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Pobre hombre

Tema en 'Fantásticos, C. Ficción, terror, aventura, intriga' comenzado por Cris Cam, 20 de Febrero de 2019. Respuestas: 0 | Visitas: 489

  1. Cris Cam

    Cris Cam Poeta adicto al portal

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    Pobre hombre


    -¡Morello, vamos! Diroxín 500, 50 mg en la máscara, ¡Ya!

    El Pobre hombre respiraba con suma dificultad, otra vez cianótico, otra vez lo tuvieron que canalizar por los cuatro costados. Pasado el paro, le destapan la tráquea, le aspiran la flema oscura y sanguiñolienta, que lo ahoga. Lo ventilan y lo vuelven al respirador. Por la canalización rectal se puede observar que baja abundante sangre. Otro vasodilatador y la hemorragia será imparable.

    El jefe de terapia, enérgico, inflexible, algo indiferente, dio por terminado el rescate.

    – Morello, hágame el favor, por las dudas averigüeme si hay cama en terapia del Ferrer en Capital. Nos está copando el único respirador que tenemos. Si pasa la noche sin más ataques, le voy a dejar asentado a Mendez que lo pase a intermedia.

    El Pobre hombre, hacía tres meses que parecía un yoyo; intensiva, intermedia, sala, intensiva, intermedia, sala y el pequeño hospital no daba a basto con pocos recursos y escaso personal. Pocos médicos, menos enfermeros y el jefe no quería cargar una muerte que aún no sabía explicar.

    Una parca historia clínica, a la cual se habían anexado unos pocos datos particulares, para tratar de echar luz de su mal. Nombre: Carlos Robles. Síntomas: Manchas de piel, uremia, alopecía, uñas quebradizas, persistente recidivia. Diag: Intoxicación con arsénico, posible forma pentavalente, ¿forma gaseosa?. Intoxicación aguda.

    El paciente dueño de un pequeño establecimiento industrial, lo usaba para tratamiento de laminados metálicos. Un accidente al parecer, aunque el veneno en un caso de inhalación, implica intoxicación aguda, por lo general mortal. ¿Osmosis dérmica?. ¿Ingestión?.. Si hubo un accidente tendrían que haber sido afectados también sus obreros, por ende más expuestos, cosa que no sucedió; y él poco y nada se aparecía por el taller. El hombre no daba el tipo de suicida, ahora mismo que estaba la límite, se tomaba a la vida con los dientes.




    Los hermanos Morello, eran ya una institución dentro de la institución. Juan Morello, enfermero encargado de terapia intensiva, enfermero de siempre, a los 15 para zafar de la tutela del padre, a quien sin embargo quería y respetaba, se metió a la Espac Gral. Lemos y luego con un grado de sargento enfermero, pidió la baja, cosa que no le fue agradable ni fácil, y se vino hasta "Laguna Escondida", para gozar la libertad del pueblo chico. Como muchas veces el mismo decía, estaba más cómodo siendo “Mano de ratón, que cola de león”. Había alcanzado una especie de paz y felicidad, en un equilibrio de compromiso.

    Lo que para muchos era extraño, para los médicos de UTI era indispensable y Juan Morello la tenía en abundancia: Sangre Fría. Aprendió que no había sufrimientos pequeños en UTI, que había un objetivo primario, salvar la vida del paciente. Era una regla para Morello insoslayable.

    Dolores Morello, rescatada de la desesperación por su hermano menor, luego de un fracaso matrimonial, por no poder concebir, se sumerge en un mundo de dolor para buscar su propio sentido. Venciendo así a la frustración y a su propia histeria. Se ganó una merecida fama de eficiencia mas allá de sus obligaciones profesionales. Su pequeña oficina está llena de fotos, dibujos, tarjetas de pacientes que dicen le deben la vida o las ganas de vivir. También las malas lenguas (¿o no?), dicen que más de un residente deliró bajo sus sábanas, cuando alguna vida que se les escapaba los hundía en la desesperanza. Mimosa para muchos. Fácil, para unos muy pocos. Pero eso no viene al caso.

