Mis estalactitas

Con mis pensamientos,
con mis ideas, con mis sentimientos,
quiero formar estalactitas,
pero no de aquellas que se petrifican
y se quedan para siempre en el mismo sitio;
quiero que sean como ellas
pero por lo firmes, permanentes
e interminables en su crecimiento,
por lo brillantes y esplendorosas cuando se iluminan;
y, que, aun cuando en ellas quede
una ínfima parte de materia,
sigan goteando todavía
ofreciendo al tiempo el maravilloso líquido
pagando así al recibimiento su tributo.

Quiero formar estalagmitas con mis lágrimas,
pero de aquellas no impávidas
que sólo soportan estoicamente lo que llega,
y allí están, y allí se quedan,
indefinidamente víctimas conformes
sin siquiera esquivar atentas
lo que les disgusta, lo que les consume;
y lo que inmóviles devuelven
se queda encima de ellas mismas
impotentes de renunciar a la pasiva indiferencia;
quiero parecerme a ellas por lo pacientes,
por lo permanente de su cambio,
porque siempre están subiendo
a alcanzar alturas y nuevos horizontes,
porque presentan, cada vez,
mejores facetas a la luz
y se escandalizan menos
de la oscuridad.

Quiero descender con las estalactitas
escurridizas de mis defectos recurrentes
hasta topar el suelo resbaloso de mi orgullo
y la emponzoñada lobreguez de mi vanidad
para comprender de la humildad la exigente prueba;
quiero crecer como las estalagmitas
desde mis virtudes encogidas
hasta topar el cielo inaccesible de mis sueños
y avizorar la respuesta a mis preguntas,
y, en un contacto de infinita intimidad,
tomar la mano de la Vida.

Después, aunque sea,
puedo quebrarme en mi debilidad,
escurrirme en el goteo de mi llanto,
deshacerme en mis propias frustraciones
y desaparecer tras el umbral ignoto,
en el último suspiro de existencia,
en el misterio final del todo y de la nada.