¡Mirame!

Caminaba despacio por la ruta de siempre, pero hoy era diferente, las lágrimas corrían por su cara y dejaban surcos mientras ella intentaba alejarlas con enérgicos manotazos. Al aire le costaba entrar en sus pulmones y salir en entrecortados suspiros. Le escocían los ojos y sabía que debía de tenerlos enrojecidos pero ya no le importaba. Siempre se había arreglado para estar presentable ante él, pero la había ignorado completamente, ni siquiera la había mirado.
Había dejado sus gafas por molestas lentillas, había dejado su pelo largo como le gustaba, había perdido peso y aprendido a vestirse y maquillarse... y no había servido para nada. Por lo menos antes, cuando todavía era la chica fea de la clase, la miraba de vez en cuando.
Con rabia arrojó lejos la cartera y empezó a deshacerse el complicado peinado de esa mañana, después limpió su cara y agarró las tijeras de la costura que siempre llevaba. Suspiró y las abrió dejando al descubierto el borde filoso, se preguntó que pensarían de ella cuando la encontraran en ese estado... sinceramente no le importaba. Levantó una de sus manos mientras agarraba las tijeras afiladas con la otra.
- ¿Qué estas haciendo?- gritó alguien tras ella.
No esperó encontrar a su objeto de deseo jadeante al lado de una esquina, el chico le que había estado robando sus sueños durante los últimos tres años se acercó con pasos seguros y le arrancó las tijeras de la mano con un movimiento rápido. Después agarró sus muñecas y las apretó con fuerza para retenerla mientras se paraba y jadeaba para reponerse, parecía haber corrido mucho.
- ¿Qué pensabas hacer con esas tijeras?- preguntó mirándola a los ojos.
- Me... me iba a cortar el pelo- respondió ella conmocionada.
- Que susto me has dado... no vuelvas a hacer eso, parecías a punto de suicidarte- comentó mientras la estrechaba contra su pecho-. Saliste tan rápido de la escuela que no me dio tiempo a explicarlo todo- le acarició el cabello-, no soy el novio de María ni lo seré, porque la única que puede serlo eres tu.
Las lágrimas volvieron a brotar, esta vez más abundantes, mientras se abrazaba a él. Los fuertes brazos del chico se apretaron a su alrededor y comprendió que nunca más tendría que gritar ¡Mirame!

 

Las personas son muy complejas, algunas veces comportamientos inexplicables y no nos alcanza una vida entera para entender a otros. Pero otras veces nos llevamos gratas sorpresas, cuando podemos ver mas allá, en sus profundidades con tan solo una mirada sincera.