    A diferencia de su hermano tenía reputación de persona firme, pero sensible. Su caso era bien distinto, encargada de una sala de piso femenina y con guardias en intermedia masculina. Tenía la oportunidad de acercarse al paciente, hablar con él, distenderlo, principalmente en las largas horas que mediaban entre visita y visita.




    Tres semanas después volvía el pobre hombre a sala, confiaban otra vez en un pronto alta, aunque quedaría alopécico, sin uñas, un saco de huesos, con enormes manchas oscuras a lo largo de toda la piel, casi ciego, la cara totalmente desconocida como tal.

    Permitieron, como única y medida visita, que Claudia, su mujer, lo viera los martes y jueves por la tarde, aunque una sola hora. Pasado el compromiso hepático, dejarían que le cebe un par de mates. No tenían hijos, por lo cual la hora pasaba en silencio, porque la mujer no pronunciaba palabra alguna, y al paciente le costaba articular, y se agotaba muy pronto.

    La tarde del martes. Lo quiso visitar su hermano, el otro Robles, con su propia familia. Pero Dolores Morello le negó el paso, por falta de autorización. Este la increpó con el argumento de que una simple enfermera, no era nadie para impedirle el paso. Dolores se puso firme, ignoró la ofensa, pero ya no eran las ordenes médicas, ella misma pensaba que una persona así, pondría en estado de alteración, no solo al hermano sino a toda la sala.

    La discusión fue en aumento, fue entonces cuando su esposa trató de calmarlo. La respuesta no se hizo esperar. Casi sin inmutarse y sin sacar su mano izquierda del bolsillo del pantalón; Robles giró el cuerpo y una sonora bofetada retumbó en los limpios pasillos de entrada, los chicos, de un salto se abrazaron escondiéndose mutuamente y comenzaron a llorar silenciosa y espasmódicamente. Alguien salió corriendo por la puerta de entrada, cruzando la plaza. La mujer, que lloraba sin lagrimas, recogió el paquete que traía en las manos, sorbió sus propios labios para ocultar la sangre que manaba de ellos y bajó los ojos.

    Dolores Morello ardió de ira, pero permaneció en calma, lo miró y aún le escucho decir:

    -A Ud. no la puedo tocar, pero a los Robles, ninguna mujer le dice lo que tiene que hacer, y mucho menos la mía.

    Se mantuvieron la mirada firme, ferozmente, en una eternidad de siglos. Dolores sin pestañear, sin dejar que el miedo se convirtiera en pánico, respiró profundamente con el estomago, con la lengua se mojó la boca, que se le había secado de la ira y la impotencia momentánea. Finalmente con voz enérgica y pausada dijo:

    – -¡Seguridad!, saque a este hombre de este pasillo y del hospital, ¡Ahora!

    Presuroso, el guardia que ya estaba atento, sabiendo que la Morello no lo invocaba por estupideces, con su dialecto le hace una invitación.

    – ¡Vamos macho, no hagamos mas olas!.

    Robles se inflamó aún más, le desacomoda el hombro izquierdo con la palma de la mano. El guardia, sorprendido, golpea la nuca contra la pared. Robles esgrime un puñetazo, cuando el track-track de una 9 mm reglamentaria lo sorprendió muy cerca de la oreja derecha. Al sargento Flores, o el Gordo Flores como le dicen por el lugar, a quien fueron a buscar y que tuvo que interrumpir su religiosa siesta de guardia, no le costó absolutamente nada decir, con su voz de cana contrariado, pausada y sarcástica.

    – Escándalo en institución pública, 30 días. Si te llevo ahora, los muchachos te atienden y hace mucho que no nos cae un pesado, encima se nos descompuso la televisión. El juez se fue a pescar y hasta mañana a las 9, no expide ningún habeas corpus.

    Robles, resopló. Bajó los brazos con más furia que antes, esbozó volver a levantarlos. Se mordió la lengua. Enfiló a la puerta de salida, el Gordo lo miraba y lo marcaba. Su mujer y, apretados a ella, sus hijos lo seguían a distancia. Dolores notó, como la mujer se mordía los dedos, se tomaba la cara y le temblaban las rodillas, como si realmente hubiera ocurrido una desgracia.

