Otro invierno que me dejó

El rugir de los pinos, fieles vientos,
y en la charca el llorar
de los juncos altivos, con lamentos
tan dulces al mirar.
Otra vez, un invierno se me muere,
¡ay, burda soledad!;
Otra vez, un invierno que no quiere
amarme de verdad.

Bajo el almendro olor a miel de invierno,​

y echamos a volar;
Bajo las ropas corazón, tan tierno
que tiembla por amar.

Cubrirán bellos pámpanos la historia​

que tanto y tanto amé;
Y se van las mañanas y la gloria
que un día desnudé.
Con las nieblas se van secretos, callan;
Con el atardecer
del invierno las mieles le batallan,
su destino es vencer.
Cantarán las chicharras sin ni verlas
ni escucharlas, vigor
del verano cainita , toscas perlas
del ácido verdor.
Ya no rugen los pinos, ya no lloran
esos juncos, ni corta el viento fiel,
el verano se impone a quienes moran,
y oscurece la piel.

 

Un bello reconocimiento a esa estación que suele ser poco amada. Me gustado el poema, enmarcado en tu estilo de visitar al mundo natural en forma poética. Te dejo un gran saludo cordial.
Gus

 

Gracias Gus, por pasarte y por tus comentarios, siempre demasiado generosos.
A mi me gustan las cuatro estaciones, pero pisar el campo en una mañana invernal, con el crujir de la escarcha, los olore, sus nieblas...uff, me encanta. Y si es con un halcón o un azor en mi puño, y verlos abrirse paso contra los elementos, entonces ya es perfecto para mi enfermiza alma, jejejs.
Saludos, amigo.