que estas cosas no las puedes hacer aquí. La música terminó hace un rato. Hasta ese momento nos percatamos que ya no había música. Hoyuelos se levantó como resorte y se vistió con apuro. Levanté el bikini del suelo y antes de salir, le di un beso en los labios. Mis piernas se tambaleaban y mi humedad escurría por la entrepierna. Estuvo delicioso, todo, le dije jadeando. Fui al camerino decidida a limpiarme y calmar mis ganas. Sharon entró en esos momentos y me preguntó si estaba bien. Si estoy bien, Sha, pero tengo ganas de un buen fierro. Se carcajeó.

    Me cambié de bikini y salí para tomar un trago. Me interceptó Rafa, otro mesero, y me llevó a un mesa con un cliente recién llegado. No recuerdo bien que tanto me dijo ese tipo, sólo me concentraba en esa sensación de cosquilleo en la entrepierna y el calor que los tragos no me quitaban. No alcanzaba, en esos momentos, entender esa felicidad y seguridad que tuve hacía unos momentos en el privado. Ya estaba algo ebria cuando el calor se fue. Pablito me llevó una servilleta que tenía algo escrito y señaló a Hoyuelos. Leí lo que había escrito y le sonreí. Lo guardé en el sostén. Fue hasta el día siguiente, domingo tenía que ser, que revisé con cuidado lo que tenía escrito la servilleta: Nacen en mis labios el sabor dulce de tu néctar. Mariposa nocturna que vistes con tus alas mis ávidos deseos. Noche a noche te buscaré. Estaba sola en el departamento, el sol entraba por una de las ventanas del cuarto. El silencio me abrumó y lloré. Guardé la servilleta como recordatorio de esa pequeña felicidad que me hizo sentir Juan Carlos. Creo que hoy le daré las nalgas a Nachito y así pagar la renta, entre tanto me quito de encima a otro borracho que me quiere manosear sin pagar.

     
    #1
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  2. sergio amigo

    sergio amigo Invitado

    Practicar el oficio durante largo tiempo aletarga, quizás por eso se vio sorprendida, diría más que por él, de sí misma sintiendo cosas que ya presumía desterradas. Una excitante y bien llevada narrativa y para la protagonista una vuelta a la rutina lo que hace a la historia aún más verosímil. Saludos cordiales para ti ivoralgor.
     
    #2
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  3. Camy

    Camy Camelia Miranda

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    Excelente prosa Ivoralgor!!!!
    Lectura fluida, realista. Todo el conjunto de mi total agrado, narración, cierre.
    En este oficio, donde abunda de todo y la piel no se raja. Y donde la vida siempre te obsequia alguna linea de bondad, igualmente para continuar en la faena...
    Muy bueno!!!
    Saludos hasta tu espacio
    Camelia
     
    #3
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  4. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Es correcto, la sorpresa fue más para ella. Un gusto que pases por mis letras.

    Saludos!
     
    #4
  5. ivoralgor

    ivoralgor Poeta asiduo al portal

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    Todos tenemos algo de bondad y experimentamos eso que llaman felicidad.

    Un gusto que pases por mis letras.

    Un saludo hasta tu espacio.
     
    #5
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