Narrador inmortal

Ya eran la seis de la tarde del último día del mes de abril. Cuánto tiempo más se podría esperar para cambiar, lo que probablemente no debió ser. Y ahí estaba ella, sumida en un cansancio de ánimo y sin ganas de tomarse un té. La chimenea ardía diferente como queriendo decirle algo el fuego. Se sentó. Y se puso a mirar el fuego como una niña que lo descubriera por primera vez. Mira es una oruga, me decía. Sí… por aquí hay más le decía. Mario no me hacia caso cuando le decía para jugar con la pelota. Prefería los insectos, los aplastaba con una piedra. Y yo enojada me iba y lo dejaba solo. Recordaba. Ahora Mario es todo un zoologo y yo no sé quien soy yo. Sé un poco de todo y de ello sobrevivo. Pero lo que más me gusta es leer. Leo todo que caiga a mis manos. Conozco libreros de la calle, en especial al sr. Jacinto, que me habla mucho de autores y libros, con tanto entusiasmo que se les olvida en venderlos. Me encanta los relatos, son tan deliciosos leerlos. A veces, también lo escribo, y me divierto hacerlos. No sé tal vez, algún día, me ponga a escribirlos en vez que comprarlos. Digo:”La vida es tan corta que no podrías leer todo los relatos habidos y por haber”.Si pudiera ser inmortal y viviera más de 100 años, sólo así, me daría cuenta de la cantidad de relatos que pueda haber leído y sobre todo, escrito. Me imagino: si la vida estuviera hecha sola para leer y escribir relatos, ¿cuántos relatos leeríamos y escribiéramos si fuéramos inmortales? Y no hablo yo de la vida misma paralela a estas dos actividades, que en algunos casos es ella la que alimenta a éstas. Las mil y un historias que se contarían de una narrador inmortal. Me imagino en las generaciones y generaciones de lectores que tuviera este narrador leyendo y leyendo sus interminables historias. ¿Cómo no ser ese narrador inmortal?