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Me doy cuenta que le temo a los niños

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por Luzibell Ferreyra, 27 de Enero de 2024. Respuestas: 0 | Visitas: 120

  1. Luzibell Ferreyra

    Luzibell Ferreyra Poeta recién llegado

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    Me doy cuenta que le temo a los niños, sobretodo a los más pequeños. Le temo a sus ojos brillantes como el sol de mediodía, ojos de canica húmedos nublando Agosto. Cada vez que me escudriñan desde lejos hasta el último pliegue de la piel, ésta responde con su habitual metamorfosis gallinesca. En las tiendas, en las calles o en los camiones mis ojos intentan evitar el contacto con sus caras, pero de pronto quedan atrapados en los suyos, esos ojillos pícaros que me lanzan “la pregunta”. Aquella que todos hicimos alguna vez a los extraños “extraños” que se agigantaban o se encogían ante nuestra duda. Esa indeterminación que causa escozor en la garganta, en el corazón, en el sexo; debajo de las sábanas en una noche de insomnio; en la cocina; en un momento bello de verano viendo el ocaso; en el retrete; cuando llueve; cuando caen las hojas del fresno; cuando se amanece antes del alba; cuando se está solo; cuando se es niño.

    Cuando se es niño y se mira “uno” al “otro” en la ilusión del azogue, mirándose mirando mirar...y el fantasma detrás del cristal quiere venir a jugar conmigo, y yo quiero jugar. Mas nuestras frentes y las naricillas se pliegan y se confunden en una caricia fría, cuya rigidez semeja un golpe. El ojo del cíclope me absorbe y la voz atraviesa el muro:

    -¿Quién eres? – dice.

    -¿Quién soy? -- respondo.

    No. No. Aún no respondo. Hace 71 años que me acecha la pregunta.


    Creo que por eso no soporto a los niños. Siempre preguntando queriendo saber todo. ¡Y qué cuestionamientos hacen! Tan tontitos, tan absurdos como: ¿Por qué yo soy yo y no soy tú? ¿Por qué estoy aquí y no allá? ¡Por que estoy vivo y para qué?

    ¿Por qué tengo que morir? ¿Por qué no puedo volar? Y si Dios está en el cielo, ¿No se puede llegar a él en avión? ¿Por qué no puedo tener un avión? ¿O un gato? ¿O por qué no puedo ser un gato, una flor o una estrella? ¿Cuántas estrellas hay en el cielo? ¿A dónde se va el sol cuando oscurece? ¿Y de dónde viene la luna? Y si la luna es de queso ¿Por qué los ángeles no se la comen? Y si Dios está en todas partes ¿Por qué yo nunca lo he visto? Y si Dios hizo el universo ¿Quién hizo a Dios? ¡Ah!...Misterio de la santísima...¿qué? ¿Qué es misterio? ¿Y qué es santísima? ¿Y qué? ¿Y por qué? ¿Y para qué? ¿Y cómo? ¿Y dónde? ¿Y cuando? ¿Y por qué “por qué”? Y así sucesivamente hasta que alguien les pone un alto.

    Entre más pequeños más preguntones, lo bueno es que recién nacidos no saben hablar, después, conforme van creciendo se les va olvidando lo que querían preguntar o se satisfacen con lo que alguien les dice.

    Lo peor es que cada días hay más, nacen millones y andan esparcidos como una plaga. Ya no quiero salir a la calle porque ahí están siempre, en las banquetas estorbando, en las tiendas dizque haciendo mandados, estorbando.

    A la Iglesia, según van al catecismo. Ya ni en la casa de Dios encuentra uno la paz. No puedo descansar ya ni en el parque, porque allí también andan corriendo de allá para acá como animalillos. No puedo darle de comer a las palomas porque ellos las espantan y luego hasta se me andan queriendo acercar. Yo no sé porque les llamo la atención, a veces pienso que como los perros, ellos también huelen el miedo. Sí, ellos lo saben, se dan cuenta de que no aguanto su olor a carne tierna. Luego me miran como si yo les simpatizara, nada más para ver que sacan.

    La verdad es que he estado a punto de caer en sus tretas, quizá por el mismo horror que les tengo, el corazón se me afloja cuando uno me sonríe, ¡Tan inocentes que parecen! ¡tan chiquitos! ¿¡Qué daño le pueden hacer a una!? Sí, a punto de caer. Creo que me hipnotizan con la mirada esas criaturas, como las serpientes a su presa. Pero de inmediato reacciono y me respondo que sí, que me pueden herir. Yo no quiero que nuestras miradas coincidan, porque no quiero recordarme así: pequeña, frágil, con olor a fruta fresca, con la piel llena de agua, ya no deseo oir de nuevo mis preguntas infantiles en el aire; revoloteando como tontorrones. Yo ya no espero respuestas. No quiero mirarlos y mirar atrás. Me niego a recordar aún cuando no me quede nada más que el temor como mi propia sombra. Pero no quiero enfrentarlo, únicamente quiero que espere a mi lado el final. Total, ya tengo los suficientes años para renunciar, para rendirme.

     
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    Última modificación: 27 de Enero de 2024
    A luna roja y Inoxtransa les gusta esto.

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