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Muñecas

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Cris Cam, 4 de Abril de 2019. Respuestas: 2 | Visitas: 416

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Muñecas


    Miraba el parque a través de la ventana. Allá abajo, los eucaliptos, una bandada de loros, mas allá la villa.

    Me distrajo, mejor dicho, me trajo, el toser ronco de mi compañero de pieza.

    - Al parecer salió, aunque no sabe para que, lo esperan 10 más en Olmos. El rati sigue ojeando Caras, hueco con hueco. Me dijo, Enrique.

    Me preguntó Albarellos, el jefe de servicio, si tenía algún problema en compartir pieza con un preso, yo evalué y le contesté que, ya que estoy en hospital público, soy un proletario, que otra opción me quedaba.

    Me volvió a preguntar ahora con una planilla a firmar, lo miré y con esfuerzo le escribí, algo sobre que el preso no me molestaba, pero que la próxima vez que el cana se ponga a hablar de moral con la pizza coimeada, le clavaría el catéter en un ojo.

    Pobre pendejo, huella sobre huella, nunca conoció otra cosa que el poder mágico que da un fierro en la mano, tardes de Poxirran, el cagar a palos a un civil sólo para divertirse. Cosa genética, extraños ritos de iniciación, palizas cotidianas de madre, un padrastro consentido violando, una a una a sus tres hermanas, el cuchillo hundido lentamente en su sucia garganta, el huir lejos... y no sé para que le cuento esto a un civil de mierda.

    Le conté, a su vez, para compensar, mi ridícula historia de obrero bien parido en una casa laburante, la honestidad y el apego, mi viejo tozudo militante del PC, mi vieja rezando el rosario todas las tardes, de casa al laburo, del laburo al laburo y del laburo a casa. Sí todavía, con sus 85 a cuestas, mi viejo no me perdona mi afiliación al partido del tirano.

    Tuvimos varias veces que cortar la conversación por la mirada recelosamente fascista del forro de azul, yo también soy peronista, nos decía, ¡pobre ignorante!.

    Son las 8, empieza la ronda, la mujer de la limpieza, una señora de mediana edad, a la que todas las mañanas como si fuera un viejo senil, le pregunto por las hijas, “no tengo hijas”, me responde, lástima y quien se quedó con los ojos. No sabré nunca si me entiende o se hace la pelotuda. El desayuno, siempre equivocado, que quedará allí toda la mañana, salvo que me dejen las muñecas en paz de estas molestas canalizaciones, Enrique opina lo mismo de sus esposas, a el le va peor, se lo morfa con sorna el “señor agente”.

    Entra Ivonne, la irresponsable negra colombiana.

    - ¿Porque me dice así?

    Me preguntó airada y ofendida la primera vez. La pobre médica colombiana, no sabía que estaba en medio de una constructiva charla, donde el rati nos explicaba que es lo que había que hacer con todos los bolitas, judios y zurdos. “Si señor”,yo le decía, Ud. tiene razón, y el negro seguía.

    Al otro día, le conté que la única forma de enmendarse era mirar frente a frente con esos enormes ojos café, esa boca de anaconda rubí y....

    - Tu estás chalado o muy chévere,

    Se rio y escondió el entrecejo, que le sugería mi historia clínica. Ella lejos de Macondo, yo cerca de Podestá. Ella una niña, yo un sexagenario, así pronunciado parecen más, mejor digamos señor maduro, solterón y desclasado.

    Entra Aurora, la caba de enfermeras.

    - ¡A ver ese termo! Si, a Ud. le digo, que me mira, Ud. mandará en la calle, pero la que manda acá soy, no quiero nada que, contamine al paciente, y no fume más. Si quiere matar al paciente espere subirlo al patrullero. Acá bastante ya tenemos.

    La multitud de ambos pacientes asentíamos la perorata autoritaria de la caba, más vieja que la injusticia ella, con una sonrisa sardónica. El tira poco, no mejor dicho nada, acostumbrado a recibir órdenes femeninas, se turbó, nos miró a los ojos, para saber donde había quedado su principio de autoridad, lustro su placa aparatosamente y salió al pasillo.

