Misericordia

En noches tempestuosas, el rayo ígneo de Júpiter arremete contra la sagrada cornamenta en luto de los cipreses adustos. Entonces, revolotean hacia el infinito una inmensidad de cuervos negros, graznando con su eco imposible de mal agüero. Un hombre fresco y lozano despierta en mitad de la mustia madrugada y se levanta de su lecho de carbón para atravesar con su mirada impasible la vidriera santa de su cuarto. Ya está lloviendo. Y el fuego que antes prendía en los arbustos de la muerte va remitiendo ya. Entonces, observa una manada de toros en yugo humillados, yendo hacia el cobertizo de las mutilaciones. Llevada por un pastor de semblante serio y con un farol de llama azulada en su siniestra mano. ¡Oh! Que deje la matanza si de un corazón presto a la misericordia se ufana. Pues escrito está en el silencio que se lleva el viento que en esta noche se ha de respetar toda vida animal.

 

homo-adictus, en tal noche de portentos naturales. Con un hombre como ser contemplativo de las fúnebres imágenes que pasan ante su visión desde la cristalera mágica de su habitación, que no es más que el símbolo inequívoco de su funesta soledad, sopla el viento en un ulular soberbio que pide la misericordia por los toros que prestos están a ser mutilados en el cobertizo de las aberraciones. Quizás el pastor no sea más que una marioneta de un destino que se antoja cruel y despiadado. Atentamente Edouard.