Momentos en palabras

Momentos en palabras (o Lugares comunes)


¿De quién son los pájaros que escuchas cantar

y que horadan las nubes en su vuelo alto?

¿De quién son las flores de tantos colores

que visten jardines y que aroman las horas?

¿A quién pertenece la luz que calienta

y dio brillo al día desde tan temprano?

¿Acaso la lluvia que lava lo amargo

y se amontona en charcos, tiene propietario?

Intercambiados besos con sutil terneza,

que fueron y ahora ¿tienen algún dueño?

Glorias alcanzadas, las penas más hondas,

acosos de dilemas en que te has embarcado...

¿De quién es el dominio de esa leve calma

cuando la nostalgia entrega su silencio?

Fulgor de memoria o historias inventadas

y así los momentos transitan el viento.

El presente esquivo que siempre se escapa ,

pronto se hizo ayer y huye hacia mañana

Efímera es la espuma y vano el intento,

poco se atesora haciéndose palabras,

pájaros y flores, las lluvias y soles,

aromas, colores, nostalgias y amores...

Cárcel en vocablos de rejas dobladas

donde todo huye y se hace aire

trascendiendo el cuerpo del significante,

lugares comunes de todos y de nadie…

 

Es la Obra, la que te hace transcendente.
O sea, es mérito de los grandes antropoides, la paulatina evolución humana.
Hubo muchos homínidos que poco a poco, fueron aprendiendo el manejo de herramientas.
Y eso repercutía en el ADN de la raza, incrementando su valor.
Es por ello que, a día de hoy, parecemos tan elocuentes.
Audaces y complejos...
El remedio ante tantas complicaciones, es la Obra.
Si tú haces, por ejemplo, un avión de papel, y lo tiras por la ventana, seguramente volará y planeará, hasta acabar aterrizando sobre el pavimento.


La Obra le puede gustar mucho, a tu hijo.
Por ejemplo.
Pero quizá no, a tu jefe, en la oficina.
O en la fábrica...


Entonces, hay Obras que vienen bien, para cada instante.
Por ejemplo, ese Momento ante la Novia.
Momento ante el Perro.
¿ Qué le gusta a un perro ? ¿ Qué le gusta a un olivo ? ¿ Qué le gusta a una Feijoa ?
Yo, a mi Feijoa, que da guayabas verdes, la riego con agua fresca, en la que he disuelto un pellizco de sal marina gorda, y otro, de sal del Himalaya. ¿ Para qué ? Para que sonría, se mineralice y genere frutos voluminosos, sabrosos y cuantiosos.

 

Tal vez solo creemos que trascendemos cuando somos finitos como finita es la estela que dejamos. Tal vez sea cuestión de tiempo y su graduación. Por ejemplo, de nuestra tatarabuela ya no nos acordamos ni el nombre... Me agradó tu comentario Nommo, incluso me pareció más atrayente que mi poemita. ¡Muchas gracias! y fuerte abrazo