musa del vagabundo

conocí un vagabundo con un saco de naranjas.
de esos alegres que te preguntan como llegar
al puerto para coger un ferri a su Toscana natal
y volver a ver a sus padres y regalarles las naranjas
que él mismo había cogido de los árboles andaluces.
me contó que haría dos años,
en los bosques de la sierra escribió poemas
en las hojas de los álmez o en la piedra seca.
luego los abandonaba para que crecieran fuertes
como lobos.
me contó que meses después
de vagar por trigales y cuevas
volvió a la sierra
y encontró sus primeros versos de piedra
borrados por la lluvia, desdibujados y llorosos,
pero siguieron creciendo bajo tierra.
y más allá encontró otros versos en la roca
que rezaban:
la felicidad es para el que la deja volar.
y bajo otra piedra negra, en la raíz del primer álmez:
solo arraiga en los sueños el alma que vuela.

Aquella noche, me contó, durmió recostado contra
la blanca talla del alto árbol
y soñó con musas cuyo cabello era la noche
y le arropaban con hojas centelleantes verdes y sagradas.
las piedras se tambaleaban y se juntaban unas con otras
siguiendo el camino inverso de su rotura
y se abalanzaban colina arriba creciendo, creciendo, creciendo
hasta tocar la luna convirtiendose en una montaña
tallada con el brillo de la plata, acariciando el infinito.

y la musa le cantó al oído:
arraigó la luna tras los muros del sueño;
olvidarlo es humano
y hasta el más vil
tiene miedo de saltar el muro.
pero cruzarlo tiene su secreta recompensa.

me contó que tras ver la musa
vagaba buscando un sueño primerizo
y no paraba de repetir que los niños nacen iluminados
y en sus sueños cruzan las puertas secretas
que los adultos cubren con mantos espesos.
y no paraba de repetir que en sueños buscaba la puerta
y en sueños buscaba ser un niño.

"así que soy un vagabundo que duerme en el bosque
y busca ser un niño iluminado", dijo sonriendo.