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Más allá de la fertilidad

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Starsev Ionich, 23 de Agosto de 2021. Respuestas: 2 | Visitas: 271

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    Mas allá de la fertilidad

    A medida que sus espacios se llenaban de muebles y de una minimalista decoración consensuada, para su gato era cada vez más difícil sortear los obstáculos. Al mismo tiempo, en una dimensión alterna, su espacio lucía deshabitado y añoraba el rebotar de una pelota con olor a uva, o el sonido del motor de un carrito de pilas, dando la vuelta al estrellarse contra la pared. Luego de cierto tiempo juntos, cualquier pareja, en algún lugar recóndito de sus expectativas y corazones, desearían un hijo.

    Y ellos no eran la excepción. Por más libres de prejuicios y cánones impuestos, que se consideraran, la idealización de una familia permeaba en sus ideales. Además, no era difícil que, a una pareja, conformada por un psicólogo clínico infantil y una pedagoga infantil les picara el gusanito de la paternidad – maternidad.

    Meses antes habían comenzado asesoría profesional con un especialista en fecundación. No había dificultades de fertilidad confirmada y siguieron a rajatabla las indicaciones. Tomaban la temperatura basal regularmente, evitaban las bebidas alcohólicas y el tabaco. El esposo recordaba acuciosamente la toma del ácido fólico, y claro está, aumentaron la frecuencia de oportunidades en las cuales era más probable que se diera la fecundación.

    Antes de tomar esta decisión, el tema era ignorado, - si se puede sería bonito, se decían el uno al otro, mientras observaban a los niños patinando en el parque, observándolos concursando con sus tiernas voces en un programa de canto, o en el balbuceo de sus sobrinos. Había un miedo latente de que el uno no cumpliera las expectativas del otro. Pero siempre al final había un aire de sinceridad y comprensión, en el sentido de que así fueran tres, o si seguían siendo dos, nada cambiaría, el amor no cambiaría, seguiría siendo incondicional, sobrepasaría cualquier cosa y crecería ante la adversidad o la fortuna.

    Imaginaban en ocasiones juntos como sería una pequeña versión en miniatura de sí mismos, con la sensibilidad del padre, que lloraba por nada, o la locuacidad y ternura de la madre; la inteligencia de ambos, pero también con sus pequeños y maleables defectos: sería un pequeño gruñón obsesionado por la limpieza.

    Pero seguro sería una versión mejorada. Y cachetón, muy cachetón, blanco con un cachorro albino, peludito como su padre, con la piel suave y tersa de su madre, con ojos con mayor probabilidad, dominantemente negros, pero quien sabe, tal vez con los alelos recesivamente verdes de los ojos del abuelo.

    Era un momento mágico, pensar en perpetuar sus apellidos unas cuantas generaciones más, pero sobre todo inculcar en un pequeño milagro, sus creencias, su forma de ver el mundo y sus convicciones.

    El tiempo pasaba y los relojes biológicos también, y aún no había sido posible seguir decorando la casa, ahora con utensilios, enseres y ropa para un pequeño ser indefenso. Decidieron soltar la tensión y organizar un viaje. Después de muchos años juntos, el esposo había entendido que este era un bálsamo ante las tensiones y un lenguaje del amor que debía llenar el tanque de su amada cada cierto tiempo.

    Tenían buenos recursos económicos. Poco a poco iban conociendo el mundo y debido a la obsesión de la esposa por las series de oriente, planearon un tour por China y Korea. Visitaron las ciudades más importantes, las reservas naturales más sorprendentes, cargaron a los pandas cachorros en sus brazos, caminaron la muralla china con el riesgo de inflamación de sus entrañas irritables, pidieron pollo dulce con cerveza en un lujoso restaurante en Seúl, y meditaron en un antiguo templo budista, agradeciendo a un Dios omnipotente y omnipresente el regalo de vida al estar juntos.

    Durante sus viajes, habían superado poco a poco la claustrofobia de la esposa y pudieron deleitarse apreciando -luego de cierto malestar emocional y unas cuantas lágrimas- lugares recónditos y mágicos como cuevas y manantiales cubiertos por una vegetación exuberante. En la guía turística que los acompañaba durante el viaje, aparecía precisamente un lugar turístico que era conocido por su magnificencia y belleza, así como, por los mitos que le acompañaban. Era las cuevas Reed Flute, al sur de China.

    Contaba la leyenda que los enamorados que las visitaban, eran premiados por el Dios de la fertilidad, y como un día ocurrió en el interior de las cuevas, los hogares serían habitados por pequeños niños balbuceando alegremente, observando las formas y los colores de las estalactitas. El esposo, que no creía mucho en augurios, pensaba: - si además de monitorear la temperatura basal, y hacerlo más arduamente en los días fértiles; la divina providencia nos ayuda al milagrito, visitando uno de los lugares más espectaculares del planeta, pues…, ¿por qué no soñar?

    Lo que habían escuchado sobre las cuevas, se quedaba corto ante la plenitud de sus flautas coloridas, ante el purificante olor del carbonato cálcico de millones de años, ante el eco de las gotas en la oscuridad simulando el primer grito de su hijo anhelado y ante la fila de parejas agarradas de la mano, anhelando existir más allá de sus propias pieles. Bajaban con mucha precaución, por un camino de piedras azuladas y violetas, cubiertas por un musgo de verdor supraoctogenario.

    Ya habían escuchado a la entrada, sobre la precaución al andar y la necesidad de tener un calzado especial para evitar caídas o resbaladas inoportunas. Ante la creación de la naturaleza, una caída se quedaba pequeña. El dolor pasaba a un segundo plano, pues la atención era plenamente dirigida de nuevo en las formas espectrales producto de la humedad milenaria, y del estropeado español de un hombre chino muy parecido a los otros millones de chinos, que servía de guía y no podía dejar pasar el mito por el que, aquel lugar era celebre. Hacia énfasis en el montón de niños que gatearían cruzando las salas de las casas, siguiendo los colores mágicos de las cuevas.

    Al salir de las cuevas y dirigirse al hotel, el dolor de la caída empezó a ser cada vez más fuerte en la esposa. Un sangrado abundante bajaba por la entrepierna, imaginando lo peor. Nada más inoportuno que una caída abortiva, en medio de una cueva repleta de fértil misticismo. Mientras lloraban abrazados repetían su mantra el uno al otro, mientras secaban mutuamente y con amor sus lágrimas: – no importa si no lo tenemos, todo sigue igual, nuestro amor es incondicional.

    A su regreso, y con todos los planes que seguían andando a pesar de la adversidad y los resbalones de la vida, los designios no se equivocaban. Pedagoga y psicólogo inauguraron un espléndido jardín infantil repleto de pequeños cofrecitos ávidos de ser buenos seres humanos, no solo gateando, sino también corriendo a través del aula de estimulación sensorial, de la cual se proyectaban haces de luces sobre una pared escayolada, que recordaba aquella cueva en el sur de China.

    Autor: HecAltero Prieto
     
    #1
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  2. Anamer

    Anamer Poeta veterano en el portal Equipo Revista "Eco y latido"

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    Muy impresionante y triste relato, a veces centramos la felicidad en esos deseos,
    pero aunque no se lleven a cabo por las razones que sean, siempre hay una manera
    de sentirnos plenos, felices y útiles. Me encantó leerte, un pedazo de realidad que
    aunque parezca un poco injusta es lo que hay, más veces de las que pensamos. Mil
    gracias por compartir.o en el foro. Besitos cariñosos vuelen hasta ti.
     
    #2
  3. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    Gracias por tomarte el tiempo de leer, un abrazo!
     
    #3
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