mayra

A ella le llaman de muchas formas, pero nunca por su nombre, quizás por eso es que su presencia es tan efímera y oculta como el aliento de una voz olvidada. Ella se disfraza por las noches y recorre los rincones más oscuros bajo una capa de maquillaje, su máscara que la encubre casi tan bien como la noche.
Ella no puede mezclar negocios con placer, a ella no le importa si tú la llegas a amar o la olvidas en el rincón de tu mente junto a las culpas y tu moral; ella nunca te pedirá un abrazo, nunca te invitara más de quince minutos a su vida.
El sacerdote la condena pero es un cliente frecuente de sus servicios, la señora de cuello estirado la crítica, pero es solo envidia e inseguridad lo que llevan sus palabras, pues su marido busca refugio de ella en los pechos plásticos de Mayra. Sus servicios son imprescindibles para muchos, pero aun así ella es solo un secreto a voces, una especulación que se murmura en silencio cuando la ven pasar.
A Mayra nunca la han visto llorar, dicen que durante el día se oculta del sol que la quema casi tanto como los gélidos comentarios hacia su profesión. Mayra es algo que la sociedad se empeña con tanto esmero en negar al grado que la han hecho perder su identidad, su juego es el de seducir, seduce a la luna que es su cómplice y única testigo de todas sus acciones.
Mayra oculta su pasado trágico en el fondo de una botella de alcohol barato, la marginación de la que escapo a temprana edad arañando las paredes de la pobreza con un solo boleto de ida, su cuerpo; el miedo de volver a la carencia la mantiene siempre alerta y despierta por las noches.
Dicen que vive libre de toda culpa en su conciencia, pues es servidora tanto de Dios como del diablo, quizás su única perdida ha sido el tiempo que no retorna, el tiempo que la ha dejado sola y olvidada por todos, sin nadie que se preocupe por ella, sin nadie que le acompañe en su soledad.