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Ojo por ojo.

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Ignacio1971, 19 de Abril de 2018. Respuestas: 0 | Visitas: 296

  1. Ignacio1971

    Ignacio1971 Poeta recién llegado

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    Hombre
    Prologo





    El código de Hammurabi data del 1720 AC. En el figuraba la lex talión




    Multitud de ordenamientos jurídicos se han inspirado en la ley del talión, especialmente en la Edad antigua y en la Edad media. Aunque pudiera parecer una ley primitiva, el espíritu de esta era proporcionar la pena en cuanto al delito, y con ello evitar una respuesta desproporcionada por la venganza. La aplicación de la pena, con barbarie, a lo largo de los siglos, no implica un defecto de la ley, sino un defecto de los aplicadores.





    Ojo por ojo, diente por diente...





    La tarde caía con la tranquilidad que esas cosas pasan, unos niños corren por la plaza mientras Ramiro mira sin ver sus manos, manchadas por la edad, un joven pasa a su lado hablando por celular.

    Es extraño como el paso del tiempo no cambia para nada el fuego que habita en el alma de los jóvenes.



    • No flaco, no vamos a la fiesta esta noche, tengo un par de amigas que nos invitaron a...


      Y su voz se pierde en la distancia, su irreverencia se deja descubrir en la maraña de largos cabellos, a paso rápido cruza la calle y en la esquina un policía lo mira y sonríe.

      Son otros tiempos, piensa Ramiro, con delicada paciencia busca un cigarrillo de su bolsillo izquierdo, hace calor. Y la pegajosa humedad de Buenos Aires le recuerda a sus huesos los años vividos.

      Sobre el firmamento se aproxima una tormenta, no tardara demasiado, piensa el anciano.

      La transpiración se junta sobre el cuero que cubre su ojo vacío, una bandada de palomas surca el cielo, el sonido de una radio, asoma por una ventana, curiosamente una vieja canción de Sui Generis lo transporta años atrás. Y el lugar desaparece ante su único ojo verde.


      Su esposa y su hijo aún siguen vivos, subidos a su viejo auto Unión recorren el camino desde su empleo en el banco y hasta la escuela donde Yolanda es maestra.

      Pero hoy debe dejar a su hijo Alejandro en su trabajo, un cambio de ruta menor que secretamente le encanta.

      Alejandro trata de acomodarse la billetera en sus anchos pantalones, llega tarde a su trabajo y aunque la fábrica está relativamente cerca, parece que no llegaran jamás.

      Yolanda, su esposa le pide que se detenga un segundo.


      -Creo que olvide, mis lentes


      -Apúrate mamá, sabes que no llego y hoy tenemos reunión gremial.
    -Tranquilo Ale, ya vamos a llegar, vos y tus pavadas políticas.

    ¿Hasta cuándo vas a seguir con eso?

    Mira que los tiempos son jodidos, dicen que están llevándose gente en la noche.



    Alejandro sonríe, y en su joven cara la barba es el marco ideal de una sonrisa de dientes blancos.



    -No pasa nada vieja, vos sabes que está todo bien, además el año que viene está el mundial de fútbol y se van a olvidar de todo. ¡Ja ja ja! ¡Viva Perón!



    Ramiro observa esa falsa discusión y no puede entender cómo puede amar tanto a esas dos personas que son la razón de su vida.

    Yolanda trata de parecer enojada sin mucho éxito, adora a ese hijo hermoso que la vida le entrego como premio al amor de su esposo. No puede evitar pensar en los primeros años de su niño. Cuando llegaba sucio y cansado del jardín, mostrando un manoseado dibujo, la cara llena de dulce, y la mirada llena de alegría.



    -Mira mamá, lo hice yo solo.



    Y el orgullo de Yolanda parecía querer salirse del pecho.

    Como un mar, los recuerdos llegan en oleadas, su primera novia, sus amigos de la juventud peronista, el secundario. Las marchas reclamando sus derechos, tantas cosas.

    Llegan a la fábrica y Alejandro baja y les dice adiós levantando su mano.

    En la entrada un grupo de compañeros lo saluda y él se pierde en el tumulto de operarios que ingresan al trabajo.



    -Este pibe.



    Yolanda mira seriamente a su esposo.



    -Tenes que hablar con él, Alicia, la vecina, me dijo que a un amigo de su hijo se lo habían llevado de la universidad.



    Ramiro sin inmutarse dice.



    -Llegamos

    -Hay Ramiro, Ramiro... ¿Cuándo vas a dejar de malcriar a ese muchacho? Tiene 22 años ya.



    Y se baja del auto dándole un rápido beso, sin dejarlo contestar.

    Es hermosa cuando se enoja, piensa y pone en marcha su viejo auto con rumbo al hogar.



