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Pequeño ejercico vocálico Parte I A

Tema en 'Prosa: Surrealistas' comenzado por Asklepios, 31 de Diciembre de 2021. Respuestas: 1 | Visitas: 328

  1. Asklepios

    Asklepios Digamos que a tientas

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    Las abatidas aberturas abiertas por el abonado abucheo acabaron por acentuar el temido acierto acostumbrado de los acusados. Adaptó la más adecuada y adictiva adoración, desde siempre tan adusta y, a la vez, tan afable, con la que intentó afear sus afinadas afonías con las que pretendían afuciar y agasajar a los agentes agitanados que ya estaban agotados tras aguantar tantas y tantas ajadas situaciones ajenas a cuando los uniformes acababan ajironados mientras ajoraban al personal para que arreglaran y ajustaran en lo posible sus trajes.

    Todo esto y más, es lo que se solía comentar en la alameda por gente algo alejada de los alientos alojados en mentes un tanto alucinadas por amantes americanos que solían pasear por allí aminorando sus pasos, tanto que a veces, se llegaban a amontonar como queriendo amueblar sus huellas. Hubo algunos que, incluso, se dedicaron a analizar toda esta estupidez creyéndose ser más que los demás, aunque sólo conseguían anestesiar sus vidas. Cierto que, a veces, conseguían animar algunas tardes que, habitualmente no pasaban de anodinas y que, siempre solían ser anunciadas de antemano.

    Añadas añejas de ciertos caldos se solían repartir entre los aniñados jóvenes para ver cómo, después de beberlos, no paraban de añorar a sus primeros amores mientras añudaban sus pañuelos como señal de no querer olvidarlos.

    A veces aparecían apetecibles aromas que se apilaban en el aire, con los que las gentes del lugar solían jugar dándoles apodos varios y de lo más estrambótico, no sin apurar el ingenio para destacar la originalidad de cada uno sobre la del resto. Baste como ejemplo ese adjudicar “Arabia” al perfume tórrido que se desprendía de las arenas áridas y que, algunas veces, llegaban desde las lejanas playas que decoraban el litoral que nunca nadie había visto y todos se habían imaginado tan lleno de aromas que nunca dejaron de aruñar sus sensibilidades.

    Por otro lado, siempre resulta conveniente apartar los apestosos restos que se apilaban con el tiempo detrás de los aposentos destinados a los turistas que, cada verano, apuraban allí sus vacaciones. Arañas, arenques, arillos de plástico y desperdicios varios como los que por allí estaban desperdigados se han encontrado representados en más de un aroca,-esos famosos lienzos portugueses-, y que en más de una ocasión se han encontrado en árulas de desconocido origen, suceso que siempre asaltó su curiosidad. Lo puedo asegurar. Asistir a un hallazgo de esta importancia, a esas alturas le hubiese asombrado en un grado que difícilmente hoy podría asumir aunque son muchos los atardeceres en los que se lo imaginó como algo posible, atendiendo a las infinitas posibilidades que ofrece el mundo real. Soy consciente de que todo esto, es normal que tal suposición resulte atípica para cualquiera pero, a riesgo de quedar su mente atolón-drada y aturdida siempre apostó por avalar tales pensamientos con su comportamiento que jamás permitió que se acercara lo más mínimo al averno,- ese que todos tenemos dentro-. Supongo que tendría una peculiar forma de avisarse a sí mismo ante la que me he visto avocado a asumir su desconocimiento por siempre.

    No muy lejos de la zona que solía ser ocupada por los turistas uno se podía acercar, dando un pequeño paseo, a unas pequeñas parcelas separadas por vallas, levantadas con piedras que los dueños recogieron en su día de las orillas del río y ataban entre sí. En ellas, unos cuidaban su pequeña huerta y otros sus árboles frutales. En una de estas últimas, avalada por el alcalde,-dato que averigüó no sin problemas-, llamaban la atención unos perales que nadie,- le avisaron-, solía plantar por estar avocados a cierta natural derrota, llamados avugueros, de fruto pequeño y de sabor desagradable. De tal descubrimiento no pudo por menos que tomar buena nota. Y mientras esto hacía y seguía paseando, se cruzó con un hombre con el que conversó brevemente. Resultó ser uno de tantos turistas, un vitoriano, ayalés para más señas, que compartió su enfado al ver como estaban dejando ayermar algunos terrenos claramente fértiles y muy ricos que podían sembrar ayotes, que se suelen dar muy bien… Aquí preguntó por los ayotes, al no saber a qué se refería. El hombre llamaba así a lo que por aquí denominamos calabazas pero que, el pasar muchos años en Hispanoamérica, de vez en cuando se le escapaban vocablos de ultramar aunque confiaba que el pasar del tiempo le ayudaría a recuperar palabras más “ibéricas”, como las llamaba. Estuvieron un buen rato conversando de las cosas más peregrinas y, de repente, no sabiendo porqué, recordó vagamente algo que le comentó de su vuelo de regreso; que le llamó la atención la peculiar manera que una de las azafatas tenía de pronunciar ciertas palabras; que hacía verbal la azeuxis, es decir, las sinalefas; que separaba extraordinariamente la fonética de esas vocales que, aunque unidas, cada una forma de por sí, una sílaba. También comentó que era muy guapa; que le sirvió una copa de vino muy ázimo, todo un azote para el paladar; que le impresionó lo azulado del cielo…
     
    #1
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  2. Asklepios

    Asklepios Digamos que a tientas

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    Gracias Maramin por tu visita. Si, como así parece, te ha gustado, espero poder compartir en breve las cuatro partes que quedan de este proyecto "vocálico". Estoy con la segunda parte "E". No es tan fácil como parece pero es tarea, paradójicamente, muy divertida. Saludos y Feliz Año
     
    #2

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