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PAPELES PERDIDOS "MI SUEGRA Y YO"

Tema en 'Prosa: Generales' comenzado por poe_chris, 26 de Octubre de 2005. Respuestas: 1 | Visitas: 11640

  1. poe_chris

    poe_chris Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    19 de Septiembre de 2005
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    La madre de mis hijas me preguntó con una sonrisa:
    -¿Viajas mañana a Miami?
    -Sí -respondí.
    -¿En qué vuelo?
    -En el de la mañana.
    Ella soltó una risotada y anunció:
    -Vas con mi mamá.
    -¡No puede ser! -dije.
    -Sí -dijo ella, riéndose-.Viajan juntos.
    De inmediato llamé a la línea aérea y pedí que me pasaran a otro vuelo, pero me dijeron que no había otros vuelos a Miami ese día y yo no podía posponer mi partida un día más.
    -¿Estás segura de que tu mamá y yo viajamos en el mismo vuelo? -le pregunté a la madre de mis hijas.
    -Segurísima -dijo ella.
    -¿Sabes si va en ejecutiva?
    -Sí. Ya se lo pregunté.
    -¡Maldición! ¡Qué mala suerte!
    Tenía terror de encontrarme con mi suegra porque cuando publiqué mi última novela se enfureció conmigo, me acusó de dejarla como una arpía y me echó a gritos de su casa. Desde entonces no la había visto y tampoco estaba ansioso por verla.
    Esa noche no pude dormir. Salté de la cama muy temprano, me vestí deprisa, me despedí de mis hijas y de la madre de mis hijas y corrí al aeropuerto con la esperanza de que la madre de la madre de mis hijas llegara tarde y perdiera el vuelo y no ocurriera el previsible desmadre.
    Llegando al counter de la aerolínea, le rogué a la señorita uniformada que me sentase muy lejos de mi suegra, tan lejos como fuese posible. Le expliqué que esa señora no me veía con simpatía y que por eso tenía miedo de que nuestro encuentro en el avión fuese algo tenso y violento. Ella se rió, me prometió que la sentaría lejos de mí y dijo:
    -Ay, Jaimito, tú siempre metiéndote en problemas.
    Pasé los controles de inmigración tan inquieto y paranoico que un policía me detuvo.
    -¿Por qué estás tan nervioso, Jaimito? -me preguntó.
    -Porque voy a viajar con mi suegra -le dije.
    El tipo se rió, pero no era una broma.
    Luego me refugié en el club ejecutivo, no sin antes rogarle a la recepcionista que si mi suegra llegaba, por favor me avisara antes de hacerla entrar al club, para darme tiempo de correr a esconderme en el baño. Ella se rió, pero no era una broma.
    Apenas nos llamaron a abordar, le pedí a la recepcionista que me avisara cuando todos los pasajeros hubiesen subido al avión. Quería ser el último en abordar, pues tenía la ilusión de que mi suegra estuviese atrás, en económica.
    Quince minutos más tarde, me dijeron que si no corría a la puerta del embarque, perdería el vuelo.
    Entré temblando al avión y apenas eché una mirada vacilante, la vi: allí estaba ella, regia, guapísima, esplendorosa, burlándose del paso de los años, hojeando una revista frívola, bebiendo champagne, esperándome con una sonrisa.
    La saludé y me hundí en mi asiento, no tan lejos de ella. Sólo tres filas nos separaban.
    Cuando despegó el avión y autorizaron a desabrocharse los cinturones, mi suegra vino a sentarse a mi lado.
    Entonces esperé a que me gritase, me dijese cosas insidiosas, me recordase cuánto lamentaba que me hubiese enamorado de su hija, cuánto detestaba mis libros, cuánto me odiaba.
    Pero ella sonrió, leve y espléndida, y dijo:
    -Ese corte de pelo te queda fatal.
    Quedé demudado. Ella continuó:
    -No puedes tener el cerquillo tan largo, te da un aire demasiado nerd.
    Asentí en silencio.
