1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

Orfeo y Eurídice.- Una tragedia mesetaria

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por Pessoa, 7 de Abril de 2019. Respuestas: 1 | Visitas: 314

  1. Pessoa

    Pessoa Moderador Foros Surrealistas. Miembro del Equipo Moderadores

    Se incorporó:
    14 de Octubre de 2012
    Mensajes:
    4.925
    Me gusta recibidos:
    5.615
    Sin que en su momento tuviese mayor repercusión mediática, una nueva edición de la famosa tragedia griega tuvo su actualización en las áridas y austeras tierras de la meseta ibérica, en la que las pasiones, la sangre y un cierto sentido de la influencia del "fatum" en el devenir de los hechos parecen concitar la fatalidad en sus personajes. Así Orfeo (Orphée de los Santos) y Eurídice (Dizzi, es decir, Eurídice Glorificación Martínez) dieron trágica vida a una versión de la que en un día, ya muy antiguo, dieron Orfeo, el pastor, y Eurídice, su amada.

    Orphée de Todos los Santos guardó cuidadosamente su clarinete, un precioso instrumento de ébano con mecanismos e incrustaciones de plata, dentro de la caja forrada de terciopelo rojo. El concierto, como siempre, había sido un clamoroso éxito. Parecía mentira que sus interpretaciones de aquellas sencillas melodías populares, rústicas y pastoriles, que había aprendido en su niñez con el simple caramillo que perteneció a su padre, llevasen al público a aquellas manifestaciones extremas, casi delirantes, de sus sentimientos de alegría o a nostalgias de la felicidad perdida. Orphée era verdaderamente un mago del clarinete. Un mago sin estridencias ni repercusiones internacionales, pero que sabía captar a sus audiencias, gentes sencillas, envolviéndolas con la seducción de sus baladas.

    Un éxito clamoroso a pesar de las negras premoniciones que se cernieron sobre él antes del concierto. Un mensaje SMS y un dramático silencio. Un mensaje en el móvil enviado por su adorada Dizzi, Eurídice Glorificación Martínez, la hija predilecta del cacique de aquellas tierras de profundos y cerriles atavismos. El mensaje decía: “T qiero desperadamente. Desperadamente comprendo q soy una carga en t vida. M voy qeriéndote a tope. T dejo libre. Se feliz. Dizzi.” Después el silencio. Sus continuas llamadas telefónicas no obtuvieron respuestas. El mensaje, bastante melodramático, era muy propio de la manera de expresarse de Dizzi, un ser elemental, de una belleza sorprendente y pura, pero con quien no conseguía esa superior empatía que él, como artista, necesitaba de su compañera. No obstante la quería apasionadamente, conforme requería su espíritu de artista.

    Él, guapo mocetón, portugués de nacimiento, cautivaba a las mujeres con su presencia y con su música. Dizzi fue de las primeras en sucumbir a aquella seducción. Y él la quería. La sola posibilidad de perderla le aterrorizaba; pero estaba la música, su música y el encanto que ejercía sobre el público femenino. Era una muy dura disyuntiva que, afortunadamente, no ensombreció la brillantez de su último concierto. Porque tal vez aquel habría que ser el último: decididamente tenía que recuperar a Dizzi. Aquel mensaje y aquel silencio había removido los estratos más profundos de aquel amor que él desconocía en su verdadera intensidad.

    Salió del local lo más discretamente que pudo y desapareció en la oscuridad de las callejuelas, hacia el coche que tenía aparcado junto a las eras. Ni siquiera se despidió de sus compañeros de la banda. Después, ya más tranquilo, los llamaría y les explicaría.