    Oscuros nubarrones anuncian la llegada de la lluvia, y frente a la iglesia, Ramiro continua sentado en el banco donde ha estado toda la tarde, una extraña melancolía lo invade, piensa en la vuelta a la casa que alguna vez llamo hogar, la rutina de silencio y soledad. La comida solitaria en el bar de la esquina. Y no puede evitar querer quedarse en ese banco para siempre.

    A su alrededor el mundo sigue girando, ajeno al dolor de aquel hombre solitario.

    Los sonidos de una campana anuncian el comienzo de la misa.

    Los feligreses acuden en tropel a la entrada del templo, unas gotas gruesas apuran los pasos de los más rezagados, un auto se detiene en la puerta y del mismo emergen bulliciosas dos niñas, rubias y hermosas, la que seguro es su madre le dice:



    -Ana, Sofía, no corran.

    -Si mamá, no corremos.



    Dicen casi al unísono las criaturas, Ramiro dibuja una sonrisa en su rostro surcado por los estragos del tiempo. Son tan dulces, tan inocentes, de seres como esos debe estar formado el paraíso, Piensa. Si es que existiera Dios.



    ¿Pero cómo puede existir si permite las atrocidades que suceden en el mundo...?



    La cena transcurría como era costumbre en la vieja casa de Belgrano, sobre la calle Echeverría, desde el interior podía oírse el ruido que los autos producían al ir por los adoquines que recubrían la calzada.

    Suena el teléfono.

    Ramiro observa a su hijo mientras este habla por el aparato. Parece nervioso piensa el banquero, no es normal verlo así, cuelga el teléfono mientras Yolanda acerca una fuente con unas milanesas a la mesa.



    • ¿Qué pasa hijo?


      La pregunta queda cortada en el aire como una sentencia.

      La cara de Alejandro estaba gris, su juventud había desaparecido en un instante, sus labios se abren pero no llega a emitir sonido alguno.

      La puerta de la casa estalla en pedazos y un hombre portando un fusil automático liviano, grita:


    • ¡Al suelo zurdos de mierda!


      La bandeja cae de las manos de la mujer, que paralizada de terror, queda clavada en su lugar pálida como la estatua de sal, en la que se transformó la esposa de Lot.

      Otros hombres con los rostros cubiertos por pasamontañas ingresan a la habitación, toman a Alejandro y uno de los desconocidos le da un terrible culatazo en las costillas, el joven cae de rodillas sin ni siquiera poder gritar, el aire escapa de sus pulmones emitiendo un silbido agudo y anormal.

      Ramiro se levanta sin comprender y es reducido inmediatamente, un par de manos enguantadas lo sujetan y lo arrodillan sin que él pueda siquiera atinar a resistirse.

      Todo se precipita.

      Yolanda sale de su trance y grita:


    • ¡Hijooooo!


      Lo que sucede después es solo una vaga imagen en la memoria de Ramiro, un disparo y su esposa que mira sin comprender la roja rosa que se abre en su pecho.


      -Ra...mir...o


      Y se desploma sin vida.


      -¡¡¡La puta madre, Negro... te fuiste a la mierda!!!



      Le grita un sicario al otro.

      El primero con toda calma dice:


      -Cálmate péndejo, pensé que estaba armada la vieja.


      Alejandro, aprovecha la confusión general, desesperado se suelta de sus captores.


      Mama…mamita!


      Abraza a la mujer que más ha amado hasta ahora y siente como su alma se desgarra, un dolor casi animal lo invade. Desde las entrañas de su ser aflora un grito que no es humano, en el que se mezclan el odio y la pena.


      -¡Hijos de puta!


      Tres hombres se abalanzan sobre Alejandro, este está fuera de sí. Golpea al primero sin siquiera sentir como su puño se quiebra en la mandíbula del agresor, un par de dientes escapan de la boca del esbirro, pero esto da tiempo a que los otros dos caigan sobre el joven.

      Un cuarto atacante, lo golpea con su arma en la cabeza. Alejandro ve una fuerte luz y cae pesadamente al suelo. Es el fin de la refriega.


      Ramiro, aun de rodillas, ve como su hijo es arrastrado por los hombros hacia la calle, en su rostro un hilo de sangre se mezcla con la barba de Alejandro. Un hombre corpulento, se saca el pasamontañas, su cara es extrañamente hermosa, piensa Ramiro, solo una profunda cicatriz sobre su frente está fuera de lugar en ella.

      Una extraña forma de serpiente la recorre, enmarcando, su anguloso rostro.

      Y mirándolo desde unos ojos negros como las fauces del cancerbero, que cuida las puertas del infierno le dice:


      -Tranquilo flaco, lo llevamos para averiguar en que anda, tendrías que fijarte mejor las amistades de tu hijo.

      Zurdos de mierda, mira lo que nos hiciste hacer.



      Mira el cuerpo sin vida de Yolanda



      -¿Y ahora, que hacemos con vos?


      En un imperceptible gesto el hombre frente a él saca una pistola y se la coloca en la frente.

      Ramiro no dice absolutamente nada.

