1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Nada que perder

Tema en 'Prosa: Melancólicos' comenzado por esthergranados, 12 de Febrero de 2019. Respuestas: 4 | Visitas: 557

  1. esthergranados

    esthergranados Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    18 de Marzo de 2014
    Mensajes:
    1.586
    Me gusta recibidos:
    1.308
    Me levanto a la misma hora de siempre. Saludo a mi compañero de habitación, que me responde con un gruñido y, después de ducharme, bajo a desayunar. Cuando termino, salgo al jardín y me siento a leer el periódico. El día está esplendido. Viene Carmen a preguntarme si necesito algo y le digo que no; me sonríe y se marcha con paso rápido a seguir la ronda. Doblo el periódico, lo dejo donde están los demás y voy hacia la puerta. Cuando paso por el control saludo a Marisa, que hoy tiene turno de mañana.

    --- ¿A dar un paseíto por el pueblo, Paco?

    ---Sí, voy a pasar el día fuera. Hoy como con un amigo y ya aprovecho la tarde para comprar alguna cosilla que necesito.

    --- Pues diviértase mucho.

    ---Gracias, Marisa, lo haré.

    Tomo el mismo camino que recorro casi a diario y ando con paso firme y tranquilo; mis piernas todavía son ágiles. Llego al centro y me dirijo a la sucursal del banco donde tengo los ahorros. Le digo al empleado que me atiende siempre la cantidad de dinero que necesito. No saco demasiado, para no levantar sospechas, pero como es mucho más de lo que preciso habitualmente, se extraña.

    --- ¿El cumpleaños de algún nieto, don Francisco?

    --- Sí; el de la hija y el nieto mayor y hay que ser generoso, que si no me llaman tacaño.

    --- Eso está bien, que pase un buen día.

    --- Muchas gracias, igualmente.

    Me siento en una terraza y pido un café; le pongo dos azucarillos; nada de sacarina. De la cafetería sale un aroma a churros tan tentador que no me resisto: llamo al camarero y le pido tres porras. A la mierda el colesterol. Disfruto con el trajín de la calle. Es día de mercadillo y las mujeres van con sus carros vacíos aún, o vuelven con las bolsas verdes cargadas de frutas y verduras. A una señora se le caen varias manzanas, que ruedan hasta mis pies y me levanto a ayudarla. Me dice, un poco apurada al verme, que no me moleste, pero antes de darse cuenta, se las pongo de nuevo en la bolsa. Me da las gracias con una sonrisa y hablamos un momento del buen tiempo que hace. Una brisa tibia trae olor a primavera: huele a hierba fresca y a las lilas que adornan la calle en los arriates.

    Permanezco un buen rato sentado, mirando a los pocos niños que se mecen en los columpios o que se tiran, bajo la atenta mirada de sus padres, por el tobogán del parque infantil. No son muchos porque es miércoles y los más grandes están en el colegio. Recuerdo a los míos cuando eran pequeños y me apena pensar lo deprisa que se han hecho mayores: cuando te quieres dar cuenta, los ves vestidos de novios en el altar y al poco, con un niño entre los brazos que te llama abuelo.

    Los minutos se escurren como el agua entre los dedos; cuando quiero acordar son las doce y el sol empieza a calentar de verdad. Hora de ponerse en marcha. Tomo el camino de la estación de autobuses y cuando llego miro las salidas que hay en los próximos minutos. Elijo un destino al azar: una ciudad costera que no conozco. Saco el billete y me siento a ver el trasiego de la estación; me entretiene su bullicio. Por suerte, como no soy del pueblo y vivo en las afueras, nadie me conoce. Una pareja se abraza prolongando la despedida y una madre da los últimos consejos a su hijo, que la mira con gesto de ternura o de fastidio, desde aquí no distingo bien. Las maletas ruedan presurosas, empujadas por los viajeros.