    Orphée llegó de madrugada a la hacienda donde se había refugiado Dizzi, con sus padres. Como solía hacer antes de conseguirla como amante comenzó a tañer el clarinete en el patio delantero de la casa. ¡Qué deleite de música! Los perros callaron, el piar de los gorriones bajó su diapasón y la natural tranquilidad de aquellos campos se transformó en la paz elísea de los dioses. Pronto aparecieron sus suegros, apaciguados de sus previsibles iras. Detrás Dizzi, vestida con una leve camisola y sus gráciles formas sugiriendo pasiones. Orphée utilizó todos sus encantos y recursos extramusicales para convencer a la muchacha y a sus padres que aquella vida bohemia, insegura y aventurera había terminado. Con la influencia de su suegro conseguiría un puesto de trabajo en el Ayuntamiento del pueblo y, además, podría ayudarlo en las labores del campo. A Dizzi no fue difícil convencerla.

    Aquella noche volvieron a la ciudad. Él debía poner orden en sus cosas y despedirse de los amigos. Ella dormía plácidamente a su lado; sus bellos pechos alzaban rítmicamente, con la tranquila respiración, la liviana blusa que la cubría. De repente un súbito fulgor, un resplandor cegador: “Cabrón, pon las luces de cruce” gritó él mientras un volantazo lo arrojaba fuera de la carretera.

    Cuando despertó le pareció encontrarse en la antesala de ese lugar donde dicen que van las almas de los que mueren felices. Una blancura deslumbrante, tubos de metal brillante, sábanas impolutas: todo le hacía pensar en esa gloria que nunca consiguió materializar en su imaginación.

    Bruscamente recordó sus últimos instantes de consciencia: el terrible accidente, el deslumbramiento por aquellos faros asesinos y el rodar por la pendiente rocosa. ¡Dizzi, su Dizzi! No podía articular palabra; unos tubos en su garganta se lo impedían. A través de su mirada aún brumosa entrevió a los padres de Dizzi y a sus dos hermanas. Sus expresiones eran terribles, oscuras, siniestras. Intuyó que su amada compañera había muerto y que aquellos seres de vertical rigidez y semblantes rencorosos le atribuían a él la muerte de aquel ser tan querido. Pronto pudo comprobarlo. A los pocos días recibió el alta médica; sorprendentemente sus suegros le pidieron que, hasta que decidiese qué hacer con su vida, les acompañase en el cortijo. Allí podría terminar de recuperarse. En aquellas plácidas serranías meditaría mejor acerca de su futuro.

    La muerte de Dizzi sumió al músico en una terrible depresión; apenas hablaba; nunca volvió a tocar el clarinete y lloraba silenciosamente por entre los riscos y los alcornoques. Aunque su suegro lo atribuía todo a la naturaleza bohemia y perezosa del muchacho. En el bar del pueblo se tramó secretamente el inicuo plan de la venganza. Corrió la voz que el desdichado músico había vuelto a la ciudad, incapaz de soportar los recuerdos que aquellas tierras le traían de su amada Dizzi; otros atribuyeron su regreso a aquello de que “la cabra tira al monte” y que a él lo que le iba era la marcha ciudadana, con sus conciertos y sus mujeres. Pero la verdad de la historia, la que nunca se supo, como sucede con tantas verdades, es que en uno de sus melancólicos paseos, Orphée fue asesinado y su cadáver arrojado a la “Cueva de la Mora”, esa cueva inaccesible que existe en tantos lugares de España. De hecho también se dice que desde que el músico desapareció se oyen, algunas noches especialmente luminosas, llenas de aromas silvestres y proclives a la pasión, tristes melodías desde la lúgubre cueva. Cosas de este país.

    [​IMG]
    Ilust.: Orfeo y Eurídice.Pintura de Emily Balivet. 2012
     
    #1
    Última modificación: 7 de Abril de 2019
    A MARIANNE le gusta esto.
  2. MARIANNE

    MARIANNE MARIAN GONZALES - CORAZÓN DE LOBA

    Se incorporó:
    29 de Julio de 2009
    Mensajes:
    43.939
    Me gusta recibidos:
    20.167
    Más que tragedia me parece reflexión, grato leerte
     
    #2

Comparte esta página