      Solo observa la mirada de hielo del hombre y agacha la cabeza, a su alrededor el resto de la gavilla, destroza todo buscando cosas de valor.



      -¡Vamos, vamos!


      Grita el que parece ser el jefe. Acto seguido se coloca su capucha nuevamente y aprieta el gatillo del arma.

      Un clic seco es el único sonido que se escucha en la noche.


      -¡La puta madre!


      Toma la corredera del arma e intenta destrabarla, sus hombres lo esperan en los vehículos.

      Ramiro sigue mirando al suelo, como si su cuerpo no le perteneciera, como si fuera otro al que le está pasando esto, su pequeño mundo acaba de destruirse en unos segundos. Sabe que la muerte llegara pronto como una bendición.



      -¡Mierda!


      El asesino mete la mano en el bolsillo y extrae un arma más pequeña.


    • Asqueroso zurdo.


      Dice casi en un susurro.

      Ramiro desea que la bala termine con su sufrimiento. Solo puede observar el cadáver de Yolanda, entiende en ese instante que todo ha terminado, mira a su esposa mientras la roja mancha se acrecienta en el piso, no puede entender nada.


      -Mátame hijo de puta, balbucea entre dientes. Mátame por favor…


      Un sordo disparo suena en el aire, Ramiro siente el proyectil golpear su sien como una patada brutal e impiadosa. La luz escapa de su visión y pronto se sumerge en un mundo de oscuridad y pesadilla. Cae de bruces y su sangre se mezcla con la de su esposa, en una sola mancha que parece cubrirlo todo, un fuerte destello, el dolor atroz y de pronto, como un cáncer malsano que todo lo cubre, el silencio.

      Imágenes de ellos juntos se cruzan, el beso robado a la salida del cine en la primera cita. Su casamiento en la pequeña iglesia de la calle Pampa en Belgrano. Su hijo con apenas cinco años diciendo:


      -Papá, gracias.



      Mientras sus manitas tratan de abrir un paquete gigante que grita bicicleta


      Estallidos de luz, y después solo la inmensidad de la nada, rompiendo ese mar de incertidumbre y dolor.

      Un horrible limbo de oscuridad lo invade, pronto una piadosa inconciencia se apodera de él.

      El recuerdo de su despertar en el hospital, es ya una dolorosa nota en el torbellino de su memoria.

      El oficial de policía frente a su cama diciendo que había sido víctima de un asalto y que dé gracias a dios de estar vivo.

      La aparición del cadáver de su hijo en un lúgubre descampado. Con un tiro en la nuca unos días después.

      La pérdida de su ojo derecho.

      La inmensidad de la casa vacía, como un grito silencioso que le desgarra el alma.

      Ramiro se traslada entre sombras, buscando cada día un motivo para seguir.

      Cada día es un tormento y a pesar de que la vida carece de sentido para él, todavía no es el momento de morir, aun no.

      No hasta que el culpable pague lo que hizo.

      El tiempo sigue su marcha.

      Un mundial de futbol trata de ocultar el horror con el circo del deporte. Como un fantasma recorre la ciudad, cruzándose de vez en cuando con algún grupo de fanáticos, que totalmente decorados de celeste y blanco ignoran el calvario que a unas pocas cuadras viven otros con menos suerte que ellos.

      Y así transcurre su vida, lacerada y sin sentido, una guerra perdida, y el final del infierno se suceden ante este mudo testigo.

      La democracia llega como un aire nuevo tras la tormenta, refrescante, limpio.

      Quicas como un alivio también llega el retiro de su trabajo.

      Y cual una herida, que tarda en cicatrizar el dolor se aplaca.


      Y lentamente se vuelve a la realidad.

      A esa plaza,

      A esas niñas.

      Al anciano que sale del lujoso automóvil.

      Ramiro observa casi sin ver al viejo hasta que un detalle llama su atención.

      Su único ojo parece querer salirse de su órbita cuando reconoce la cicatriz.

      La odiada cicatriz con la forma de serpiente. Es el, no hay duda

      Queda clavado en el banco de aquella plaza. Como si un fuego sagrado lo hubiera calcinado, falta el aire y respirar se vuelve una tortura, quiere gritar pero el silencio es lo único que se escapa de su garganta.

      Reconoce entonces los ojos sin brillo de la bestia, el pasado otra vez echo presente, una antesala del hades en la tierra.

      Como un tsunami el infierno regresa de inmediato, arrasando con todo lo bueno que pudiera quedar en el alma de Ramiro, La sangre de Yolanda mesclada con la suya, el dolor, el espanto

      Su único hijo arrastrado por aquellos monstruos rumbo a su muerte, y sabe que nada jamás será igual. Nunca más.


      El anciano ajeno al drama que se suscita a pocos metros de él, saluda con un beso y un abrazo fuerte a sus nietas, se ve en sus gestos que las adora.

      La madre les hace un llamado pero las niñas no sueltan al viejo. Un trueno traspasa el aire y un par de gotas caen sobre el trio.


