Me declaro inocente, Señores del Jurado

¿Por qué dicen ustedes que soy culpable?,
cuando yo no le hice un mal
sino un bien inmerecido
al hombre por cuya causa
hoy me veo ¡injustamente acusado!
Pues yo no le robé sino a quien
no le importaba ser robado.
Tampoco torturé sino a quien
no le importaba ser torturado.
Y por último yo no maté sino a quien
no le importaba ser muerto.
Este hombre, Señores del Jurado,
era un ladrón antes que yo le robara.
Era un torturador antes que yo lo torturara.
Este hombre, Señores,
era un asesino antes que yo lo asesinara.
Este hombre era un ladrón y un torturador y un asesino,
porque le había robado el sentido a su vida,
dedicándose a morirla un poco cada día;
y había torturado a sus seres queridos
con esa existencia inservible que arrastraba;
y lo que es peor, ¡había asesinado al mismísimo Dios!
en el madero de su incrédulo corazón.
Yo, pues, con mi oportuna intervención, Señores del Jurado,
no le hice un mal a este hombre
sino un bien inmerecido.
Le robé sus futuros años de agonía.
Lo torturé para que por lo menos sintiera dolor.
Y lo maté a fin de que no continuara muerto.
Por tales motivos, me declaro inocente,
Señores del Jurado Celestial,
por haberme llenado la cabeza de plomo,
después de flagelarme,
en mi noche más oscura.