Paseo matinal

Aún es demasiado temprano para discutir ese tipo de cuestiones, ¿No cree?.
Y cierto es que aunque la bruma había dejado paso a la claridad, su cuerpo aún no se había calentado lo suficiente como para abandonar su pared favorita.

Se encontraba embobado observando la esquina inferior del apartamento. Un punto concreto ensombrecido, que conseguía aislar cualquier estímulo fuera de esa caverna.
Los minutos debieron de pasar lentos; como horas e incluso años. Sólo dentro de la caverna se oía el afilar constante de un lapicero.
El cosquilleo repentino en la palma de su mano le hizo romper el trance somnoliento en el que se hallaba inmerso y saltó con los dos pies por delante al centro de la estancia.
Sin más demora, deslizó el viejo cerrojo de la ventana y la abrió suavemente. Cómo imaginaba, allí se encontraba el portero; un hombre demasiado viejo como para atender las necesidades de toda una comunidad. Nuestro inquilino saludó cordialmente al veterano y esperó a que este se acercase. Una vez allí, fue extendida la palma de la mano mostrando el contenido viscoso de ésta. El anciano le miró por unos segundos directamente a los ojos. Su expresión era muy particular, mezcla de agradecimiento y cansancio, cómo la mirada del agricultor tras observar los campos en una tarde de trabajo. Tras esos segundos, se acercó sigilosa y pesadamente a la mano, para lamer y sorber suavemente su contenido.
En ese momento tomó las tijeras y comenzó a cortar las uñas del portero. Realizó los cortes de forma muy meticulosa, seleccionando las ramas más largas y secas, teniendo especial cuidado con los tallos aún tiernos.

Tras vestirse y tomar un poco de café en el bar del hospedaje, decidió dar un paseo y así tomar aire fresco. No sin antes preguntar a la cocinera por el menú que ofrecían a la hora del almuerzo.
Escogió entonces la senda del comedor bajando las escaleras que se hallaban al lado de la vieja estantería repleta de libros mohosos sobre derecho romano.
Mientras se dejaba caer suavemente peldaño tras peldaño, agradecido por el hecho de que alguien hubiese tenido el detalle de encender todas y cada una de las antorchas situadas en la pared, se entretenía pensando en la siguiente jugada maestra que conseguiría poner en jaque al rey de su compañero de habitación en una de sus partidas tras la cena.
Al llegar al final del piso cuarto, abrió el portón y se alejó del hostal.
La bruma no se había despejado del todo en ésa altura pero estaba lo suficientemente baja como para poder ver los jardines de flores. Una de ellas llamó su atención por encima de las otras gracias a sus colores y a su tamaño. Se acercó a ella y descubrió que, efectivamente, sus muelas estaban ya bien crecidas; tal y como si se tratase de un ejemplar adulto.
Caminó siguiendo la calle principal que daba a la iglesia y continuo hasta que el apetito le alertó. El almuerzo estará casi listo a mí llegada, pensó. De modo que decidió tomar un atajo por la calle de las cuadras. El olor a estiércol y romero era característico en esa ruta, además de la placenta derramada próxima a las enormes y herrumbrosas puertas.

-En las calles de esta ciudad nunca habita persona alguna, todos parecen estar destinados a algún trabajo u obligación más allá de sus muros.

 

Excelente narración, me gustó el desarrollo de la historia y
las imágenes que empleas. Gracias por compartirla. Besitos
apretados en tus mejillas.

 

Muchas gracias Anamer.