      -Ana, Sofí. Basta ya jajaja. Dejen al abuelo y vallan a la iglesia.


      Las niñas a regañadientes obedecen al hombre. Que nuevamente se introduce en el auto.

      Ramiro observa como el anciano toca el hombro de su chofer. Y pronto el vehículo es solo un punto distante en el asfalto.

      La lluvia comienza a caer, más fuerte, sobre la ciudad, imperturbable recorre el cuerpo sentado en aquel banco, pasan los minutos. Y un millón de preguntas carcomen al anciano tembloroso.

      Solo recuerda la patente de auto alejándose. Y la terrible sensación de odio que lo invade.

      Al caer la noche, simplemente va a su casa. Un rayo ilumina su cara, solo para mostrar en ella el más profundo de los odios.

      Tras un sueño cargado de pesadillas Ramiro se despierta empapado de un sudor frio y maloliente. A tenido mucho en que pensar y sabe con total seguridad que es tiempo de revancha.


      Lo primero que hace es buscar en el registro de patentes al dueño del automóvil que viera.

      Así por primera vez en décadas tiene un nombre para su venganza

      Marcos Orfebre.

      Sabe que cuenta con el tiempo y los recursos necesarios para no dejar cabos sueltos, un sin número de preguntas lo aqueja.

      Es muy poco dinero el que necesita quien no tiene vida.

      ¿Cómo hacer que el homicida sienta y sufra lo que el sufrió?

      La muerte sencillamente no es justicia.

      Sería un premio más que un castigo.

      No, él debe pagar perdiendo todo aquello que es importante en su vida.

      La imagen angelical de las niñas viene a su memoria como un fugaz recuerdo y entonces lo sabe.

      Le quitaría lo mismo que él le había quitado, lo llevaría al peor de los abismos.

      Maldeciría el día que se cruzo en su camino. No tendría piedad, ya que los muertos no conocen ese sentimiento.

      Pero antes debería saber todo de él,

      Sus debilidades, su historia, todo. Ningún dato debería ser menospreciado. Solo algo era claro. Marcos Orfebre era un Hombre peligroso.


      Ramiro busco pacientemente un investigador privado, a quien le encargo que averiguara todo lo posible sobre el carnicero.

      Una semana más tarde el detective tenía su informe.


    • Puedo decirle que si este hombre es su enemigo mejor salga inmediatamente del país.

      Ex militar sospechado de operar con los grupos de tareas
    • En la dictadura, estuvo en Malvinas a cargo de un batallón en monte London. Una hija, viudo, dos nietas, se retiró del servicio en la década del noventa, libre de culpa y cargo por las leyes de obediencia debida y punto final, le dicen El lobo, posiblemente sea un nombre de guerra, es dueño de una empresa de seguridad, de nombre La Argentina.

    • Estuvo varios años viviendo en el exterior.

      Tiene un buen pasar económico. Todos los jueves juega al golf con sus compañeros de armas en el golf club de Pilar.

      -Tiene un piso sobre avenida libertador llegando a Retiro, amigos influyentes en el poder y los medios

      Se rumorea que sufre una enfermedad terminal y por ello su regreso al país. Lo demás era muy peligroso de preguntar.


      Ramiro no había dicho una sola palabra mientras el investigador le daba el informe. Solo tomo el sobre que le daba con una mano temblosa y del bolsillo de su pantalón extrajo un fajo de billetes que el obeso hombre guardo prolijamente, al tiempo que decía.



      -Mire amigo, no sé qué esta pensando, pero le voy a dar un consejo gratis. No lo intente.


      El anciano respondió con una voz firme.


      -Gracias por el consejo, solo una cosa más Sr Ciuffo

      -Consígame un arma. Puedo pagarle muy bien.


      Con un gesto cansado el voluminoso hombre asintió en silencio, mientras con no poco esfuerzo se subió a su viejo Ford.



      -Estaremos en contacto.


      Fue su despedida.


      Ramiro abandono el bar de la calle Balcarce y se puso a caminar despacio hacia la plaza de mayo, un grupo de ex combatientes protestaban en un carpa, mientras los turistas recorrian la pirámide y le tomaban fotos pisando los pañuelos blancos pintados en su base. Pocos sabrían lo que significaban, y de ellos a muchos menos les importaria, había una figura extraña en el grupo, no parecia un turista, no llevaba cámara y poco a poco se alejó de los damas.

      Ramiro presto atención a su vestimenta, pantalones caqui. Zapatos lustrados, una diminuta estrella de David bordada en el hombro de la chaqueta color arena.

      Se sentó en un banco cerca del enrejado que cubría la casa rosada. Perdido en sus cavilaciones no noto que el joven se perdía entre la gente sin rumbo.

      Al tiempo una mujer se sentó a su lado y le pregunto:


      -¿Sr Mena?
    • Soy yo, Ramiro Mena a sus Órdenes.



