Peregrinación

I
Invoqué al derruido cielo de mi llanto,
a las olas náufragas de costas,
al canto azul de la alondra muerta
que conoce el verdadero rostro
del óbito de mi tiempo.

Me elevé lejos de mis pies
como un apóstol en plegaria
para rezar
por las laceradas ideas de mi mente,
también por los estigmas
de mis venas latentes.

Y fue cuando me di cuenta
que no tuve respuestas
de los altillos y las cumbres,
del mar y de sus nautas,
tampoco de las nereidas errantes
de mis quimeras vivientes…

Fue cuando me topé
con un cántaro sin agua…
para saciar la sed de mi desierto.

II
He suplicado a los pasos del viento
por mi sangre doliente…
El viento que acaricia al mundo
y lo centra en su palma
como un amuleto
para la proeza de los hombres sin auras.

He implorado al céfiro frío del sur,
al hálito estival del norte,
a los cuatro puntos cardinales
de la voz de un chamán;
les confesé sobre mis sueños
esculpidos con greda,
sobre la avidez ciega por la venda
de mi mortaja de razón extraviada.

No tuve respuesta alguna,
sólo obtuve del sol
una sardónica sonrisa que incinera
al yermo de mi estepa.

III
He echado ruegos a la tierra,
a la Pachamama aborigen
por las semillas quechuas
que jamás florecieron en el limo…
Sobre las empalizadas
y sus empedrados de escombros
con lacónico urbanismo.

Con ojos llorosos,
tampoco me dio respuestas
a mis plegarias…
Sólo dejó que mi linaje de hombre corriera
vago en las nebulosas sombras del olvido.

IV
Así hoy me encuentro:
en el destierro del cuerpo con las alas atadas,
sobre la mudez que aprisiona
al libre albedrío de mi aliento,
sobre la historia de mis pasos
que agrietan a las dianas de la luz
de los extinguidos hados…

El silencio retumba
en los ecos de los tótems,
en los ídolos de barro,
en los bosquejos viejos de dioses paganos;
un silente que sólo trae
más tétricos alaridos de suspenso,
ante un ciclo de la vida
que se esfuma por mis manos…

¿Y la verdad cuál es
ante el rostro del rosario?,
¿ante las ringleras vacías
de sacras melodías
que se consumen
con las lágrimas secas del pasado humano?

Si hay una verdad
que se despoja del antifaz peregrino,
protesta entre los derrocados muros del presente,
que cercene a la mano culpable
de tantos homicidios,
ofrendas, tal vez, para los credos errados,
los dogmas de culpa y cargo,
de la necrología de los entes semejantes
a los trastos de los gusanos.

V
He invocado, he rogado,
he vivido,
y ahora muero sólo y penitente
por la luz cenicienta
que tanto revés ha profetizado.

 

Bello escrito, Danie, se siente el peso de toda esa degradación que ha alcanzado el alma. Es triste sentir como después de haber recorrido tantos territorios de frustración y miseria, ya no se puede esperar más nada que la muerte. Ese éxodo lento y despiadado debe llevarnos a la reflexión de nosotros mismos, pues la muerte también es una forma de esperanza. Con ella cesan todos nuestros afanes y, en ese sentido, su naturaleza es igual de pura que el amor y la paz.

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