    Al cabo de media hora subo al autobús. Un pellizco de emoción trepa desde mi estómago a la garganta; se parece a las mariposas de los primeros amores. Me quito la chaqueta mientras el conductor arranca y sonrío. No paro de sonreír; supongo que parezco un idiota con esa mueca bobalicona. A través de la ventanilla en donde apoyo la cabeza, veo cómo el pueblo se va quedando atrás, cómo se difumina poco a poco. Pasamos cerca del edificio donde resido desde hace tres años. Ahora mi gesto es serio. Vuelvo a pensar en lo veloz que pasa la vida; la muerte, aunque pierde algunas escaramuzas, siempre gana la última batalla, por eso me arrebató a Dolores. Miro con curiosidad y veo, amodorrados en sus sillas de ruedas, a Juan y a su esposa, tomando el sol en el jardín delantero. Hay otros que fuman en silencio, apoyados en la pared, con el cigarro colgando a un lado de la boca como si fuera un apéndice de sus labios. Algunos dan paseos cortos camino a ningún sitio; cuando llegan al final de la acera vuelven sobre sus pasos, solos, con las manos enlazadas a la espalda, arrastrando los pies. Me parece ver a mis compañeros de comedor hablando en un corrillo, pero no estoy seguro. Los que peor están, gritan cada cierto tiempo o insultan y dicen tacos que no dirigen a nadie. Esperan a la muerte con resignación y cuando llega la reciben con alivio o con indiferencia. Yo aún no me doy por vencido: quiero salir de este mundo por la puerta grande. El autobús sigue rodando y deja este lugar atrás definitivamente.

    Por fin salimos a la carretera; a un lado y a otro se extiende una alfombra verde salpicada de multitud de flores amarillas y malvas. Según avanzamos, un manto rojo se mueve con el viento: son amapolas. Me recuerdan a mi niñez. De cuando en cuando descubro algún animal corriendo monte a través o alguna casa que se hace pequeña en la lejanía. Con las últimas lluvias el campo está muy hermoso, da gusto verlo.

    Cuando el sol se escapa del paisaje me empiezo a adormecer. En este duermevela, Dolores camina del brazo de su padre hacia el altar; yo la espero arriba, intentando que no se note que estoy temblando de emoción. Está muy guapa. Lleva un pequeño ramo de flores. En otra escena aparecen mis hijos; ríen y juegan en el patio. Ahora estoy con Dolores en la cama, escuchando el parloteo de los muchachos antes de dormir. Estamos abrazados. El autobús coge un bache y despierto sobrecogido. Me pongo la mano sobre el pecho mientras el corazón, poco a poco, recupera su ritmo normal. Cierro nuevamente los ojos, pero esta vez no me duermo.

    Paramos un rato a estirar las piernas. El resto de los viajeros entran en la cafetería a tomar algo. Yo no les sigo. El aire huele a sal. Se escucha el sonido de las olas rompiendo en las rocas. A pesar de que apenas se ve, sigo la estela que la luna dibuja en el agua y voy hacia allí, respirando con fuerza. Solo he visto el mar en una ocasión y hace tantos años que es un recuerdo impreciso; sin embargo, sí reconozco su olor. Estoy contento. Me acerco a la orilla y veo a mis hijos al lado de Dolores, que no les quita ojo de encima. Son pequeños y saltan salpicando espuma y llamándome. No me lo pienso dos veces; me quito los zapatos y voy hacia ellos.
     
    #1
  2. Zev

    Zev Invitado

    ya se que esta melancólicos; aun así, me parece piadoso, feliz...
    y pude imaginar cada lugar.

    saludos.
     
    #2
    A esthergranados le gusta esto.
  3. esthergranados

    esthergranados Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    18 de Marzo de 2014
    Mensajes:
    1.586
    Me gusta recibidos:
    1.308
    Muchas gracias por tu comentario, Zev, eres muy amable. Un saludo
     
    #3
  4. Alecctriplem

    Alecctriplem Poeta que considera el portal su segunda casa

    Se incorporó:
    26 de Octubre de 2018
    Mensajes:
    8.673
    Me gusta recibidos:
    6.606
    La cotidianidad tiene algo de sencillez, se desborda hasta terminar en un descanso en la playa, muy bueno este relato, me transporto al lugar que describe, un verdadero placer.
    Saludos.
     
    #4
  5. esthergranados

    esthergranados Poeta adicto al portal

    Se incorporó:
    18 de Marzo de 2014
    Mensajes:
    1.586
    Me gusta recibidos:
    1.308
    Muchas gracias por leerme y comentar con tanta amabilidad. Un saludo
     
    #5
    Última modificación: 15 de Julio de 2020

Comparte esta página