      -Soy la licenciada, Gabriela Buldinni, hablamos por teléfono ayer, dígame cuál es su duda, ¿cree conocer el paradero de algún desaparecido?


      Ramiro recordó su llamada a las Abuelas de plaza de mayo, y la cita que hiciera con Gabriela.



      -No se trata de eso señorita, se trata de un represor, un homicida, asesino a toda mi familia en mil novecientos setenta y siete. Lo encontré hace un tiempo de la forma más inocente

      Y realmente no sé qué hacer. Ni a quien recurrir, estoy desesperado.


      La joven vio el temblor en las manos de Ramiro y pudo ver el dolor reflejado como en tantas víctimas antes que él, rodeo al anciano con sus brazos y le dijo


    • -Cálmese.

      -Venga conmigo a la sede de Abuelas hay una base de datos importante que debe ver. Allí tenemos fotos de todos los represores y sus nombres, de la mayoría no conocemos el paradero, pero seguramente podrá ayudarlo. Igual es poco lo que podemos hacer, muchas causas simplemente no prosperan, estos monstruos aún tienen mucho poder, debe saberlo antes de seguir con esto.


      Ramiro la siguió despacio contestando con monosílabos, no dejaría que el chacal escapara a su justo castigo, aunque debiera ser él que impartiera justicia. Llegaron a la sede y mientras esperaba que le acercaran un grueso libro con fotos, observo al final de la sala al joven que viera en la plaza horas antes. Este discutía acaloradamente con un grupo de jóvenes. No se entendía bien lo que decía, pero se veía su enojo.

      Ramiro se acercó a oír mejor.


      -Basta de marchas, Fabián. Ustedes no entienden nada

      Estas mierdas merecen la muerte más dolorosa.

      -Basta de pintar casas con consignas que nadie lee y a nadie le importan, necesitamos acciones de guerra ahora, no volví de Israel solo para perder el tiempo.


      Los azules ojos del joven bailaban como llamas, mientras sus interlocutores trataban de razonar con él.


      -Pablo, estamos en un estado de derecho, nosotros como asociación no podemos más que protestar contra las leyes que consideramos injustas. No podemos tomar la ley en nuestras manos, no somos Dios.


      Fabián, hablaba con la convicción de un técnico, el futuro abogado no podía comprender la violencia de ningún tipo. No era parte de su vida. Pero Pablo era otra cosa. Cuando sus padres desaparecieron tenía solo cinco años de edad, y sus abuelos se exiliaron a Israel, donde el joven comenzó una carrera militar prestigiosa, los años de guerra contra los palestinos lo habían convertido en una máquina de matar, este tipo de habilidades le habían sido de mucha ayuda en su paso por el Mossad, el servicio secreto Israelí. Ahora veinticinco años más tarde. Estaba de regreso en su país, con la única misión de encontrar a los asesinos de su familia. Solo en eso había pensado en los últimos tiempos.


    • No somos Dios.


      Dijo más para sí mismo, como si de repente todo estuviera claro.

      Nadie escucho las palabras que el pronuncio.


      -Entonces seré el ángel de la muerte.


      Y con un gesto dio por terminada la charla, y se dirigió a la salida. Ramiro se interpuso en su camino y le dijo, casi en un susurro.



      -Mi nombre es Ramiro Mena, usted y yo tenemos que hablar.


      Pablo observo al anciano ante él, el parche en el ojo las arrugas en su rostro. El dolor en su mirada, los años de guerra lo habían echo un experto en reconocer esa ligera línea que separa el dolor del odio. Y el hombre que tenía frente a si odiaba profundamente.


      -Tenemos enemigos en común, por favor acompáñeme.


      El anciano caminaba despacio mientras contaba su historia, el joven a su lado asentía en silencio mientras mentalmente repasaba y calculaba un plan de acción, ambos personajes de pronto se sintieron muy cercanos. La charla se extendió hasta bien entrada la noche.

      Marcos Orfebre se disponía a dormir. Había sido un día agitado y ya estaba viejo, pensaba, mientras se colocaba el pijama, desabrocho su Rolex y lo dejo sobre la mesa de mármol junto a su cama, una imagen de la virgen de lujan y otra de el mismo mucho más joven y en uniforme, junto a su familia eran lo único que veía antes de dormir.

      La tos persistente era una tortura constante, el cáncer de pulmón que lo carcomía hacía meses, era peor durante la noche, no había aceptado tratamiento. Era un soldado. Y esta batalla no lo doblegaría.

      Las caras rubicundas de sus nietas eran su único alivio desde el cuadro.

      No lo sabía entonces, pero el lamento de sus victimas estaba a punto de alcanzarlo.


      Ramiro se encontraba a diario con Pablo, ambos sentían admiración por el otro, eran como esos seres a los que el destino se encarga de juntar, simplemente porque así debe ser.