    Ahora nos tocaba a nosotros. Destapó al pendejo, le sacó el vendaje del pecho, como todas las mañanas, le curó los puntazos, le controló el oxígeno, le cambió el suero con más calmante. Ya estaba fuera de peligro, zafó del neumotórax, que no sé que será, pero lo mantuvo una semana en un respirador. Podía ver sus manos como arañas al cielo queriendo volar, ante cada maniobra despreocupada de la enfermera. No era por indiferencia, la vieja sabía lo que hacía y nos cobraba el derecho de ser hombres, aguantárselas de macho.

    Enrique no quería sanar, pero su cuerpo curtido en miseria, andenes, aguantaderos y burdeles, era más fuerte que su propia voluntad. Volvería a su celda a ver las mismas caras. Claro no todas, la de Ordoñez no. La enfermera anotó cuidadosamente, por tercera vez en cuatro días, que su muñeca derecha estaba muy lastimada y su mano muy inflamada, no quería que le anotaran en su cuenta una amputación golondrina. No sabía que de esa misma mano recibió Ordoñez un solo y preciso puntazo, en el lugar exacto, justo por debajo de la tetilla izquierda.

    ¡Guarda!, ahora se abalanza sobre mí. En realidad, no tiene que hacer nada. Debo esperar, ver si los antibióticos le hacen algo a lo que tengo, no es Cáncer, ni Sida. ¡Ah bueno!, me quedo más tranquilo, es bueno morirse de algo, que no es ni Cáncer ni Sida. Eso fue lo que les dije el primer día. El pasear por los pasillos en mis ratos de mejoría, supe que la vieja no jodía, sí, que no es lo mismo. Los vi y escuché agonizar sin respiro, sin pausa de dolor y desesperación. No sé de que me estoy muriendo, pero, toco madera, hasta hoy los calmantes corrientes me son suficientes. Se que estoy canalizado, y sondeado por los cuatro costados, y que cada vez que una vena se me cierra, es una cruz sin cielo, pero debo decir, comparando al menos, no estoy sufriendo más que la certeza firme, que no volveré a jugar truco con los muchachos del club. Ya mis dedos no responden, hasta tengo que llamar a enfermería para que me pongan el papagallo, las muñecas de tantos pinchazos ya están insensibles.

    Muñecas, muñecas, al fin y al cabo, son las muñecas, no estas, sino las que caminan digo, las que nos traen a vida, nos dan vida o hacen que la perdamos.

    Ahí está Enrique, que se batió con Ordoñez, solamente o totalmente, según se vea, por una visita intima, con una muñeca alquilada, que a decir de Enrique, tiene una muñeca de oro, el sabrá lo que dice, a mi nunca me sucedió.

    A mí me trajo, hasta aquí, mi muñequita, según me dicen los que saben, estos, los psicólogos, no sé estos que dicen que no son loqueros, pero igual te la mandan guardar. Mi muñequita, esa que tardé como un imbécil tanto tiempo en reconocer, y que cuando la tuve, me trajo nietos, y se me murió de decepción. No de mí que ya nació decepcionada. Sino de ese h... pero para que lo voy a criticar si yo fui igual. Creo que fue eso, esa culpa sin perdón, no el de ella que me perdonó sin que se lo pidiera, el que no se perdona soy yo. Esa culpa de no haberla querido, y encima ahora, no poder redimirme, criándole los hijos, porque la muerte me vuelve a castigar, con justicia, con lo que no se hizo, no se podrá hacer.

    Otra vez Ivonne. Me toma la muñeca, me toma el pulso con su suave piel azabache, me mira de reojo.

    - Estás un poco pasado hombre, sueñas de demasiado.

    - Los sueños, morena, son los que mantienen nuestras muñecas latientes.
     
    #1
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  2. Maygemay

    Maygemay Poeta que considera el portal su segunda casa

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    Interesante ambientación en este relato en primera persona y las fuertes valoraciones del narrador son atrapantes.
    saludos, Cris
     
    #2
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  3. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Gracias, Maygemay
     
    #3

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