Niño Sol...

La obscuridad es penetrada de pronto por un rayo luminoso que emerge tras los nevados picachos de las alturas de la cordillera de Los Andes, débiles haces de luz iluminan tenuemente la entumecida floresta…

Un niño asoma su hermosa carita adormilada mirándonos con timidez y entre los pliegues de sus bostezos, nos trae el preciado regalo de un nuevo amanecer.

Luego de velar su sueño, la madre de obscuro manto ha caído en un dulce sopor, rendida y gastada por milenarios cansancios…

Lentamente, todo comienza a cobrar vida a su alrededor, mientras mil rayitos dorados atraviesan la espesura y el niño bueno juega formando multicolores rompecabezas al tocar sus tiernos deditos la verde hierba, las hermosas florecillas, la risueña tierra y los serios árboles, que muy erguidos y circunspectos, observan las travesuras de este rubio pequeñín.

Vacilantes son sus primeros pasos, con sus grandes ojos descubre asombrado las maravillas que lo circundan, los animalitos lo acompañan acariciándole con sus suaves y relucientes lomos, lamiéndole sus tibias manitos en señal de amistad y las avecillas del bosque le corean un hermoso madrigal…

En un apartado rincón, el recio pellín deshace su romántico abrazo con las verdes hojas, para observar su vacilante caminar, la tierra y el aterciopelado follaje le siguen, empinándose por las enredaderas que se proyectan en labios de rojos copihues en un vano intento por alzarse a besar el majestuoso cielo.

Se detiene un instante y mira con especial atención a la laboriosa arañita, que pacientemente recomienza el sempiterno trabajo de reparar su inmortal obra de arte, deslizándose suavemente… como adorando el refulgente arcoiris de su fina tela adornada por amanecidas perlas de rocío que le dejara la madre Noche.

El niño Sol ya robustecido, juguetea alegremente en la cima del infinito azulceleste océano y nos mira sonriente, con cariño, con el amor de un hermano mayor a sus pequeños hermanitos.

A pocas horas de irse a acostar, todavía nos ilumina y nos insta a seguir caminando la huella diaria, a cruzar ríos, montañas y mares en pos de nuestro ansiado horizonte de paz y felicidad…

Al despedirse, nos besa por última vez en la frente, insuflando en nuestros espíritus los más nobles sentimientos de amor, pureza y libertad del universo.

Con la tácita promesa de un volveré, regresa a su áurea alcoba envuelto en rosados y cálidos arreboles, dejándonos a solas, en la intimidad con nuestros eternos grandes amores que siempre comienzan…

Con la sonrisa amable que dejó en nuestros labios, con el corazón renovado de optimismo y henchido de doradas ilusiones, agitamos una vez más el blanco pañuelo de nuestras almas en postrer despedida.

El buen hermano Sol ya se pierde en la lejanía… todavía podemos visualizar sus gigantescos y gloriosos perfiles a través de la filigrana de los inmensos robles que recortan su figura en maravilloso contraluz.

La madre Noche ha despertado y cubre con amor el sueño del niño Sol, lo mece suavemente y le canta una tierna y celestial canción de cuna…


Duérmete mi niño, duerme lindo Sol,
vienen las estrellas , en nombre de Dios,
a velar tu sueño, dorado de luz,
duérmete mi niño… duérmete mi Sol…


Jaime Eduardo Zamorano Ramírez

 

Hermosísima!! Felicidades por esta entrega.
Saludos desde mi orilla marina.

 

He aquí lo que sucede en mi emblemático Cerro Ñielol, querida amiga del hermoso Chilhué....
Un cariñoso saludo.

Jaime Eduardo.