      Poco a poco se fue gestando un plan, entre ellos, todo un conjunto de elementos que completarían la acción. Se analizaron costos, locaciones y logística nada debería quedar al azar. Solo tendrían una oportunidad y deberían aprovecharla.


      Ramiro, se dirigió al banco y luego de retirar una importante cantidad de dinero siguió camino hacia su encuentro con Franco, él era una parte más que importante de todo su plan.

    • La mitad ahora y el resto si me satisface tu trabajo.


      Le dijo el anciano al joven de incipiente calva que tenía frente a sí.

    • Como usted diga, no hare preguntas.


      Franco pensó que había demasiados locos en este país, pero si todos le pagaban así, bueno él no tenía problemas con ellos.

      El anciano salió de la oficina dejando tras de sí un mar de pantallas, discos compactos y tableros llenos de botones.


      Marcos orfebre se dirigía al campo de Golf, era un día radiante y hoy debía jugar con el intendente de la ciudad de Pilar. No podía menos que sentirse satisfecho, por la tarde visitaría a su hija jugaría con Ana y Sofía. Las niñas estaban expectantes ya que les había prometido un regalo, ojala su secretaria allá conseguido las muñecas de Francia que le había encargado. Costaban una fortuna pero él tenía dinero de sobra.

      Al llegar al country club un solicito empleado de seguridad le franqueo la entrada.


      -Buenos días sr Orfebre, el intendente todavía no ha llegado, calculo que no tardara.


      Con un gesto displicente, el anciano asintió, su chofer lo llevo hasta la entrada que daba al vestuario, Marcos despidió al chofer y le dijo que volviera por el en cuanto lo llamara, luego entro al recinto, tenía un casillero en la pared cubierta por mármol de Carrara, con su nombre grabado en letras de oro. El piso de porcelanato brillaba increíblemente, solo otro caballero se encontraba allí. Un joven apuesto, de unos treinta años. El profundo bronceado le dijo a Marcos que no era de aquí, quizás algún extranjero que pasara un dios junto a amigos, Parecía un muchacho agradable.

      De repente los ojos azules del extraño lo encontraron, pudo percibir cierta frialdad en ellos cuando se acercaron a él, estirándole una mano.

    • Hola, me llamo Eduardo Kaplan-


      La mano de Pablo atrapo la del represor el tiempo suficiente para que una aguja en su anillo rasgara su piel mínimamente inyectándole una droga, Marcos apenas sintió un ligero escozor en su dedo al cual no le dio gran importancia.

    • Marcos, como está usted, ¿ha venido a hacer algunos tiros?

    • Nada de eso, dijo el joven, solo algo de turismo, este es un

      Hermoso lugar, digno de un rey.


      Marcos sentia un pequeño mareo, pero nada más, supuso que debería tomar algo, ya que no había desayunado.

    • Realmente lo es, confirmo


      Con estas palabras el joven se despidió y salió presuroso del vestuario, camino despacio hasta la salida del country y al acercarse al guardia le entrego unos documentos, el agente de seguridad, abrió el mismo y tomo los billetes que había dentro.


      -Todo en orden.


      Le dijo a su compañero.



      -Se retira el personal de limpieza.



      Pablo subió a un viejo Ford y se dirigió hacia la ruta al llegar allí, abandono el auto y subió a una ambulancia donde se cambió de ropa, se maquillo con unos bigotes falsos y una peluca.

      Ramiro vestido de enfermero estaba al volante.

    • ¿todo bien?


      Fue la pregunta obligada, Ramiro no podía ocultar sus nervios. La sola idea de encontrarse con el asesino de su familia lo torturaba, lo deseaba y a la vez no. no podía explicarlo.

      Pablo solo asintió, en silencio, esperando expectante, como el cazador tras su presa, el ligero veneno pronto haría su efecto. Y las ruedas del destino comenzarían a girar nuevamente.


      Marcos se puso sus pantalones de golf a cuadros, se sentía casi ridículo, su abdomen antes plano era ahora mucho más voluminoso.

      Se dirigió hacia el campo de juego el intendente no tardaría en llegar pero al salir del vestuario sintió un agudo dolor en el pecho. A su alrededor el mundo comenzó a dar vueltas y pronto todo fue oscuridad.


      La ambulancia llego apenas habían terminado de pedirla, gracias a Dios estaban cerca pensaba el guardia mientras ayudaba a subir el cuerpo de Marcos en la misma, apenas si noto el parche en el ojo del enfermero.


      El anciano despertó sobre una silla atado de pies y manos. Ante él una mesa con un arma descargada y una sola bala, tardo en habituarse a la luz del día que asomaba por los resquicios de una ventana tabicada. En un rincón de la habitación un televisor encendido mostraba una pantalla azul. Quiso gritar pero su boca amordazada con una cinta no se lo permitió.

      Estaba desnudo, el frio del piso hacía temblar sus piernas, un hombre es mucho más vulnerable cuando esta sin ropas.