    Volvió a entrar a la sala, aseguró la calma a los atribulados pacientes, mandó a acostar al negro Sosa, que con pie de suero y drenaje, la quería salir a defender.

    – - Bueno. Acá no pasó nada, de estas, puedo contar unas cuantas!.

    Lo cual sabía para sí que era una absoluta mentira. Pero, según parece, lo dijo firme y convenció a unos cuantos. Un halo de admiración y perplejidad corrió por las 16 camas, atestadas de visitas.

    Se escuchó por ahí: “No la quisiera de suegra...”


    Se acercó al otro Robles que fue el único que no se enteró de lo que pasaba.

    – ¿Como se siente?

    – Fien, aorfa un fofo mefor. Contestó mientras el aire y la baba se le escurrían de la boca.

    Dolores encontró a Claudia, pétrea tras el incidente. Recostada contra el frío respaldo metálico de la silla, con los ojos grandes e inexpresivos. Le preguntó si necesitaba algo. Esta reaccionó y, sin contestar, le siguió cebando mate a su marido, quien dejaba caer la mitad sobre la toalla, en forma automática, casi como un rito de imposición.

    Después de un largo silencio, Claudia reaccionó.

    – No... nada... nada... está bien! ¿Cuando necesite mas agua, me puede dar más?

    – -Pero sí, mujer, también Ud. con ese termito, no tiene mas que para cinco mates....

    Dolores la miró. Esmirriada, flaca, morocha, sufrida como su concuñada y a pesar de su juventud y su aún bonito contorno, con un batón enterizo, a lo vieja.


    De pronto un destello de luz, ira y perplejidad se encendió en el rostro de la enfermera.


    Al rato apareció Claudia, por la cocina a pedir mas agua, con su timidez característica. Para su sorpresa, estaba allí el jefe de residentes, junto a el Dolores, su hermano Juan y el médico de guardia.

    – Venga, señora, venga con Dolores, acompáñeme a mi consultorio. Le dijo con su voz cascada y sin dejar de hacer ademanes, mientras la ceniza de su eterno cigarrillo caía como nieve sobre una cacerola.

    Claudia, empalideció, apretó el termo bajo el brazo. Dudó un momento, pero bajó la vista y los acompaño.

    – Desnudecé, que el doctor la quiere examinar!. Le pidió Dolores.

    – Para que, si yo estoy bien...¡ el enfermo es mi marido!...

    – Pero a mi se me ocurre que no, así que vamos chiquita. Ordenó el sexagenario médico, con un tono entre áspero y paternal.

    Sumisa, Claudia obedeció y se desabrochó el batón como para que ausculten.

    Dolores la increpa dulcemente. Cambiando a un tono mas amigable.

    – No!. Sacate toda la ropa, el batón, enagua, corpiño, bombacha, medias, ... todo.

    A medida que Claudia se desnudaba, más y más, las miradas del médico y la enfermera se nublaban. El jefe se toma la cabeza, se peina el poco pelo que le queda con la palma de la mano, y cuenta hasta tres, él, justo él, que ya estaba de vuelta.


    – ¿Que te pasó en la espalda?

    – Nnn...Nada... me caí por una escalera...

    Mientras, le recorre una a una la cicatrices casi dibujadas desde el cuello hasta la cintura. Para el viejo médico habían sido hechas con un látigo, y con el cuerpo tenso como si la hubieran atado antes de castigarla.

    Le comenta en voz baja Juan Morello, casi como si estuviera dictando una clase Patología Forense:

    – Al recibir un golpe el músculo tiende a contraerse, pero si el miembro esta sujeto, provoca una sobretensión de la piel, si entonces viene otro golpe, la piel es muy fácil de lacerar y mucho mas doloroso, que si los golpes fueran esporádicos. El que hizo esto tenía la sabiduría maldita de un verdugo. El máximo sufrimiento con el menor esfuerzo.

