Maruja ( Escrito II)

Origen de la Rodriguera
Hambre, sed y mapanare
El sinuoso camino, a la salida del caserío de Lebrija, Colombia, por allá, a finales del siglo XIX -Actualmente se arriba a la ciudad, por la carretera 66 Lebrija-Girón o Barranca Bermeja-Bucaramanga- permitía disimular, entre sus recovecos, la figura de un joven, casi niño, de pantalón corto, o carcomidos hasta la rodilla, camisa cuyo color no se percibía, alpargatas/cotizas hechas jirones, de tela que alguna vez fue blanca, quien caminaba sin rumbo definido; solo el que le permitía el camino, hecho tal, por el rastrillado de las personas que por allí se desplazaban y las bestias que arreaban. El joven, un niño flaco, un tanto desnutrido, muy blanco, blanco leche mejor dicho, como de unos 10 años de edad, debilucho, pelo castaño oscuro, liso el cual, aunque sucio, era magreado por destellos de viento, resaltándole su sedosidad. Domingo, que así era su nombre, ya no recordaba de dónde venía -ni le preocupaba- al igual que su destino, nunca se supo de su familia ni de su origen aparecía y desaparecía con la misma sutileza de un felino, en las haciendas “atravesadas” en “su” camino, en su ruta hacia, El Nunca Jamás. Sobrevivía entregando lo único que tenía de valor, su endeble “mano de obra”, por unos mendrugos de yuca o cualquier cosa que llenara su estómago y le calmara esa perenne sensación de hambre y angustia por no tener qué comer y tal vez de no encontrar algún árbol de frutas… maduras pues, el aguacate verde era muy amargo y los mandos verdes, muy ácidos; ambos frutos en esas condiciones, le provocaba “Estorcijones” -así inventó él, llamar a los espasmos estomacales, a los torcijones- y en muchos casos diarrea que rápidamente le producían esos “ataques de dibilida” que tanto temía y que casi siempre lo desmayaban. Un día, después de uno de esos desmayos producidos por la deshidratación de las diarreas y los vómitos provocados por frutas no aptas para su consumo, arribo tambaleante a un riachuelo escondido bajo unos arbustos que atravesaba el camino, se percató que el arroyuelo a pesar de lo delgado llevaba agua clara, hizo una especie de cucharón o palangana con una amplia hoja de ocumo, la colocó contra corriente y de inmediato la vajilla se desbordó de cristalina agua, con la excepción de un renacuajo que se coló dentro de la hoja y que Domingo apartó con un movimiento diestro de su muñeca y el ágil anfibio salió como disparado y cayó al riachuelo de dónde provenía. El muchacho se embelesó por unos instantes viendo la cola del animal pendular rápidamente para salir del varadero donde cayó. Lo trajo a la realidad la voz grave de un hombre, detrás de él.
-Qué hace usted por aquí… parece que está lejos de su casa… Yo no lo conozco- Arrastraba las palabras “aquiii”, “caaasa” y “conooozco” daba la impresión que remataba las oraciones, arrastrando la última palabra y cantándola en la sílaba acentuada. Era un hombre con aspecto de bonachón y “cotudo” (bocio), a pesar, de andar armado con un rifle Winchester del calibre .22m, un revolver Smith & Wesson del calibre 38 y un machete con la cacha de nacar, blanca. -Bebiendo agua. ¿Usted no ve?- fue la respuesta, un poco entre tosco y asustado por la sorpresa. –Yo veo mejor que usteeeed- respondió el hombre al tiempo que armaba el rifle y disparó a medio metro de los pies del muchacho quien, de inmediato sintió un líquido caliente bajarle de la parte interna de la pierna derecha. –Ahí está la que lo quería mordeeer... y mandarlo p'al otro laaado- Domingo volteo a su derecha y vio a una mapanare con la cabeza destrozada y aun retorciéndose en los estertores de la muerte. Ofidio del tipo Butrops, sumamente venenosa y mucho más para la envergadura del niño, escasos 40 kg de peso –cuando se acerque a las aaaguas… debes estar pendiente de las culebras muchaaacho- y soltó la carcajada, a lo cual Domingo, quien no se había recuperado del todo, acompañó tímida y nerviosamente sin entender el motivo. –vas a tener que lavaaarte… te measte en los pantalooones- en ese momento, Domingo comprendió el motivo de haber sentido ese líquido caliente, bajarle por su pierna.
-venga, vamos p’a La caaasa… p’a que se le pase el suuusto- Al ratito de andar caminando, delante del hombre, el estrecho camino de amplió como una sabana, llegaron a un gran patio de concreto, de 30 m. x 35 m. donde se secaba el café después de fermentado. El ambiente estaba impregnado de un fragante café en proceso de tostado y a carne asada que atormentaba las tripas del joven, Alrededolr del patio estaban sembradas matas de picante de jardín con sus múltiples colores de guacamaya, bananas, platanos y mangos "culito pintados"... Despertaba Domingo de una pesadilla…en un lugar de maravillas…

 

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Estimada MARIANNE
infinitas gracias. Saludos.