      Eso lo había descubierto en las largas sesiones de tortura a las que había sometido a sus prisioneros.

      Ahora él era la víctima y no sabía cuál era su enemigo.


      Pasaron unos minutos y una puerta de madera se abrió.

      El joven del vestuario apareció en ella, era más alto de lo que el podía recordar o solo su posición le daba esa sensación.


      -Hola señor Orfebre, espero este disfrutando de nuestra hospitalidad.


      Las manos del joven se dirigieron hacia su boca y de un tirón arrancaron la cinta que las cubría, El anciano no grito aunque el tirón saco parte de su bigote en la cinta.



      -Que quiere, si es dinero, puedo pagarle lo que usted pida.


      Pablo lo miro como quien mira algo que quedara bajo su zapato y una profunda bofetada cruzo la cara del reo.

      Esta vez el anciano no pudo evitar un grito ahogado.

    • Solo quiero presentarle a alguien, lo conoció hace mucho y quería saludarlo.


      Ramiro entro en ese momento, miro con su único ojo al asesino de su familia y simplemente se puso a llorar. Marcos no reconoció al hombre frente a él. La cara cansada y el parche en el ojo carecían de sentido, seguro sería un error,

    • No lo conozco ustedes me confunden.


      Las lágrimas de Ramiro se secan en el mismo momento en que salen de sus ojos.


      -Supongo que ya me has olvidado, te lo recordare, hace años vos y tu manada de animales entraron en mi casa, mataron a mi esposa y se llevaron a mi hijo. Vos mismo me regalaste este recuerdo.


      Marcos hizo un esfuerzo por recordar, habían sido tantos, como si una tormenta dejara paso a la luz, la escena empezó a llenar su cerebro.

      Pero él lo había matado, estaba seguro de eso, una de las primeras reglas que aprendió en el servicio era, jamás dejes vivo un enemigo a tus espaldas, recordó como se llevaron al hijo de ese hombre y las largas sesiones de tortura que el mismo le administro, era un pobre diablo, no sabía nada importante pero el procedimiento era igual para todos, no se dejan cabos sueltos en este negocio.


      -Cumplíamos órdenes, tu hijo era un enemigo del estado.


      Ramiro lo miro tratando de entender aquellas palabras, ¿Su hijo enemigo del estado? Nada podía ser más ridículo.


      -Mi esposa, mi hijo, santo Dios ¿Cuántas familias has destruido?


      Marcos no tenía miedo, él y la muerte eran viejos conocidos, solo le resultaba extraño que todo terminara así, sabía que no había salida de este dilema, pensó en el cáncer que devoraba sus pulmones y sonrió, estos animales no habían conseguido nada, mentalmente se empezó a preparar para la sesión de tortura que seguramente vendría. No importaba lo que hicieran, era un hombre débil, no duraría mucho.


      -Hagan lo que quieran, no me arrepiento de nada, ustedes me deben la libertad con la que viven ahora, fue una guerra y en toda guerra hay “daños colaterales”


      Las palabras salían de su boca como una justificación más para él, que para los demás.

    • Pronto entenderás lo que yo sufrí, sabrás la desesperación y la impotencia de perder lo que se ama, te juro que ni en tus más profundas pesadillas experimentaste lo que hoy vivirás.



      Marcos sintió un escalofrió recorrer su cuerpo, no por las palabras de aquel hombre, sino por la furia de su mirada. No había nada en ella, solo un mar insoldablemente verde, en un rincón Pablo, simplemente observaba su arma, tomo un control remoto de una mesa, y mirando hacia la pantalla del televisor oprimió play.


      La imagen de dos niñas preciosas se dibujó inmediatamente en la pantalla, las niñas caminaban despacio junto a su madre. Se veía

      Que la película había sido tomada desde un auto. El video no tenía audio pero Marcos reconoció inmediatamente a su hija y sus nietas.


      -No… no pueden, ellas son inocentes, ellas no le hicieron nada por favor déjelas afuera de esto.


      Marcos temblaba profusamente trato inútilmente de liberarse de sus ataduras, sintió como las cuerdas se enterraban en sus muñecas, un hilo de sangre recorrió las mismas. Cuando vio por la pantalla el auto detenerse enfrente de su familia y descender a Pablo que arma en mano obligaba a las niñas y su madre a entrar al auto.

      Los gritos mudos de las niñas fueron ahogados por una cinta. La madre intento impedirlo y un fuerte golpe con la culata de un arma abrió un profundo surco en su rostro.

      La pantalla quedo a oscuras.

    • Nos divertimos mucho con ese trio.


      Fueron las palabras tiradas al aire, con displicencia por Pablo.


      -Por favor, son todo lo que tengo, no les hagan daño voy a darles todo lo que me pidan, por favor, tengan piedad. Mátenme pero no dañen a mi familia, se los suplico.


