Mi condena

Quiero romper a pedazos cada puta estrella

que me mira de noche. ¿Me mira?. No, no es ella.

Le grito, me odio, maldigo al hambre que me alimenta,

ese hambre de que no esté que suena a latido de tripas huecas.

Ya no saludo al verano, se me hiela la sangre en primavera

paseando bajo olivos sin ramas. Ya no piso más que hojas secas.

¿Me caigo? Sigo de pie. Ojalá por fin cayera

mi espalda contra la noche, la noche de la que ya no hay vuelta

y se me quemaran los versos, las rimas se me murieran,

las estrofas fueran silencio, les lloviera a todas mis letras.

Se me mojara la sangre. ¿Son sus manos?. No, sus manos no me secan,

sus dedos se me ha olvidan, se me clavan alambres por las venas.

Ya he llegado, ya no hay timbre. Solo ruinas, ruinas sin puerta,

sin aquella ventana por la que asomé mis días para que los días me creyeran,

me miraran a los ojos de ciego con los que veo solo tormentas,

me miraran al ver mi llegada, como siempre sin maletas,

me miraran quizás a la cara. A mi cara oculta que se oculta sin vergüenza,

que sin vergüenza se escondió tantas veces al llegar la muerte a por ella

que tantas veces, algún día, quizás vea como mi muerte está muerta.

Que ya no quiere mi alma, ya no quiere mi corazón de poemas,

solo quiere que aunque yo no quiera, sea ésta ni condena:

hacer que no haya cárcel en el mundo en la que poder encerrar las estrellas,

ni cadenas capaces de sujetar la tinta con la que alguien pueda escribir lo que sueña,

ni más pozo sin fondo que los que sepan hacer reír a las penas,

ni más dolor que el de salir a la calle cada día y cada día darle las gracias a quién se me cruce por la acera.

 

MARAVILLOSO, desde el primer verso cautiva el poema,
mis respetos en un abrazo de colores,