    Por un momento pensó que era suficiente. Pero, pitó una profunda bocanada de su pobre cigarrillo, se repuso y siguió, con su examen e interrogatorio.

    – Y acá...¿ en la nalga?

    – Me volqué leche caliente...

    – ¡Así que tomás la leche con la cabeza al revés!

    El médico comenzó a enumerarle a los Morello y al médico de guardia: Muslo pierna derecha, heridas punzantes. Antebrazo izquierdo quebrado y no atendido, con una secuela de mala soldadura Quemaduras de cigarrillo sobre pechos y pezones. Sugestivamente no tenía, ninguna marca en la cara o zona claramente visible. Lo que para su experiencia indicaba un victimario con control absoluto de lo que hacía.

    – ¡Acostate en la camilla!

    Claudia enmudeció.

    – Dolores... llamá a García. Volvió a ordenar rojo de bronca.

    García, le gineco, llegó, la llevó a su consultorio y le hizo un tacto.

    – Esta piba esta destrozada, (está toda desgarrada, el útero esta desprendido, no sé con que le hicieron esto), la tendría que examinar un forense que tienen más experiencia para estos casos, (además tiene laceraciones anales en hora 5, 8 y 11, quizá producido con un objeto de forma irregular).

    El jefe primero lanzó un:

    – ¡Hijo de puta! - con ganas de decir mas, pero se contuvo.

    Volvió, los ojos a la joven, fue brusco y tajante:

    – ¿Que te pasó?

    Claudia, tomó el toallón de la camilla, se cubrió el cuerpo y con sus dos brazos la cabeza y la cara, pero siguió en silencio. Mientras tanto su persona se convertía en el centro de la mirada residentes, enfermeros y jefe.

    El jefe volvió a preguntar.

    – ¿Quien te hizo esto?

    – Nada... nada... no me pregunten... no me peguen ... ¡no me pegues mas! Y entró en trance.

    Dolores, con los ojos inusualmente llenos de lágrimas, la abrazó:

    – Vestite rápido. Tomate esto... vamos... vamos, tranquila, acá nadie te va pegar...

    Luego tomó el termo y se lo entregó a laboratorio.

    Hora y media después, Claudia seguía durmiendo en la camilla. Llegó el informe, que confirmaba la sospecha de la enfermera: El agua tenía arsénico.

    El jefe miró a la enfermera.

    – Encima la tenemos que mandar presa, intento premeditado de asesinato, entra en figura de alevosía y si el fulano muere, no sale más. Y allí no la va a pasar mejor que con él. Por ahora la voy a hacer internar en un neuro, después veremos. Voy a consultarlo con Arnaldo, mi amigo penalista.


    Los siguientes días fueron de franca mejoría para el Pobre Hombre, hasta se animaba a hablar, aunque escupiera a su interlocutor. Según el neurólogo, sería lo mejor que quedaría.

    – Cdaudia, no me viene a ved, ¿que le habdá pasado?

    – Claudia esta muy bien – le contesta Dolores - solo que algo nerviosa, aunque donde está nadie la...

    – ¿Cdomo fdijo?

    – Nada, hombre, duermase de una vez. Dijo con un cierto dejo de desprecio, que nunca había usado hacia un paciente.

    Aquella tarde después de varias visitas del otro Robles. Dolores se apareció con el Gordo Flores, el médico de guardia y un oficial de rango.

    – Oficial, secuestrenlé las cosas del mate, sospechamos algo.

    No fue difícil para Laboratorio forense, “probar” el intento de asesinato.

    ¿Móvil?. Quedarse con la fábrica del hermano, para pagar importantes deudas de juego y mantener a un par de amantes. Como regalo, tenía antecedentes, por tráfico de drogas. Una denuncia de una prostituta ocasional de secuestro y torturas, en complicidad de su hermano mayor. Debido a la reputación de la denunciante no fue tenida en cuenta, aunque un “ingenuo” administrativo policial, dejó una constancia, fuera de actas, con su firma y fecha.

    Dolores pensó:

    “Dos ratas menos y dos palomas heridas que tendrán que volver a aprender a volar”
     
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