      Nada quedaba del otrora amo de la vida y de la muerte. Una arcada y el olor del vomito inundo la habitación, Ramiro miraba horrorizado la nada. Por un segundo dudo, pero solo fue el momento que tardo en recordar a su hijo y esposas muertos, solo por ese instante fue débil.


      -No todavía, hijo de puta, no va a ser tan fácil.


      Dijo Pablo mientras nuevamente la pantalla se encendía.

      La madre y las dos niñas estaban de frente a la cámara. En sus caras los rastros de la violencia recibida se mesclaban con el horror, en sus ojos.

      La madre tenía un profundo corte en la mejilla, se podía leer en sus labios las palabras: Por favor.

      Pablo ingreso en la escena cubriéndole a cada una la cabeza con una capucha. Extrajo su arma y cargo una bala en la recamara. Luego simplemente apoyo el caño de la pistola en la cabeza de una de las niñas que se movía sin control tratando de librarse de sus ataduras. El mudo grito del disparo traspaso la pantalla.

      La masa encefálica de la niña dio contra una pared. Y salpico además los cuerpos de su madre y hermana.


      Marcos sintió que su alma se desgarraba en mil pedazos al tiempo que el despojo amado y ya sin vida caía aparatosamente al piso.

      La niña restante no pudo controlar su cuerpo y un hilo de orina se escurrió entre sus piernas.


      Sin que su cara reflejaba ningún sentimiento, Pablo repitió la operación dos veces más. Luego simplemente salió de la habitación tras lo cual la cámara dio un paneo sobre los cuerpos sin vida y se apagó.


      No había habido un primer plano en toda la escena.


      Marcos era un desecho humano sobre la silla.

      Solo balbuceaban incoherencias mientras la saliva escapaba de su boca, Ramiro miro al odiado enemigo y sin más solo le ofreció la pistola sobre la mesa.

    • Nunca estaremos a mano, pero al menos ahora sabrás lo que yo sufrí.


      Pablo cortó las ataduras del hombre que cayó al piso como una triste marioneta a la que le han cortado los comandos.

      Luego, sin más, ambos salieron de la habitación. En el suelo Marcos no podía soportar tanto dolor, el aire le faltaba del pecho, solo podía ver la imagen repetida en su mente, la muerte de su familia. Se levantó despacio y se acercó a la mesa frente a él, con una mano tomo el arma y cargo la única bala.


      Ramiro y Pablo se dirigían al muelle. Una lancha de pasajeros dejaba estelas en el agua marrón, sabían que tenían al menos tres horas de viaje hasta la ciudad más próxima.

      Un sordo disparo se escuchó desde la casa. Ni Ramiro ni Pablo dirigieron la vista atrás. Ya vendrían mañana a limpiar todo y perder el cadáver, el rio cómplice e inmemorial siguió su curso.


      Franco conto su dinero, todo estaba correcto, sintió la tentación de preguntarle a aquel hombre porque quería un video así, recordaba que solo había tenido unas fotos como base para encontrar a las actrices, las niñas fueron fáciles la madre un poco más difícil, pero tenía varias para el casting, luego solo tuvo que trabajar en su computadora hasta hacer la escena que le habían pedido creíble. El secuestro y muerte virtual de una familia. Como dijera antes, el mundo estaba más loco que nunca.


      Pablo saludo a su amigo en el aeropuerto. Ramiro tomo al joven y no pudo evitar darle un fuerte abrazo.

    • Gracias por todo-


      Le dijo.


      -No sé qué hubiera hecho sin vos.


      Pablo lo miro desde sus profundos ojos color cielo y midiendo sus palabras le dijo.

    • Ramiro, tu guerra ya termino, es hora de dejar los fantasmas y seguir viviendo, yo aún no concluí la mía, pero fue bueno ayudarte, quizás algún día encuentre también a los asesinos de mi familia. Pero no será ahora.


      Con un apretón de manos y estas palabras termino la charla.


    • Hasta siempre amigo, y muchas gracias por todo, mi casa siempre será tu casa.


      Una lágrima corrió por el rabillo del ojo del anciano.

    • Shalom.


      Dijo Pablo con una sonrisa perfecta, mientras se alejaba hacia el avión que partiría con rumbo a Israel en minutos.


      El sol no parecía poder calentar la cabaña frente al mar, Ramiro fumaba un cigarrillo sentado en un viejo sillón de mimbre, en su mano un libro llamado “pura venganza” era leído por décima vez.

      Una ola rompió estruendosamente contra la costa. Ramiro observo la tarde caer sobre el horizonte.

      Había alquilado esa casa porque allí pasaban los veranos con Yolanda, cuando eran dos jóvenes llenos de promesas.

      Una bandada de gaviotas parecía querer matarse en el agua en cada zambullida.

      Soplaba un viento sur, que movía los botes anclados, como un lamento a lo lejos se escuchó el silbato de un tren.

      Una profunda paz, se apodero del Ramiro.

      Despacio el anciano se levantó y camino por la playa, hacia el mar...Era hora del rencuentro. Fin.
     
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