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Museo de motos

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Starsev Ionich, 12 de Agosto de 2021. Respuestas: 0 | Visitas: 328

  1. Starsev Ionich

    Starsev Ionich Poeta asiduo al portal

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    Museo

    Oscar poco a poco iba acumulando nuevos comportamientos a su repertorio, sobre los cuales creía, eran decisivos para obtener un resultado favorable. Aún seguía creyendo en que en algún lugar de su alma guardaba una cantidad conmensurable de energía, a la que su abuela llamaba suerte, y que esta energía, o este constructo extraño que influía en el destino de manera positiva se relacionaba con unos u otros actos. Y así como otros viejos conocidos, como el ying y el yang, o el bien y el mal, la buena suerte también tenía una contraparte, que truncaba las metas, hacía las vidas un infierno y esta energía había que alejarla, obviamente realizando otro tipo de comportamientos que purificaran el alma.

    Lo primero que se pensaría, al escuchar sobre comportamientos que pudiesen purificar el alma o limpiar las malas energías, serían actos del tipo: ayudar a los necesitados, dar de comer al hambriento, o cuidar del enfermo; pero para Oscar, hacer el bien sería lo que le alejaría precisamente de sus metas, ya que solía desde corta edad hacer el bien para si mismo. Poco a poco se daba cuenta de que la expectativa en la sociedad era hacer el bien a otro. Por ello en ocasiones con una sonrisa fingida daba algo a alguien que lo necesitara. No entendía la mirada de agradecimiento de los demás, las lágrimas de gratitud, y solía responder con una mueca, remedo de sonrisa con el cual poco a poco era conocido como una persona muy caritativa y humana.

    Su pasión eran las motos, amaba los exostos, el rugir de los motores de alto cilindraje y desde pequeño empezó a coleccionar revistas de los mejores modelos. Luego en su adolescencia tuvo su primera moto, y luego una segunda, las cuales armaba y desarmaba. Y tenía la certeza de que montar aquel trasporte de dos llantas era todo un deleite, que no lo podía hacer cualquiera, creía que entre el motor y el motociclista existía una conexión espiritual que no podía rebajarse a la cotidianidad o el pragmatismo.

    Oscar vivía en un pueblo al sur del departamento de Córdoba, cada vez más urbanizado y psicótico, con trancones, smog, contaminación y nuevas formas de trasportar los miles de transeúntes que intentaban llegar a tiempo a su trabajo, a su casa, al lado de su familia. Las personas, en el rebusque diario, al notar la demanda de transeúntes intentando llegar a sus lugares de destino, y debido la poca oferta de trasporte, sumado al colapso por las pocas vías del pueblo; provocó que algunas incursionaran en el negocio del mototaxismo.

    Y fue un negocio prospero, que ayudó a descongestionar la ciudad, a la vez que algunas personas tenían la oportunidad de conseguir unos pesos de más de una manera informal y honesta. Y fueron muchas las personas que se sumaron a la iniciativa, hasta el pavor que provocó el primer mototaxista desaparecido, y pocos días después encontrado muerto por esfixia, tal vez asesinado, amarrado entre el platanal por medio de unos nudos de profesional que se iban apretando cada vez que la víctima tenía un nuevo suspiro de fuerza para poder soltarse.

    Oscar quería ser una persona conocida, que su lugar, que su vivienda fuera un lugar imposible de olvidar por quién lo visitara. Un museo de motos. Quería ser recordado como alguien grande. Esa mañana como parte de sus supersticiones para atraer la buena energía regó un poco de vinagre y limón detrás de las puertas, barrio de adentro hacia afuera, y rezó el rosario con camándula en mano antes de las cinco de la mañana. Se vistió temprano, desayunó dos huevos y una taza de chocolate con tajadas, sacó la nata café de la taza y la pegó sobre un plato blanco con muchas otras. Caminó hasta el pueblo. Estudió la zona, puso su atención en los mototaxistas, estudio sus modales, calculó sus pesos, su edad. Lo resolvió en pocos minutos. Lo haría con el hombre joven que había llegado con su moto hacía dos días de la capital, aproximadamente 65 kilos, 1,65 de estatura. Sería una presa fácil… Era una espléndida moto de dos tiempos, como no se veían ahora, sillín de cuero, fuel inyection, enduro…

    Hola compa buenos días, voy para los lados del colegio distrital, ¿tiene tiempo? –le preguntó con una sonrisa calculada desde niño-

    Claro mi hermano, para eso estamos, son tres mil luquitas –un hombre joven de mirada atenta y con muchas ganas de trabajar limpiaba el asiento metalizado de su moto para que subiera-

    Intentaba hacer charla amena en el camino, empatizar poco a poco, hablar de sí mismo, y de las iniciativas con la junta de acción comunal, parecer confiable y poco peligroso…

    Aquí a pocas cuadras ya estamos en el colegio distrital –el hombre le respondía con un acento costeño y varonil-

    Si mi hermano, gracias, pero yo voy es por el lado de la verja, pasando el platanal, métase por la siguiente a la izquierda, yo le boto la liguita –intentaba aclararle de manera pausada-

    Uy loco, pero por allá no entra la moto, eso está todo empantanao, además allá está el chicunguña y yo no tomo la tiamina –respondía con titubeo el hombre joven-

    Ay mi hermano hazme el cruce, ¿tú conoces a Nacho, de las frutas?... ¡yo soy el primo! Mira que es aquí no más que tengo una cliente allá que me está mamando gallo con un dinero. –le explicaba serenamente-

    Ahh, usted es familiar de Nacho…, bueno yo le ayudo, pero yo veré, me encima algo que esta moto se desgasta mucho – respondía el hombre de manera amistosa, mientras silbaba su vallenato favorito-.

    Era fácil amarrar a un hombre destilando sangre, no tenía tiempo para agarrarse la cabeza y parar la hemorragia, o volver a recobrar la conciencia. Cuatro nudos y estaba listo. Siempre buscaba que fueran hombres de contextura menuda, podría tener la mala suerte de que el golpe certero en la nuca, con la varilla que escondía siempre en su manga, no fuera suficiente con un hombre más grande que él. No le gustaba tomar riesgos…

    - ¡Suéltame no me mates hombre, que quieres, quieres dinero, llévate la moto, no me mates hombre!-

    -Tranquilícese hermano, entre más te muevas, más te aprietas- Disfrutaba este pequeño instante como el
    primer tinto de la mañana, observando a hombres testarudos mundanizando el invento de dos ruedas, labrando su destino con la esperanza de escapar, estrangulándose lentamente…

    En el pueblo se corría el rumor poco a poco, que los mototaxistas estaban desapareciendo, que había un psicópata, que ya habían aparecido dos estrangulados. La gente comenzó a veranear de nuevo en sus motos, poco a poco los mototaxistas fueron disminuyendo con el miedo a ser asesinados.

    Un hombre pequeño que necesitaba seguir llevando el sustento a su hogar no dejó de hacerlo. Un hombre de 60 kilos siguió haciendo carreras hasta el día que llevó a Oscar, más allá del platanal. Un hombre de 1,60 mts de estatura, con deseos de vivir, que resistió el golpe de la varilla, no fue presa fácil. Luchó como un oso de dos metros y puso ante los ojos del país al monstruo de los nudos, a su museo de motos y su sevicia.

    Un hombre que creía en que, cargar las fotos de sus hijos de ocho y diez años en su billetera le traería buena suerte, logró sobrevivir. No se sí pueda llamarle amigo de la suerte, el azar o la baja probabilidad; o simplemente, el único sobreviviente.

    FIN
     
    #1

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