1. Invitado, ven y descarga gratuitamente el cuarto número de nuestra revista literaria digital "Eco y Latido"

    !!!Te va a encantar, no te la pierdas!!!

    Cerrar notificación

poemas pertenecientes a mi libro MÚSICA LIGERA

Tema en 'Poemas Generales' comenzado por luis acebes navarro, 5 de Febrero de 2009. Respuestas: 0 | Visitas: 562

  1. luis acebes navarro

    luis acebes navarro Poeta recién llegado

    Se incorporó:
    5 de Febrero de 2009
    Mensajes:
    1
    Me gusta recibidos:
    0
    1




    Reivindico la música ligera,
    las fotos de mi padre en el faro
    con su fred perry color granate y el cigarro
    entre los dedos.
    Si tuviera un piano de cola blanco
    y algo de paciencia
    haría una canción
    tipo “abrázame” o “tu nombre en las olas”.

    A ver, hablo de un verano
    en las rodillas de mi madre.
    Su vestido blanco
    y los sidecars bordeando la montaña.

    En el apartamento, piso diecinueve,
    tirábamos la basura por un tubo
    y al llegar abajo hacía un “pum” muy dulce.

    Mi padre me asustaba con una culebra de plástico.
    Extraña relación siempre
    la de un padre con su hijo.

    Luego está el asunto de las fibras:
    Veranos acrílicos escuchando a una solterona
    que se quejaba de falta de amor, canción tras canción.
    Echaba chispas como un pijama nuevo y barato
    bajo las sábanas.

    La única defensa era soplar por la pajita del granizado,
    dirección a la luna
    o correr a la playa y enfrentarse al mar.

    “Yo no soy esa”,
    decían los altavoces bañados por esos focos verdes
    que nunca más he vuelto a ver,
    ¿quién eres tú, entonces?
    La solterona de voz ginebresca no sabía que esa noche
    yo tendría la prueba de la vida extraterrestre:
    Luces rojas y azules girando en circunferencia
    a la distancia de tres dedos míos del horizonte.

    Una resistencia eléctrica se encendió
    en medio de mi sangre.
    La puta música seguía dale que dale.

    Justo
    por aquella época
    las respectivas epidermis de mis padres
    eran la piel de un tambor
    que el tiempo tocaba para desquiciarme.




    16




    Queridas sombras del ayer:
    Os escribo desde mi nueva mesa de Ikea
    que venía desecha
    en una caja
    con piezas como migas de pan
    y que he recompuesto
    con entusiasmo e impaciencia.

    Os escribo desde este nuevo cuerpo
    que he comprado en las rebajas;
    es el mismo “yo” de siempre pero de un material más flexible.
    (El fabricante –en el folleto- asegura
    que mi nueva personalidad
    me ayudará a alcanzar mayores porcentajes
    de felicidad,
    se atreve a hablar de un 25%
    pero a estas alturas
    comprenderéis que no me crea nada.)

    Os escribo con cierta tristeza
    al comprobar que seguís ahí,
    ajenas a la mesura que debe mostrar un hombre
    que ha cumplido 40 años.
    Persistís en mostrar esa pose de macarra
    apoyado en farola
    que espera a su chica
    y no comprendéis que el tiempo ha destensado
    las cuerdas que sostenían el atrezzo
    del escenario.

    Por muchas fotos de colegio
    que guardéis en mis cajones
    no vais a asustarme
    de nuevo.
    Ya no caigo en las mismas trampas.
    Me acogí al famoso
    Programa de Protección Contra Recuerdos (PPCR)
    que anunciaba aquella tienda del escaparate
    lloroso y esmerilado.

    Ahora ya no quiero jugar
    a atarme en la rueda giratoria
    para que me lancéis cuchillos.
    Ahora ya no tengo
    miedo
    de encender la radio y que
    todas las canciones
    me sepan igual,
    con ese gusto a sopa de once verduras
    que mi cabeza removía obediente con una cuchara
    hace ya tantos años.

    Siento las molestias
    y que os halláis tomado esto tan en serio,
    casi como una guerra de bolitas de papel
    empapadas de saliva,
    como un fin del mundo
    programado en tres fases.

    Siento daros con la puerta en las narices
    y no exhibir la mínima cortesía
    de refresco y patatas,
    pero es que estoy escribiendo,
    y cuando escribo
    no soporto que me mire nadie.

    Adiós
    muy buenas.




    27




    Hoy vago por las calles
    buscando el hueso que enterré.

    La gente no me reconoce
    porque me he disfrazado
    de hombre urbano
    de mediana edad
    que lleva ropa de sport;
    mi disfraz es bueno,
    tanto que hasta los semáforos más viejos
    no me reconocen.

    La edad son capas de barniz en un violín,
    el instrumento descansa
    en su ataúd enfelpado
    y sueña con unas manos que quieran volar:
    Siempre es lo mismo.

    Enterré un hueso hace millones de años,
    cuando mi madre me daba
    cereales Eko
    en un vaso muy alto.

    Un corte a sección de ese hueso sería
    un demostrativo gráfico de mi vida
    que cualquier joven licenciado sería capaz
    de interpretar.

    Me pinché el dedo
    con la aguja del tocadiscos
    de mi padre
    y estuve cien años dormido.

    Un día
    vino el cantante de una orquesta de verano
    y con su casto beso me despertó.

    Sonaba el punteo de Sultans of Swing
    tocado con fruición en una guitarra imaginaria.
    La vida pasaba
    con su carro de diapositivas
    a punto de descarrilar.
    Volvía a ser verano.
    Volvían a abrirse las heridas
    de mi crucifixión playera:
    cubo,
    pala
    y angustia.

    ¿Ahora qué toca?
    Esperar.
    Templar. Arañar los ecos
    y encontrar la punta del hilo
    para que nada se escape.
    Revolver la caja
    y echar a la trituradora
    lo que ya no vale:
    Hasta los soles de papel
    que ponía el primer hombre del tiempo.
    Cocerlo todo
    y hacer sopa
    para invitar un día a mis enemigos
    con el mantel bueno.

    La música nunca se apaga.
     
    #1

Comparte esta página