    -Te conviene cortarte el cerquillo y esas olitas de atrás que ya no se usan, parecen de futbolista, de actor de telenovelas.
    -Gracias -dije, tímidamente.
    -Otra cosa -prosiguió-. Tienes un remolino atrás, no puedes cortarte el pelo así, porque se te nota mucho el remolino, tienes que cortártelo con ondulaciones para que caiga más parejo, más ordenado, sino parece que tuvieras un gallinero en la cabeza.
    -Lo voy a tener en cuenta -dije.
    Se hizo un silencio. Si supiera que mi último corte de pelo fue en Washington con una francesa que me cobró una fortuna, pensé.
    -Hace tiempo que necesito decirte algo -dijo ella, mirándome con una intensidad abrasadora.
    Imaginé entonces que me diría las cosas más terribles.
    -No puedes seguir así -dijo, tomándome del brazo con compasión.
    Esperé a que me dijera que debía ir al siquiatra, que estaba enfermo, que no podía seguir escribiendo esa clase de libros.
    -No soporto verte así -añadió, conmovida-. Tienes que cambiar. Seguí escuchando manso, sumiso.
    -Tienes que blanquearte los dientes, por el amor de Dios -dijo ella.
    Quedé pasmado.
    -Es un sufrimiento atroz verte así, con los dientes amarillentos -añadió, y me obligó a sonreír y enseñarle los dientes, y ella se replegó en una mueca de disgusto o repugnancia-. Tú que sales tanto en los reportajes y que siempre estás sonriendo, tienes que tener una sonrisa perfecta, no puedes tener esos dientes amarillentos de viejo fumador.
    -Mil gracias por el consejo -dije.
    -De nada -dijo ella.
    Luego pasó sus manos por mi pelo, revolviéndolo, acomodándolo a su gusto, echándolo hacia atrás, procurando que cayese con la ondulación adecuada, y dijo:
    -¿Ves? Así, con una olita, se ve mucho mejor.
    A continuación añadió:
    -Tienes el pelo demasiado grasoso.
    -Es que no me lo he lavado esta mañana -confesé.
    -Qué horror -dijo ella-. Debes lavártelo todos los días.
    Enseguida pasó su mano por mi quijada y por la bolsa de piel que colgaba debajo de ella y, palpándola, sopesándola, dijo:
    -Tienes demasiada papada. Esto sí que es serio.
    -Bueno, sí, he engordado un poco -admití.
    -No puedes andar con esta papada de pavo real, es una vergüenza -dijo, sin dejar de tocarme suavemente-. Tienes que dejar de comer queso brie. Tu perdición es el queso. Basta de quesos. Y nada de chocolates. Toda esa grasa se te va aquí, a la papada.
    -Buen consejo -dije.
    -¿Tienes una hoja de afeitar? -me preguntó.
    -Sí -dije-. En mi carry on.
    -Dámela, por favor. La necesito.
    Me puse de pie, abrí mi maletín, saqué la hojita descartable y se la di.
    -Cierra los ojos -dijo ella.
    Pensé que me cortaría la cara o trataría de degollarme. El momento tan temido había llegado: mi suegra vengaría con esa hoja de afeitar todos los disgustos que le había causado. Cerré los ojos y esperé la venganza. Pero ella, delicadamente, empezó a afeitarme los pelitos entre las cejas.
    -Pareces el hombre lobo -dijo, y sentí sus manos suaves alisando mis cejas.
    Luego añadió:
    -No te muevas, que voy a tratar de afeitarte los pelitos de la nariz.
    Recién entonces comprendí que sólo una mujer tan loca y adorable podía tener a una hija tan loca y adorable como la mujer de la que enamoré para siempre. Y la quise en silencio.

    POR : Jaime Bayly(escritor y novelista peruano)


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  2. MP

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    Me ha gustado esta historia. BIENVENIDO A MUNDOPOESIA, igual que has hecho en este relato recuerda siempre poner al autor de lo que publiques. Gracias.
     
    #2

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