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Nuestra Literatura

Tema en 'Prosa: Filosóficos, existencialistas y/o vitales' comenzado por Orfelunio, 7 de Octubre de 2011. Respuestas: 0 | Visitas: 789

  1. Orfelunio

    Orfelunio Poeta veterano en el portal

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    Verdad es que en las obras escritas a lo largo de la historia, subyace en todas, o en la gran mayoría, las frustraciones, los ideales, las paranoias, las ilusiones y los amores de los autores que las crearon. Cierto es también, que en aquellas que fueron fruto única y exclusivamente de la imaginación, no por ser ficticias son menos reales respecto a la realidad del autor que, en definitiva modela su estructura de acuerdo a la experiencia de su saber, que remodela en ocasiones, con personajes ya creados por otros que le precedieron. Si dijera que tuve una infancia relativamente feliz, y que mi madre me quería como debe querer una madre, y a la que yo le tenía mucho cariño, pero que en ocasiones me miraba con unos ojos de odio, o de una extrañeza impropia de los sentimientos, que podía intuir relativos a cualquier aspecto menos al amor materno, seguramente me dirían que esa historia ya fue contada no una, sino mil veces. Sin embargo, si la experiencia me hace escribir respecto al dicho tema, se produce un hecho de aceptación, no sé si por la forma o contenido, en el cual ya no se tienen en cuenta hechos similares descritos por otros, ya que el escrito lleva el sello inconfundible de la experiencia vivida. ¿Pero cómo sucede eso? ¿Cómo diferenciar un hecho real de otro puramente imaginado? Alguna vez dije:

    “la Maguda ojerosa, quedose triste sin su Gulay… Galanos Tal, vinieron de rosa, fulanos en nombre de Tal, que Tal era el Dios Mirigaña, gigante que nos engaña con un disparate so Tal; y un disparate que es historiado, en algún pueblo será verdad”

    ¿Es este pequeño fragmento realidad, o pura ficción?

    Verdad es que son las dos cosas, como verdad es también que pueden ser ninguna de ellas; porque así como leemos y nos encontramos en ocasiones reflejados en el pensamiento del autor del texto, de igual manera, lo que es inventado, es casi seguro que lo fue con anterioridad por otro, que sin embargo no conocemos; lo que quiere decir, en este caso, que realidad y ficción coinciden y tienen un lugar de encuentro en el pensamiento abstracto de una intención frustrada, en ocasiones por temor y recato; y en otras, en las que se quiere expresar la verdad del asunto sin rodeos, se pierde en lo surreal de la certeza como fuente del agua que sólo bebe quien está aconsejado, y primero depura para asimilar con su propia conclusión las diversas lecturas de un escrito.

    Si Júpiter es gigante, tan gigante será Marte, como Júpiter lo es respecto a… ¿Pero quién es a?

    Si “a” somos nosotros, entonces Júpiter o Marte son gigantes uno respecto a “a”, y el otro respecto (“a”, “b”). Pero si “a” no está definido, resulta que no hay gigante, ya que el gigante somos nosotros, que por nuestra ignorancia así nos definimos sin tener constancia de “b”, y mucho menos de “a”. Así, todos nuestros escritos hablan de nosotros, incluso cuando referimos en la novela, el cuento o el ensayo, personajes, hechos e historias acontecidas o inventadas, que a veces nos recuerdan algo, cuya memoria después intentaremos recuperar, aunque sea de manera inconsciente, en el desarrollo de nuestra literatura.
     
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